Nivel Cero Amor
img img Nivel Cero Amor img Capítulo 5 Las capas invisibles
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Capítulo 6 Me vigilan img
Capítulo 7 Primer encuentro frío img
Capítulo 8 Lucía investiga el área restringida de la empresa img
Capítulo 9  Bruno le advierte a Lucía img
Capítulo 10 Tareas confidenciales img
Capítulo 11 Dudas y primeros cuestionamientos img
Capítulo 12 Bruno muestra su lado vulnerable img
Capítulo 13 Lucía observa la soledad de Bruno img
Capítulo 14 Bajo presión img
Capítulo 15 Amenaza interna img
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Capítulo 5 Las capas invisibles

El reloj marcaba las 18:03 de la mañana. Afuera, el cielo comenzaba a teñirse de un color gris pizarra, y en los ventanales del piso 27, los reflejos del interior parecían más nítidos que el mundo real.

Lucía se quedó sola en la sala común de su planta, fingiendo interés en una taza de té tibio. Su jornada había terminado hacía diez minutos, pero no tenía a dónde ir, y menos aún ganas de fingir que lo tenía. El ritual de los primeros días en una nueva unidad siempre era el mismo: estudiar el entorno. Memorizar rostros, ritmos, jerarquías tácitas. Descubriendo los márgenes del poder.

Fue entonces cuando los vio.

No era un grupo numeroso, apenas cuatro personas. Salieron de una puerta que Lucía no había notado antes, una sección sin señalizar, sin cámaras visibles. Caminaban con fluidez, casi sincronizados, como si supieran exactamente por dónde pasar para no ser observados. Pero no contaban con ella.

Lucía no apartó la vista. Fingía leer un informe en su tablet, pero su mirada los seguía por el rabillo del ojo. Eran distintos. Vestían igual que todos -trajes grises, zapatos impecables-, pero había algo en su porte, en sus miradas. No hablaban entre ellos. Ni una palabra. Ni un gesto.

Uno de ellos -una mujer de cabello negro recogido y perfil esculpido como mármol- giró levemente la cabeza. Por un instante, sus ojos se encontraron. Fue apenas un segundo. Pero bastó.

Lucía sintió el peso de esa mirada como una aguja. No era hostil. Era... evaluadora. Como si la estuvieran clasificando.

Lucía:

"No están asignados a esta planta. No pertenecen a ningún equipo operativo visible. Y, sin embargo, se mueven con autoridad. ¿Quién los protege? ¿Quién los necesita?"

Lucía sabía que en una corporación como NCA, el poder no siempre venía con títulos visibles. A veces, la verdadera influencia estaba en las sombras: en los nombres que no se pronunciaban, en los cargos que no figuraban en ningún organigrama.

Volvió a sentarse. Fingió concentración. Pero en realidad, su cuerpo estaba tenso, en alerta.

Horas después, en su apartamento estéril, mientras cenaba frente a una tabla de Excel que no necesitaba revisar, Lucía volvió a pensar en ellos. En su sincronía. En el leve giro de cabeza de aquella mujer. En la puerta sin rotular.

"¿Y si esto no es solo una corporación? ¿Y si aquí también se juega otro tipo de lealtad? Bruno sabría algo. Él conoce los pasillos invisibles. Debería preguntar. No. Aún no. No lo suficiente."

Pero la duda se había sembrado. Y con ella, un nuevo tipo de peligro: el del conocimiento no solicitado.

La mañana siguiente, Lucía tomó un desvío premeditado en su recorrido. Pasó junto a la puerta donde habían salido aquellos empleados. Detuvo su andar por un segundo. Ninguna identificación, ninguna ranura para tarjetas. Solo una superficie negra y lisa.

Suspiró. Volvió a caminar.

Mientras tanto, detrás de un cristal tintado desde el interior, dos ojos la seguían en silencio.

Cuando Lucía retomó su paso, con la mente aún atrapada en la imagen de aquella puerta sin marca, no percibió de inmediato que estaba siendo seguida por una cámara invisible. Pero lo estaba.

En una sala oscura, acondicionada para el monitoreo silencioso de empleados de interés, dos figuras observaban en una pantalla dividida en cuadrantes. Uno de los cuadrantes mostraba el rostro de Lucía en alta resolución: mirada firme, mandíbula apretada, pasos calculados.

-No está donde debería -dijo la mujer de cabello negro, sin apartar los ojos del monitor.

-Tampoco actúa como una recién llegada -respondió su compañero, un hombre delgado con expresión ascética y una voz carente de inflexión.

Eran dos de los cuatro que Lucía había visto la tarde anterior. Ahora estaban en otra fase: observando, registrando, midiendo. Su conversación era escasa, precisa, como un informe que se redactara con la boca.

-¿Perfil? -preguntó él.

-Psicóloga organizacional. Top tier. Sin vínculos externos. Alto nivel de autocontrol emocional. Sujeto de interés.

-¿Riesgo?

-Potencial.

La mujer deslizó sus dedos sobre la superficie táctil de la consola. Amplió la imagen del rostro de Lucía, congelada en el momento exacto en que había mirado hacia la puerta negra. Sus ojos decían más de lo que cualquier palabra podía transmitir.

-Ella ya vio algo -añadió.

-Lo que importa es lo que haga con eso.

Silencio.

Ambos sabían que en NCA no se castigaba por mirar. Se castigaba por actuar. Y Lucía, hasta ahora, solo había observado.

Pero había un brillo en su mirada que inquietaba. No era miedo. Era hambre de entender.

Y eso, en un lugar como ese, podía ser letal.

La pantalla volvió a su modo de vigilancia pasiva. En el pasillo, Lucía se alejaba sin saber que su imagen había sido congelada, amplificada y discutida. Que ya había cruzado una línea sin proponérselo.

En su oficina, Bruno Ortega miró el archivo que acababa de llegarle, marcado con un sello que no solía aparecer en su bandeja.

"Seguimiento interno – Nivel Interés 2: Lucía Vega"

Frunció el ceño. Cerró el documento de inmediato. No lo abrió. No aún.

Y, sin embargo, algo se agitó dentro de él.

Lucía. Bajo observación.

Su primera reacción fue profesional. Fría.

La segunda... no tanto.

Bruno Ortega permaneció inmóvil frente a su monitor, como si el informe recién llegado no fuera una alerta sino una condena. En la pantalla, su nombre figuraba como destinatario principal del archivo confidencial. El asunto: "Nivel Interés 2 – Seguimiento interno: L. Vega".

No necesitaba abrirlo. Sabía exactamente lo que contenía.

Lucía había cruzado una línea. No oficialmente. No de forma directa. Pero bastaba que alguien la hubiera notado merodeando por donde no debía. Eso, en NCA, era suficiente para levantar sospechas y marcar un nombre.

Un nombre que ahora, a él, le ardía en la lengua.

Se pasó la mano por la mandíbula, como si pudiera borrar el gesto de preocupación. Pero el gesto se quedó.

"Podría advertirla. Bastaría una frase. Un gesto. Podría decirle que tenga cuidado con dónde pone los ojos... que no todo lo que parece inofensivo lo es. Que hay puertas que, si se abren, ya no se pueden cerrar."

Se imaginó diciéndolo. En su tono más neutral, como si no fuera personal. Como si solo se tratara de una sugerencia más. Pero luego pensó en ella.

En su mirada aguda. En su silencio cortante. En su forma de procesar todo como si nada pudiera tocarla.

Y dudó.

"¿Cómo reaccionaría Lucía? ¿Se cerraría aún más? ¿Se defendería? ¿Me vería como un emisario de control? ¿Como una amenaza? O peor... ¿como alguien débil?"

Él no podía permitirse eso. No en ese lugar. No con ella.

El vínculo entre ambos era algo tan incipiente, tan frágil, que un mal paso lo desharía. Aún no confiaban el uno en el otro. Aún estaban atrapados en el equilibrio precario entre respeto profesional y una tensión que ninguno nombraba.

Bruno se levantó de su silla y caminó hacia la ventana. Las luces de la ciudad parecían lejanas, borrosas. Desde lo alto, todo era ajeno. Todo menos ella.

"¿Y si ella ya lo sabe? ¿Y si no necesita protección? ¿Y si advertirla la aleja más de mí que el silencio?"

Suspiró. Decepcionado de sí mismo.

Había tomado decisiones difíciles en su vida. Había callado verdades, encubierto crisis, ejecutado órdenes que lo vaciaron por dentro. Pero esta -esta pequeña decisión de no decir nada- se sentía más sucia que muchas otras.

No porque Lucía lo necesitara.

Sino porque, por primera vez en años, él deseaba ser algo más que funcional. Algo más que obediente.

Y, sin embargo, se sentó de nuevo, cerró el archivo sin marcarlo como leído y dejó que la maquinaria siguiera su curso.

No la advirtió.

No ese día.

Pero mientras apagaba el monitor, supo que había cruzado su propia línea invisible.

                         

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