Detenida por Atracción. Serie Uniforme y Deseo
img img Detenida por Atracción. Serie Uniforme y Deseo img Capítulo 5 Desde lo alto
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Capítulo 6 Entre el deber y el deseo img
Capítulo 7 Donde duele el orgullo img
Capítulo 8 Límite de Control img
Capítulo 9 Donde nadie mira img
Capítulo 10 Verdades a medias img
Capítulo 11 Una tregua inesperada img
Capítulo 12 Lo que queda después img
Capítulo 13 La verdad en una imagen img
Capítulo 14 El refugio inesperado img
Capítulo 15 Donde empieza el después img
Capítulo 16 Lo que empieza en lo callado img
Capítulo 17 El primer temblor img
Capítulo 18 Encuentro inesperado img
Capítulo 19 Lo que aún duele img
Capítulo 20 Lo que no se dice img
Capítulo 21 La llave del candado img
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Capítulo 5 Desde lo alto

La tarde caía con una lentitud exasperante, una lentitud tan hermosa que parecía dilatar cada segundo entre ellos, cargándolo de una tensión que ambos sentían sin necesidad de palabras. El sol se desvanecía en el horizonte, tiñendo el cielo de colores imposibles, mientras la ciudad abajo comenzaba a brillar como una constelación atrapada en la tierra. Frente a ellos, el mar se extendía en un lienzo negro, profundo, casi palpable, como un abismo en el que se perderían si se atrevieran.

El auto de Javier se detuvo suavemente en el mirador, y durante unos segundos, el tiempo se paralizó. Ninguno de los dos se movió, como si, al igual que el paisaje, estuvieran suspendidos en ese momento eterno. La calma del instante era inquebrantable, pero estaba cargada de algo más, algo que palpitaba bajo la superficie.

Marina bajó del coche primero, sus pasos suaves sobre el pavimento, y con una sonrisa que rozaba la timidez, se dirigió a la baranda de piedra. El viento la recibió como un amante, levantando su cabello y desnudando su cuello, un gesto tan natural que parecía una invitación al deseo. Javier la miró, se quedó allí, en silencio, observando cada curva de su cuerpo recortada contra la luz del atardecer, como si el mundo entero se hubiera rendido ante la perfección de ese instante.

-Este lugar es increíble -dijo Marina, girando ligeramente el rostro hacia él-. ¿Vienes seguido?

-No -respondió Javier, acercándose un paso más-. Pero siempre quise compartirlo con alguien especial.

Ella lo miró, sus ojos se encontraron en un juego silencioso de intenciones. La mirada se alargó más de lo que debía, un segundo más, un segundo que era capaz de decirlo todo. Y entonces el aire entre ellos se hizo denso, cargado de una promesa que ni ellos comprendían del todo, pero que los envolvía.

El cielo comenzó a teñirse de tonos cálidos, y a lo lejos, las luces de la costa comenzaron a chisporrotear, como si quisieran competir con el fuego que ya ardía entre ellos. Las palabras se desvanecieron, la conversación se deshizo en risas tímidas y murmullos que no decían nada, pero que, sin embargo, decían todo. No había guion, ni plan, solo la certeza de que estaban demasiado cerca, de que ya no podían retroceder.

El roce de sus cuerpos era inevitable. Marina, con los brazos cruzados sobre la baranda, sentía la proximidad de Javier como una presión suave, un magnetismo que la atraía sin remedio. Su calor la envolvía, su presencia era una caricia constante, una invitación al deseo. Y sin poder evitarlo, sin pensarlo más de lo necesario, se dejó caer hacia él, apoyando su cuerpo en su pecho. Fue un movimiento casi instintivo, como si su cuerpo ya supiera que ese era el único lugar donde quería estar.

Javier, inmóvil por un instante, respiró profundamente, el aire se volvió espeso y cargado de tensión. Su abrazo la rodeó con una firmeza controlada, como si estuviera al borde de perder el control. Sus dedos se entrelazaron en su cabello, y un perfume suave y embriagador se filtró en su nariz, haciéndolo temblar por dentro.

-Así, sí vale la pena todo -murmuró él, sin saber si sus palabras habían escapado de su boca o si sólo habían sido pensadas en silencio.

Marina sonrió, pero su sonrisa era apenas un gesto fugaz, como si el mundo alrededor de ellos ya no existiera. El temblor de su cuerpo, la calidez de su pecho, lo hacían sentir que había algo mucho más grande que las palabras, algo mucho más profundo que el simple roce de piel. Algo que no podía definir, pero que sí sentía.

Entonces, ocurrió.

Los labios de ambos se encontraron, primero con una cautela que estaba a punto de quebrarse, y luego con una necesidad brutal que los invadió a los dos al mismo tiempo. Fue un beso de los que marcan el principio de algo, de los que contienen una historia que se desborda antes de empezar. Fue lento, profundo, un suspiro compartido entre dos cuerpos que finalmente se entendían.

Marina se entregó por completo, sin reservas, sin pensamientos que la detuvieran. Los dedos de Javier recorrieron su espalda con una ternura que contrastaba con la urgencia de sus labios, que buscaban encontrar cada rincón de ella. Fue un beso que decía "te quiero" y "te deseo" y "no sé qué me está pasando", todo al mismo tiempo.

El mundo, el mar, el cielo, la ciudad... todo desapareció. Sólo quedaron ellos dos, atrapados en una esfera de calor, de tensión, de deseo. El cielo se oscureció por completo, pero entre ellos, la noche apenas comenzaba, cálida, sin prisa, sin final.

Y cuando el aire se volvió más frío, cuando las luces de la ciudad empezaron a parpadear desde abajo, ellos no se separaron. Se quedaron allí, enredados, abrazados, como si el tiempo ya no tuviera ningún sentido. Como si, al cruzar esa línea invisible, supieran que ya no había vuelta atrás, que ya se conocían más allá de lo físico, más allá de lo palpable. Ahora se entendían con la piel, y eso era todo lo que importaba.

                         

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