Capítulo 4

La noche cayó, trayendo consigo una tormenta furiosa.

Relámpagos iluminaban la habitación de Leo.

El niño ardía en fiebre.

Mateo lo acunaba, desesperado.

Necesitaba llevarlo al hospital.

Pero no tenía coche.

Sofía le había quitado las llaves hacía semanas.

"Un mantenido como tú no necesita conducir mi coche."

Sus palabras crueles resonaban.

Miró por la ventana.

Las calles estaban inundadas.

Un coche lujoso pasó lentamente.

El coche de Sofía.

Con Ricardo al volante.

Mateo salió corriendo bajo la lluvia torrencial, con Leo en brazos.

"¡Sofía! ¡Ricardo! ¡Ayúdenme! ¡Leo está muy enfermo!"

Gritaba, agitando los brazos.

El coche se detuvo.

Sofía bajó la ventanilla, su rostro impasible.

"¿Qué quieres, Mateo? ¿No ves que estamos ocupados?"

"¡Es Leo! ¡Tiene fiebre muy alta! ¡Necesito llevarlo al hospital!"

Ricardo sonrió con malicia desde el asiento del conductor.

Sofía miró a Leo con frialdad.

"Ese niño solo es un trámite para contentar a la familia. El hijo de Ricardo es mi prioridad ahora. Él también se siente mal."

Cerró la ventanilla.

El coche arrancó, salpicando a Mateo con agua sucia.

Mateo se quedó allí, temblando de rabia y desesperación.

La indiferencia de Sofía hacia su propio hijo.

Era monstruoso.

Sintió un frío glacial en el pecho, más intenso que la lluvia.

Un taxista se detuvo a su lado.

Un hombre mayor, con rostro amable.

"¿Necesita ayuda, joven? Ese niño se ve muy mal."

Mateo asintió, incapaz de hablar.

Subieron al taxi.

"Esa mujer...", murmuró Mateo, "es su madre."

El taxista lo miró por el retrovisor, con compasión.

"Hay gente que no merece tener hijos."

En un semáforo, alcanzaron el coche de Sofía.

Ella y Ricardo reían, ajenos a todo.

Sofía lo vio.

Su expresión fue de puro desprecio.

Mateo apartó la mirada.

Ya no sentía dolor. Solo un vacío helado.