Capítulo 2 El día que la conocí

La ciudad de Estilo Capital parecía tragarse a Emilia Torres en cada paso que daba. A medida que caminaba por las calles, rodeada de edificios imponentes que se alzaban como murallas de cristal y acero, la sensación de ser solo una pieza más en una maquinaria interminable la embargaba. El ruido del tráfico, los cláxones, las voces de la gente que cruzaba su camino, todo parecía un torrente de ruido del que no podía escapar. Todo a su alrededor estaba en movimiento, pero ella, como si fuera una sombra, no lograba encontrar su lugar.

El sol, brillante y frío, se colaba entre los rascacielos, proyectando sombras alargadas sobre el pavimento como si fueran tentáculos, queriendo atraparla.

Hoy no era un día cualquiera, ni mucho menos. Algo había cambiado en el aire, algo que Emilia no lograba identificar, pero que estaba segura de que iba a afectar su futuro de manera irreversible. Caminaba sin prisa, pero con una tensión creciente en el pecho. Con el portafolio bajo el brazo, sentía que el peso de la ciudad, la presión de lo que estaba por venir, se asentaba sobre ella, asfixiándola, poco a poco.

Vega Industries, el gigante empresarial dirigido por Adrián Vega, era el reto que había decidido aceptar. La oportunidad de trabajar en el diseño de la nueva sede representaba más que un simple encargo profesional. Era su oportunidad de demostrar que podía estar a la altura, de dar un giro a su vida. Pero cada vez que pensaba en ello, una oleada de incertidumbre y resentimiento invadía su interior. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Por qué había aceptado trabajar para un hombre como él, un hombre que tenía más poder que cualquier otro en la ciudad? ¿Qué se esperaba de ella?

Mientras caminaba hacia el edificio de Vega Industries, el nudo en su estómago se iba haciendo más fuerte. El edificio en sí mismo no era solo una estructura de cristal y acero, sino un símbolo de control, de ambición desmedida, de poder absoluto sobre la ciudad. No era solo un proyecto arquitectónico. Era la llave para algo mucho más grande, algo que podría cambiar su vida para siempre. Pero a medida que se acercaba, más lo sentía como una trampa.

"No es personal", se repitió como un mantra, pero sabía que no era cierto. No podía ignorar lo que sentía en su interior. Había algo en ella que le decía que este proyecto no iba a ser solo profesional. Había algo mucho más profundo que la conectaba con este lugar, con esta gente, con ese hombre, y no podía dejar de preguntarse qué.

Al cruzar la calle, sus pasos se hicieron más pesados. Unos segundos después, estaba frente a la puerta principal del edificio de Vega Industries. El vestíbulo era impresionante, de mármol blanco y una decoración impecable, pero todo en él parecía estar diseñado para intimidar. Al entrar, la recepcionista la observó con una sonrisa perfectamente pulida, pero en sus ojos había algo que la hizo sentir aún más pequeña, más insignificante.

-¿Arquitecta Torres? El ascensor privado está listo -dijo una de las recepcionistas, su tono frío y profesional, como si ya supiera todo lo que debía suceder. Emilia asintió sin decir una palabra y siguió a la recepcionista en silencio, sintiendo cómo cada paso la llevaba más adentro del laberinto de esa empresa que parecía estar hecha a medida para aislar a quienes la habitaban.

El ascensor, rodeado de cristal y metal pulido, no ofrecía calor, no ofrecía ninguna sensación de bienvenida. Era solo una cápsula que la transportaba hacia el centro del poder. La sensación de estar perdiendo el control sobre su propia vida la asfixiaba. En el piso 47, las puertas se abrieron automáticamente, y Emilia fue recibida por una oficina que era, en términos simples, abrumadora. No había espacio para dudas, ni siquiera para el respiro. Cada pared blanca, cada ventana enorme que daba a la ciudad, no dejaba lugar a la intimidad. Todo parecía diseñado para hacerla sentir como una intrusa en un lugar donde no encajaba.

Y ahí estaba él. Adrián Vega. De pie, con la espalda recta, sus manos descansando sobre la mesilla de su escritorio. A medida que sus ojos se cruzaron, Emilia sintió una oleada de impotencia. Su presencia dominaba la habitación. No era solo un hombre de negocios, era un hombre cuya sombra parecía cubrir toda la ciudad. El dueño de Vega Industries. El mismo hombre que había creado este imperio y que ahora la miraba como si ella fuera una herramienta más en su arsenal.

-Arquitecta Torres -dijo él, sin volverse, como si ya supiera quién era, como si su llegada fuera una formalidad. Su tono grave, tan seguro, tan autoritario, la hizo sentirse aún más pequeña-. Puntual. Eso me gusta.

Emilia se quedó en silencio por un instante. No esperaba un halago, pero algo en esas palabras la desconcertó. ¿Acaso él estaba jugando con ella? ¿Intentaba manipularla desde el primer momento? La tensión en su estómago creció con fuerza, y de repente todo el ambiente de la oficina le pareció una cárcel invisible. No solo estaba allí para hacer un trabajo. Había algo más. Algo que no podía controlar.

-Tengo los planos preliminares -dijo Emilia, intentando mantener la calma, y colocó los documentos sobre la mesa de cristal, que de alguna manera parecía interminable.

Finalmente, Adrián se giró para mirarla. La intensidad de su mirada la atravesó, casi como si estuviera escaneando su alma. No era la primera vez que Emilia se encontraba con hombres poderosos, pero había algo en ese hombre, algo en sus ojos, que la inquietaba profundamente.

-No quiero una oficina bonita, Torres. Quiero un espacio que funcione como una extensión de mi mente -dijo él, su voz baja, casi como un susurro, mientras se acercaba a la mesa sin mover un solo paso más.

Emilia sintió que el aire se volvía denso. La presión no solo venía de la magnitud del trabajo, sino de la forma en que él hablaba, como si cada palabra tuviera un peso de responsabilidad que no había solicitado. La sensación de estar atrapada en ese lugar, de estar a merced de las expectativas de un hombre que no parecía conocer límites, la invadió con fuerza.

-Entonces vamos a tener que demoler algunas paredes mentales, señor Vega -respondió Emilia, casi sin pensarlo. Esa respuesta salió de sus labios como un acto de rebeldía interna. Sentía que su vida, su identidad, se estaba reduciendo a los límites de ese edificio, a las paredes de cristal y acero que lo rodeaban.

Adrián sonrió. La sonrisa fue tan rápida, tan imperceptible, que Emilia no estaba segura de haberla visto. Pero en su expresión había algo que la desconcertó. ¿Era una sonrisa de aprobación? ¿Una sonrisa de desafío? No lo sabía, pero la respuesta que dio no era solo sobre el proyecto. Ya no lo era.

-Eso me gusta -dijo él, mientras volvía a posar su mirada sobre los planos.

El momento se alargó en silencio. Emilia no sabía si había ganado algo en esa conversación o si, al contrario, había perdido aún más control sobre su vida. Todo había dejado de ser simplemente un trabajo. Estaba en algo mucho más complejo, algo que no solo la pondría a prueba como arquitecta, sino que la obligaría a enfrentarse a sus propios miedos, a sus propios límites. Y, tal vez, lo que más la aterraba era saber que no tenía idea de cómo saldría de todo esto.

            
            

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