Capítulo 5 En casa del profesor

Artem se despertó alrededor de la medianoche; Gatita le hacía cosquillas en el trasero. Él yacía boca abajo, empapado en sudor. El calor no daba tregua, y la brisa que entraba por la ventana abierta era cálida. El hombre sentía los labios de Gatita. Al principio ella lamió y besó con suavidad, mordisqueando sus nalgas. Luego las apartó y con la lengua penetró en su ano. A Artem le hizo cosquillas, le recorrieron escalofríos el cuerpo y se estremeció.

- Quédate quieto - susurró ella.

- Lo intento.

- ¿Te gusta?

- Creo que sí.

- Te va a encantar... - susurró ella mientras abría más sus nalgas y movía la lengua arriba y abajo por el esfínter, hasta introducirla en el ano. Se esforzaba por penetrar a Artem lo más profundo posible.

El hombre apenas podía recordar cuánto tiempo duró aquello. Le pareció una eternidad. Cerró los ojos, se relajó y empezó a disfrutar de las sensaciones. Gatita emitía sonidos tentadores.

Por fin ella se detuvo y se pegó con su cuerpo húmedo de sudor a su espalda. Artem notó que no llevaba ropa interior. Ella acercó los labios a su oreja:

- Te diré que mi lengua está oscura como el chocolate y está salvajemente cansada. Adoro el sabor de tu culo, Artem.

El hombre pudo percibir ese olor en su aliento.

- Ahora quiero lo mismo - dijo ella.

- ¿Con la lengua?

- No, con tu largo y firme miembro - respondió ella. - Quiero sentirlo hondo en mi culo.

- ¿De verdad lo deseas? - preguntó Artem.

- Ya lo sabes. Lo importante es que te guste a ti.

El hombre no perdió tiempo. Estaba listo. Gatita se deslizó de su cuerpo y se tumbó boca abajo - un vientre plano y delicioso con un aro dorado en el ombligo, - y levantó las nalgas blancas. Él vio un tatuaje en una de ellas, pero no pudo distinguirlo en la penumbra.

- Parece que no tengo lubricante - dijo Artem.

- Con saliva basta - respondió ella. - Venga, ya no puedo esperar...

El hombre escupió varias veces en su palma, embadurnó de saliva su miembro y su ano. Cuando introdujo la cabeza, el cuerpo de ella se tensó y exclamó algo como: "¡Oh, joder!"

- ¿Te duele?

- Ya sabes que sí, maldito follador.

- Puedo parar.

- ¡No! - exclamó ella. - Es un dolor placentero.

Artem avanzó aún más hondo. Ella no le pidió que se detuviera, pero gimió de dolor, y muy pronto su miembro quedó enterrado en ella hasta la raíz. El hombre comenzó a follarla, al principio despacio, pero acelerando el ritmo. Le pareció que Gatita se relajaba ligeramente, se metió la mano entre las piernas y se llevó a sí misma al orgasmo.

Pasado un tiempo, ella quiso cambiar de postura. Se dio la vuelta, se tumbó boca arriba, alzó las piernas y las apoyó en los hombros de Artem. Él vio el aro dorado en su labio vaginal.

- Mételo más profundo, cabrón maldito - dijo ella con voz grave.

- Sí... di palabras sucias, como ahora - susurró Artem.

- Mételo en mi culo - dijo ella- y fóllame como a una pequeña puta sucia.

Él lo hizo todo y dijo:

- Tienes la lengua muy sucia, jovencita.

- Así es - susurró ella. - La tengo toda pringada de mierda.

- ¿Te enseñó tu papi a hablar así?

- Me enseñó todo.

Cuando volvieron a hacer el amor, Gatita repitió monótonamente: "Fóllame, papi, así, fóllame, papi", luego: "Fóllame, demonio, fóllame", y otra vez "papi", y otra vez "demonio".

Se marchó al amanecer. Alrededor del mediodía, Artem llegó a la casa de Benjamín Iósifovich, deseando ardientemente contarle lo de la noche. Iba en bañador y sujetaba en la mano un tocho de libro. El verano pasado había leído ese enorme volumen sobre las putas y la caída moral del hombre. El sol brillaba intenso, prometía ser un día caluroso.

- Pasa - dijo Benjamín. - ¿Quieres beber algo?

El invitado rehusó.

Junto a la piscina estaban dos mujeres: una madura y otra muy joven. Ambas desnudas, bronceadas y rubias.

- ¿Quiénes son? - preguntó Artem.

- Angélica - respondió Benjamín- y su hija Vanessa.

- ¿Su hija?

- Sí.

- ¡Hostia, cuántos años tiene? - los pechos de la chica apenas se veían; desde la distancia Artem no distinguía si tenía vello púbico, a diferencia de la madre, que presentaba un mechón rubio hasta la cintura.

- Dieciocho. Una belleza, ¿no?

- Benjamín - dijo Artem.

Éste levantó la mano en señal de calma:

- Tranquilo, amigo. No pienso follármela. Ahora bien, la madre...

- Ah, otra más...

- Ella también está dispuesta, pero de una manera más "adulta", a diferencia de nuestra preciada estu-pendocolega.

- ¿Cuántos años tiene?

Él encogió de hombros:

- Cuarenta.

- Una edad estupenda.

Artem respiró hondo:

- No hay nada más hermoso que ver corretear desnudas alrededor de tu piscina a madre e hija.

- Sí, un espectáculo digno - observó Artem.

- La madre cree en las fuerzas de la naturaleza y le inculca esa filosofía a su hija...

- ¿Nudista?

- En cierto modo, sí.- Por cierto, acerca de Gatita - dijo Artem. - Tuvimos una noche increíble. Y una mañana...

- Cuéntame.

El invitado empezó a relatar, omitiendo algunos detalles.

- Hm - dijo Benjamín. - Parece que es hora de explorar otros lugares. ¿Probaste su "rayita"?

- Sí.

- ¿Y qué te pareció?

- ¿Y tú qué crees? - respondió Artem, y luego describió el aro dorado en su entrepierna.

- Maravilloso - comentó él.

- Dime - pidió Artem- por qué haces con ella lo que quieras, pero no la penetras.

- Verás, es difícil de explicar...

- ¿A quién no folias? - se oyó una voz femenina.

Artem se volvió. Una rubia desnuda y bronceada se acercaba a ellos.

                         

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