/0/16935/coverbig.jpg?v=d120edfc595220e29f599bab7a546f88)
Sus manos la rodearon con un toque tan suave que fue más devastador que cualquier fuerza bruta. Vanessa ni siquiera tuvo tiempo de comprender lo que ocurría; su cuerpo ya había sido atraído hacia el calor primitivo del suyo. Un brazo poderoso la ceñía contra el muro de músculos tensos, mientras la otra mano se apoderaba de su nuca con autoridad. Su cabeza fue inclinada hacia atrás, y entonces su boca cayó sobre la de ella.
Fue como una descarga. Su primer impulso fue resistirse, endurecerse en sus brazos. Dio un paso atrás, pero él la sostuvo con más fuerza, más posesivo, dejándole claro que estaba atrapada. Podía sentir la magnitud de su cuerpo, la firmeza implacable de sus brazos, el dominio sin palabras que ejercía sobre ella. Cada vez que intentaba hablar o protestar, él aprovechaba sus labios entreabiertos para hundirse más, para invadir con una maestría que la desarmaba por completo.
Una sacudida profunda, involuntaria, peligrosa recorrió su espina dorsal. Giró la cabeza para evadirlo, pero su boca era una tormenta de sensaciones: cálida, firme, devastadoramente dulce. No era solo un beso, era una afirmación, una promesa, una advertencia. Nunca pensó que los labios de un hombre pudieran tener sabor. Ni que su cuerpo, fiel a su mente racional, pudiera traicionarla de una forma tan íntima y receptiva.
Cuando se separaron, él tenía una sonrisa trémula, peligrosa, en los labios. Ella lo sujetó de los brazos, aún temblando.
-¿Estás tratando de comprometerme? -susurró contra su boca Vanessa, sus labios descendieron por su barbilla y se deslizaron hasta su cuello, provocándole un estremecimiento al italiano.
-¿Es acaso tan obvio?
Vanessa rió suavemente contra su piel antes de apartarse con decisión. Dio dos pasos atrás, y en ese pequeño movimiento, desestabilizó algo más profundo que su equilibrio físico.
-Sé cuánto están apostando. Y si voy a dejar que me atrapes, quiero algo de esos diez millones. Sería un acto de buena fe -dijo con una sonrisa que no tocó sus ojos.
Él frunció el ceño, desconcertado. No entendía, se dijo a si mismo que tendría que averiguar quién se atrevería a apostar sobre su mujer.
-Estás algo desactualizado, Damian. Necesitarás a la siguiente generación si pretendes liderar la familia -replicó cruzando los brazos, lo que acentuó deliberadamente sus pechos, donde la mirada de él se quedó fijada.
Él se acercó, colocó un mechón de su cabello detrás de la oreja y le susurró con voz áspera:
-Si quisiera, nos casaríamos esta noche. Y no podrías negarte. Te crees especial, Vanessa, pero tu opinión... no pesa nada.
El aire se volvió más tenso cuando Henry, el guardaespaldas, dio un paso al frente, con la mano ya tanteando un cuchillo escondido en su chaqueta.
Damian ni se inmutó. Le lanzó una mirada gélida que podría haber detenido un corazón.
-Tranquilo, Henry, solo está jugando -dijo Vanessa con tono ácido -Adelante, Damian. Te reto a hacerlo -añadió, mirándolo directamente a los ojos-. Recuerda que estaremos juntos el resto de la vida. Y tú protección solo durará mientras mi padre respire. Créeme, no vivirá mucho.
Damian ajustó su traje con calma calculada.
-Cuando nos casemos... el personal cambiará. No deberían encariñarse demasiado- Damian se había dado cuenta de la forma posesiva en que Henry la miraba, era obvio que estaba interesado en ella como mujer y no como protegida.
-Qué gracioso eres -Vanessa apoyó una mano en su hombro, con una sonrisa glacial-. Desde luego que mis personas de confianza se quedan. Si no, tendremos muchos funerales. Espero que no estés muy apegado a tu séquito, porque cuando veas lo que les haré, ni siquiera tendrás tiempo de pestañear. Ahora... sonríe, la gente nos está mirando.
Fingió quitarle una mota invisible del saco mientras lo observaba con una mezcla de lástima y burla. Damian estaba fascinado. Nunca había conocido a una mujer que se burlara de él con tal descaro mientras lo amenazaba de muerte con una sonrisa perfecta.
-Muy bien -aceptó él finalmente-. Cada uno jugará su juego, siempre y cuando me des un hijo.
Levantó su copa con elegancia, saludando a los asistentes del otro lado del salón, consciente de que cada mirada estaba clavada en ellos.
Vanessa sintió la mano de Damian deslizándose por su cintura. El roce de su piel desnuda bajo el vestido le provocó un corrientazo eléctrico.
-¿Un hijo? -susurró, desconcertada.
-Eso negociabas con Eric, ¿no? Si puedes tenerlo con él, puedes tenerlo conmigo.
Ella se echó a reír.
-Eric es el tercer varón en su familia. No le darán nada de los negocios porque sus hermanos ya se hicieron cargo, por eso necesita un hijo, para heredar a través del abuelo algo decente. ¿Pero tú? ¿Para qué querrías uno?
-¿Acaso no crees que nuestros hijos serían hermosos?
Vanessa sintió el calor subiendo por su rostro. Damian lo notó. Sospechó entonces algo que lo sacudió por dentro: ¿Era virgen? Se dijo que tenía que confirmarlo.
Intentó soltarse, pero él no la dejó. Solo cuando se relajó contra su cuerpo, lo miró con firmeza.
-Solo tendría un hijo si amara profundamente a esa persona.
-¿Amas a Eric?
-Sí. Lo conozco desde que aprendí a caminar. Ha estado siempre en mi vida -se acercó a su oído y añadió-: También fue el primero en todo. No sería raro que le diera un bebé.
El cuerpo de Damian se tensó con rabia irracional. La idea de otro hombre tocando su piel, grabado en su historia, lo enloquecía. El deseo de poseerla, de arrancar cualquier huella de Eric de su ser, se volvió una necesidad vital. Su control se desmoronaba.
-¿Así? Todos tienen un precio. Nombra el tuyo.
Vanessa lo miró con tristeza.
-¿Acaso sabes lo que es amar a alguien? ¿Qué clase de vida tuviste para pensar que todo se puede comprar? No me interesa nada de lo que puedas ofrecerme. No obtendrás nada de mí.
Trató de soltarse de nuevo, esta vez lo logró. Damian no se lo impidió. La observó intensamente, como si intentara memorizar cada gesto de su rostro.
-Piensa en el precio de ese hijo.
Tomó un sorbo de su bebida, se dio la vuelta y se alejó, dejándola paralizada, con la respiración entrecortada y el corazón desbocado.
Damian sonrió mientras caminaba. Estaba decidido: la poseería. Hablaría con su padre. Prepararía la boda. Y disfrutaría cada segundo del caos que desataría el día que ella entendiera que el juego... ya estaba perdido.