Capítulo 3 La novia indeseada

Narrador omnisciente

-¿¡Qué hiciste, abuelo!?

La voz de Marlon resonó por todo el salón como un disparo. Su tono no era de sorpresa, sino de furia contenida.

-Te conseguí una esposa -respondió el anciano con total frialdad, sin apartar la vista del periódico-. Era hora de que sentaras cabeza.

-¿Una esposa? ¡¿Compraste a una chica para mí como si fuera un auto usado!?

-No seas dramático. Es un acuerdo. El padre de la muchacha tenía una deuda conmigo. Ya está saldada.

Marlon caminaba de un lado a otro, con los puños cerrados. Su mandíbula apretada dejaba ver que estaba a punto de explotar.

-¿Y pensaste que iba a decir "gracias" por tu regalo envenenado?

-Pensé que podrías, al menos, fingir interés. No es tan fea -añadió con desdén-. Y tiene buenos modales. Es callada. Útil.

-No es un objeto.

El abuelo levantó la vista por primera vez. Su mirada era dura como el mármol.

-En esta familia no hay lugar para la debilidad, Marlon. Todo lo que tenemos, lo tenemos porque aprendimos a tomar decisiones. Ella ya está aquí. Y te guste o no, se casará contigo.

-¿Y si me niego?

-Te desheredo. Y no olvides que esa empresa que tanto te importa lleva mi nombre.

Silencio.

Marlon sintió que la garganta se le cerraba. Todo su cuerpo ardía de rabia. Pero detrás de la rabia, se escondía algo más: miedo. Miedo a perder todo lo que había construido con esfuerzo, miedo a que su vida dejara de ser suya por completo.

-Quiero hablar con ella -dijo finalmente.

-Perfecto. Está en la habitación del ala este. No la asustes. Ya tiene suficiente con saber que eres su futuro marido.

Marlon apretó los dientes y salió sin decir más. El pasillo que lo llevaba a ella se sentía eterno. No sabía qué decirle. No sabía si pedirle perdón o simplemente gritar su frustración.

Cuando abrió la puerta, Ángel estaba sentada en la cama, con la mirada perdida en el ventanal. Se giró lentamente al escucharlo entrar.

Ambos se miraron.

Dos desconocidos.

Dos prisioneros del mismo trato.

Marlon fue el primero en hablar.

-No quiero esto.

-Yo tampoco -respondió Ángel con voz firme, aunque sus ojos hablaban de miedo.

Por primera vez, ambos sintieron que tal vez no estaban tan solos como creían.

                         

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