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La luz del amanecer filtraba tímida entre las cortinas. El aire estaba impregnado de deseo evaporado, pero en el pecho de Vanessa, algo se había enfriado. El calor de la noche anterior, los suspiros compartidos, la fragilidad expuesta... ahora solo eran un recuerdo encerrado entre sábanas revueltas.
Detestaba que fuera obligada a casarse, incluso si parecía ser un hombre encantador en la cama.
Deslizó con cuidado la sábana, se sentó al borde de la cama, y contempló por unos segundos el perfil dormido de Damian. Increíble cómo podía verse tan sereno, tan humano, después de tanto caos, había escuchado rumores sobre quien era, tenia una reputación despiadada, muchas personas pensaban que no tenia siquiera sentimientos, su propio padre le daba palizas delante de sus hombres y él ni siquiera podía gritar.
Pensó en el dolor que cargo como niño, y ahora tenía una posición de poder.
Tomó una de sus camisas -aún con su aroma-, se la puso sin sujetador y sin preocuparse por más. Bajó las escaleras, descalza, con el cabello alborotado y la mente revuelta. La casa estaba en silencio, elegante y vacía. Se sintió extrañamente fuera de lugar... como una actriz sin guion en una escena que no le pertenecía.
En la cocina, empezó a preparar café y algo de desayuno. Nada demasiado elaborado; necesitaba tener las manos ocupadas. Fue entonces cuando tocaron la puerta.
-¿Tan temprano, ya están molestando? -musitó, frunciendo el ceño.
Abrió. Henry apareció con una sonrisa cautelosa y una bolsa de pan artesanal de la panadería que ella amaba.
-¿Te desperté? - pregunto con un tono inocente.
-Me desperté sola -respondió ella, dejándolo entrar.
Sin decir más, él entró con familiaridad. Se puso a su lado mientras ella batía huevos distraída. Henry se le unió con el café, y trabajaron en silencio un par de minutos, hasta que él rompió la calma, incapaz de contener sus pensamientos.
-Estás más fría hoy... ¿Estás bien?
Ella bajó la mirada al sartén, sin estar segura de que contestar.
-Estoy procesando. Anoche... fue intenso. Pero no todo lo que brilla quema. No del mismo modo.
Él se apoyó en el mesón, sin quitarle los ojos de encima.
-Vanessa... Sabes que, si algo va mal, puedes decírmelo, ¿no?
Ella asintió, sin mirarlo. Luego, con una sonrisa traviesa, dijo:
-Cuando termine esta farsa de luna de miel, haré un par de cambios por aquí. Tal vez... reformar la casa. Reformar al marido.
Henry la miro atentamente.
-¿El llego a lastimarte a noche?
Vanessa se sintió mortificada por la pregunta, el rubor cubrió sus mejillas.
-El fue gentil- contesto con un hilo de voz.
-¿Y? - el esperaba que ella continuara hablando.
Ella volvió a ruborizarse.
Henry se rió suavemente, aunque sus ojos estaban llenos de preocupación.
-¿Y tú...? ¿Qué es lo que realmente sientes por él?
Ella se giró para mirarlo. La camisa de Damian le quedaba apenas abotonada, una pierna desnuda asomaba por el dobladillo, provocativa sin proponérselo. Un mechón rebelde se le deslizaba por la mejilla. Henry levantó una mano, lento, casi en cámara lenta, y se lo colocó detrás de la oreja, acariciándola sin querer.
Y entonces, la voz rasposa y contenida de Damian cortó el aire como una navaja.
-Quita tus manos de mi esposa. Ahora.
Henry se tensó, pero no se movió de su posición. Vanessa dio un paso atrás, pero no de miedo, si no por instinto, algo le decía que la situación podría escalar rápidamente a cosas insospechadas. Damian estaba en la entrada de la cocina, en pantalón de pijama, sin camiseta, el torso marcado y los ojos inyectados de celos, claramente.
Vanessa pensó que era una vista muy sexy, si no fuera porque ahora era el objeto de su rabia.
-No me hagas repetirlo, Henry. La próxima vez que la toques, te mato.
Henry alzó las manos en una posición defensiva, pero no se apartó. Ambos hombres quedaron pecho contra pecho en un abrir y cerrar de ojos, respirando con rabia contenida.
Vanessa, impasible, se cruzó de brazos, luego cruzó las piernas con total intención mientras se sentaba en una de las sillas del mesón.
-¿Ya terminaron la danza de testosterona? Porque el desayuno se enfría- sentencio ella dándole una mordida al pan.
Damian no apartaba la mirada de Henry.
-Él no vuelve a poner un pie en esta casa- amenazo finalmente Damian.
-Tranquilo, -dijo ella, bebiendo su café, restándole importancia a la situación- solo me ayudó a cocinar. Somos cercanos, sí. Pero si vas a empezar nuestro matrimonio con desconfianza, hazlo con estilo. Yo prefiero los celos que terminan en sexo salvaje... no en amenazas de muerte.
Damian, aún sin soltar a Henry, exhaló fuerte. Luego, empujó su pecho con fuerza y dijo sin apartar la vista:
-Fuera. Estás prohibido en esta casa.
Henry, con orgullo herido y sin otra opción, salió sin mirar atrás. Su corazón estaba apretándose contra su pecho, le costaba mucho respirar, amaba a Vanessa profundamente y ahora se encontraba con un idiota, tan primitivo como para sentir celos de cualquier contacto que tengan con su esposa.
Damian se giró hacia Vanessa, molesto... pero ya su mirada había descendido para examinar su cuerpo. Ella tenía una pierna cruzada, la camisa subida apenas lo justo para que su imaginación hiciera el resto. Él tragó saliva, estaba en problemas, deseaba a esa mujer con cada fibra de su ser, se convertiría en un cavernícola al lado de ella.
-¿Vamos a hablar de anoche? - pregunto con voz precavida.
Vanessa sonrió como si estuviera al mando de la situación.
-Podríamos estar haciéndolo sobre este mesón, si no fueras un idiota- fue toda la respuesta que le dio.
Se puso de pie, le dio una palmada en el pecho al pasar y se alejó rumbo a otra habitación de la casa. Damian se quedó ahí, clavado, debatiéndose entre el orgullo herido, la furia contenida... y el deseo desbocado. No sabía si debería perseguirla, tomar el desayuno que le preparo o dejar pasar la situación. Se aferro al mesón de la cocina por lo que le pareció una vida. Maldito Henry, pensó. Pero hubiera querido saber la respuesta a la pregunta que ese estúpido hizo, sentía celos de la forma despreocupada en que hablaba con ella.