Capítulo 3

Sofía sintió una punzada de inquietud.

La frialdad de Mateo, su desapego.

Era nuevo, alarmante.

Pero lo desechó.

Seguro era otra de sus tácticas para llamar la atención.

Mientras tanto, Mateo llegaba a la mansión Herrera.

La casa que una vez sintió como un hogar, ahora una prisión dorada.

Subió a su habitación, la que compartía con Leo.

Sacó una caja vieja.

Cartas de amor, fotos, pequeños regalos.

Recuerdos de un tiempo feliz, ahora dolorosos.

Los arrojó a la chimenea.

Un recuerdo amargo surgió.

Poco después del accidente de Sofía.

Ella en el hospital, confundida.

Ricardo a su lado, susurrándole mentiras.

"Yo soy tu novio, Mateo te abandonó."

"Él solo quiere tu dinero."

Mateo había intentado hablar con ella, explicarle.

Pero Sofía, influenciada, lo rechazó.

"No te conozco. Vete."

La desesperación de Mateo en esos días era un abismo sin fondo.

Había confiado en que el amor de Sofía sería más fuerte que la amnesia.

Se equivocó.

Ella nunca lo amó lo suficiente.

No lo suficiente para dudar de las mentiras de Ricardo.

No lo suficiente para buscar la verdad en su propio corazón.

Esa comprensión fue la herida más profunda.

Las llamas consumían los recuerdos.

Carmen, el ama de llaves, entró corriendo.

"¡Señor Mateo! ¿Qué hace?"

Intentó sacar las cartas del fuego.

"Estos eran los tesoros de la señorita Sofía. Los guardaba con tanto cariño antes..."

Antes del accidente.

Antes de que Ricardo le lavara el cerebro.

"Esa Sofía ya no existe, Carmen", dijo Mateo con voz hueca.

"La mujer que yo amaba murió en ese accidente."

Carmen lo miró con tristeza.

Ella sabía la verdad.

Siempre había apreciado a Mateo, como el difunto padre de Sofía.

Pero no podía hacer nada.

Mateo observó las últimas cenizas.

Se sentía vacío.

Pero también, extrañamente, libre.

La decisión estaba tomada.

No había vuelta atrás.