Pero Katerina no lo soportó más. Estaba harta de que todos actuaran como si ella estuviera allí por voluntad propia.
-¡No me llames querida! -su voz temblaba de rabia y desesperación-. No debería estar aquí, ustedes no entienden nada.
Las cejas de Alicia se arquearon con sorpresa.
-¿Qué intentas decirnos?
Katerina cerró los ojos un instante, tratando de calmar su respiración, pero no había calma posible.
-Aaron Morgan me compró.
El silencio cayó sobre la habitación como una losa de piedra.
Las tres jóvenes Morgan se miraron entre sí, completamente desconcertadas. Pero fue Alicia quien reaccionó primero.
-¿Qué estás diciendo?
-Lo que escuchaste -la voz de Katerina se quebró-. Mi padre vendió mi vida a Aaron a cambio de un trato. Yo no soy su prometida. Soy su prisionera.
Alicia sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Nunca imaginó que Aaron llegaría a tal extremo.
Los ojos de la mujer se llenaron de una decepción profunda.
-Aaron... -susurró con un tono de incredulidad.
Katerina sintió su pecho arder.
-¡Él no tiene derecho!
Alicia se puso de pie, sus labios se apretaron en una línea severa.
-No permitiré esto.
Las palabras de Alicia fueron como un bálsamo para Katerina, pero también un recordatorio de que seguía siendo un simple peón en un juego que no entendía completamente.
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Horas después...
Cuando Aaron Morgan regresó a la mansión, lo recibió un vacío absoluto.
Sabía que algo estaba mal. Demasiado silencio.
Subió las escaleras con pasos firmes y al llegar a la sala, encontró a una de sus hermanas.
-¿Dónde está Katerina? -preguntó con voz helada.
Su hermana lo miró con duda antes de hablar.
-Mamá la envió de regreso a Rusia.
El corazón de Aaron dio un vuelco.
No.
Tomó aire, tratando de contener el enojo, pero fue inútil.
Se giró bruscamente y salió de la mansión con furia.
-¡Maldita sea!
Sus pasos fueron veloces, su determinación inquebrantable.
Tomó las llaves de su camioneta y aceleró sin dudarlo.
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En la pista privada...
El avión privado de los Morgan estaba listo para despegar.
Alicia estaba de pie cerca de la escalinata del avión, observando cómo Katerina era escoltada hacia el interior.
La joven rusa tenía el rostro pálido, la mirada perdida.
-Todo estará bien -le aseguró Alicia.
Pero antes de que Katerina pudiera responder, un rugido de motor irrumpió en la pista.
Un SUV negro frenó con violencia, dejando marcas en el pavimento.
-¡Detengan el maldito avión! -rugió Aaron mientras salía del vehículo.
Los pilotos recibieron la orden y apagaron los motores de inmediato.
Alicia giró con enojo.
-¡Aaron! ¿Qué crees que estás haciendo?
El hombre caminó con pasos pesados hacia ella.
-Lo que debería haber hecho desde el principio.
Su madre lo miró con severidad.
-No voy a permitir que arruines la vida de una inocente con tus actos, Aaron.
Pero él la enfrentó sin titubear.
-No te metas, mamá.
Alicia cruzó los brazos.
-Aaron...
-No. -Su voz era un filo de acero-. No voy a permitir que te interpongas en mis decisiones.
Su madre entrecerró los ojos.
-No puedes obligarla a quedarse contigo.
Aaron sonrió de lado, pero no había diversión en su expresión.
-Su vida ya estaba destruida, mamá. Yo solo la salvé.
Alicia pareció confundida.
-¿De qué hablas?
-No voy a decirte aún por qué.
Katerina, que había observado la escena en silencio, sintió un escalofrío.
Aaron sabía algo.
Algo que ella desconocía.
Pero antes de que pudiera preguntarlo, Aaron la tomó del brazo con firmeza y la acercó a él.
-Ella no se va. Ella se queda, mamá.
Alicia apretó los labios, sabiendo que había perdido la batalla.
Katerina, sin embargo, sabía que su pesadilla estaba lejos de terminar.
El rugido del motor aún resonaba en la pista privada cuando Aaron Morgan envolvió su mano con firmeza alrededor del brazo de Katerina Volkov. Su agarre era tan sólido como su decisión, tan inquebrantable como su voluntad.
-Ella no se va. -Las palabras de Aaron fueron un decreto, una sentencia-. Ella se queda, mamá.
Alicia Morgan lo miró con ojos fríos, intentando encontrar algún resquicio de humanidad en su hijo.
-Aaron... -intentó razonar con él, pero su primogénito no le dio oportunidad.
-No me hagas repetirlo.
La tensión en el aire era sofocante. Los pilotos intercambiaban miradas de confusión, los guardaespaldas se mantenían alerta, pero nadie se atrevía a desafiar la autoridad de Aaron.
Katerina, atrapada entre dos voluntades titánicas, sintió su cuerpo temblar.
-Déjame ir... -susurró, su voz cargada de un ruego desgarrador.
Aaron la miró de reojo, pero no mostró ni una pizca de compasión.
-No.
El simple monosílabo fue un golpe directo al alma de Katerina. Todo lo que era suyo había sido arrebatado.
Su libertad.
Su futuro.
Su propia identidad.
Alicia dio un paso al frente.
-Aaron, no puedes retenerla como si fuera un objeto.
Aaron le sostuvo la mirada.
-¿Y tú qué sabes? -su voz fue baja, peligrosa-. Juzgas sin conocer la historia completa.
Katerina sintió una punzada de inquietud. ¿A qué se refería Aaron?
Pero antes de que pudiera cuestionarlo, él la jaló con suavidad pero con determinación, llevándola con él hacia la camioneta.
-Vámonos.
Katerina quiso resistirse, quiso luchar, pero sus piernas apenas le respondían.
Su mundo se había convertido en una jaula dorada, en una prisión sin barrotes visibles.
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El Regreso a la Mansión Morgan
El trayecto de vuelta fue un silencio interminable.
Aaron iba al volante, su expresión endurecida como una estatua de mármol.
Katerina, sentada a su lado, mantenía la mirada fija en la ventanilla, observando cómo la ciudad estadounidense pasaba ante sus ojos como un espectro lejano.
Finalmente, cuando la mansión Morgan apareció en el horizonte, el corazón de Katerina se encogió.
"Ya no hay escapatoria."
El vehículo se detuvo en la entrada, y uno de los guardaespaldas se apresuró a abrir la puerta.
Aaron salió primero, pero cuando Katerina se quedó inmóvil, él se giró y le extendió la mano.
-Sal.
Ella lo miró con una mezcla de rabia y desesperación.
-¿Para qué? ¿Para seguir siendo tu prisionera?
Aaron no parpadeó siquiera.
-Llama a esto como quieras.
Katerina sintió un nudo en la garganta.
-Eres despreciable.
Aaron inclinó la cabeza levemente, con una media sonrisa que no contenía alegría alguna.
-He sido llamado de peores maneras.
Sus palabras la hirieron más de lo que ella quisiera admitir.
No le importaba lo que ella pensara.
Con un suspiro tembloroso, salió del auto.
Los pasillos de la mansión Morgan eran elegantes y fríos. Demasiado fríos.
Alicia los esperaba en la sala principal, sus ojos llenos de reproche.
-Espero que tengas una buena razón para esto, Aaron.
Él no respondió de inmediato.
En lugar de eso, se quitó el abrigo con calma, entregándoselo a uno de los empleados de la casa.
Luego, con una exhalación lenta, miró a su madre.
-No te metas en esto, mamá.
Alicia frunció el ceño.
-Cuando se trata de justicia, me meteré cuantas veces sea necesario.
Aaron dejó escapar una risa seca.
-¿Justicia? -Repitió con ironía-. No tienes idea de lo que está en juego.
Katerina sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral.
"¿A qué se refiere con eso?"
Pero antes de que pudiera decir algo, Aaron la miró directamente a los ojos.
-Sube a tu habitación.
-No soy tu maldita mascota.
Aaron dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos.
-No, no lo eres. Pero tampoco eres libre.
Katerina sintió un nudo en la garganta.
-Eres un monstruo.
Los ojos verdes de Aaron brillaron por un momento, pero su expresión no cambió.
-Ve a tu habitación, Katerina. Descansa. Pronto entenderás todo.
Su tono fue tan frío y calculador que Katerina no pudo evitar estremecerse.
Alicia quiso decir algo más, pero Aaron simplemente se giró y salió de la sala, dejándolas a ambas sumidas en el desconcierto.
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Horas Después...
La noche cayó sobre la ciudad, envolviendo la mansión Morgan en un manto de sombras y silencios.
Katerina no pudo dormir. No después de todo lo que había pasado.
Se encontraba sentada junto a la ventana de su habitación, observando la inmensidad de la ciudad iluminada, pero sintiendo su propio mundo oscurecerse.
-¿Qué quieres de mí, Aaron? -susurró para sí misma, su aliento empañando el cristal.
Pero no hubo respuesta.
Sólo el murmullo del viento y la certeza de que su destino ya no le pertenecía.