Mi Muerte Falsa
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Capítulo 3

Isabella regresó a casa a la mañana siguiente, fresca como una lechuga.

Mateo la esperaba en la sala.

Ella se acercó a besarlo. Él giró la cara.

"¿Qué te pasa?" preguntó ella, frunciendo el ceño.

"Tu perfume," dijo Mateo, la voz áspera. "Hueles a él."

Un perfume barato, almizclado. El de Ricardo.

Isabella se puso pálida.

"No sé de qué hablas. Estuve con Camila."

Mateo no insistió. Sabía la verdad.

Ella intentó cambiar de tema, nerviosa.

"Vi tu avatar en redes, ¿qué es esa foto sugerente con Ricardo?" preguntó él, como quien no quiere la cosa.

La había visto la noche anterior, una foto de ellos dos, muy juntos, en el perfil de Ricardo.

"¡Ay, eso! Fue un hackeo gracioso de unos amigos de la banda. Ya la quité," mintió ella rápidamente.

"¿Y el desayuno que me preparaste?" continuó Mateo, señalando la cocina. "No lo encuentro."

Ella había dicho que le dejaría algo.

"Oh, eh... se me quemó. Lo siento," balbuceó.

Mentira tras mentira.

Mateo sentía cómo el amor se convertía en cenizas.

Unos días después, Isabella anunció con entusiasmo:

"¡Mi amor, tengo un viaje de negocios importantísimo a Buenos Aires! Cerraré un gran trato."

Mateo la miró. Buenos Aires. Cerca de Mendoza.

"Qué bien," dijo él, sin emoción.

Mientras ella hacía la maleta, él esperó a que saliera de la habitación.

Revisó discretamente el equipaje.

No solo encontró lencería provocativa, de esa que nunca usaba con él.

También había entradas para un concierto de la banda de Ricardo en Mendoza.

Y una reserva en un hotel boutique para dos personas a nombre de "I. Montoya y acompañante".

La rabia y el dolor luchaban en su interior.

Pero se mantuvo frío. Tenía un plan.

Recordó todas las veces que ella había tenido "viajes de negocios".

Tantas excusas, tantas mentiras que él había creído ciegamente.

Se sintió un idiota.

Pero ya no más.

Estaba preparando su propia partida.

Revisaba mapas de la Patagonia, coordinaba con los contactos de su madre.

La logística de una desaparición era compleja.

Pero la idea de escapar de esa vida falsa le daba fuerzas.

Una noche, recibió una llamada.

Un número desconocido. Era tarde.

"¿Señor Valdivia?"

"Sí, ¿quién habla?"

"Somos de la comisaría de Valparaíso. Su esposa, Isabella Montoya, está detenida."

Mateo sintió un vuelco. ¿Qué había hecho ahora?

                         

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