Sofía de la Garza tamborileaba con impaciencia sus uñas perfectamente cuidadas sobre la mesa de mármol de la cafetería de lujo en Polanco.
Miró su reloj Rolex por décima vez.
"Esa mosquita muerta de Eli ya debería haber llegado," murmuró, irritada.
Eli apareció diez minutos después, serena, con una calma que desconcertó a Sofía.
"Llegas tarde," espetó Sofía.
"Sí," admitió Eli, sentándose frente a ella. "Estaba ocupada asegurándome de que mi futuro no dependiera de hombres como Ricardo."
Sofía se levantó de un salto, con la intención de abofetearla.
"¡Insolente!"
Pero Eli, con un movimiento rápido y preciso aprendido en años de cargar sacos de agave en la parcela de su padre durante las vacaciones, le sujetó la muñeca.
La fuerza en el agarre de Eli sorprendió a Sofía, quien retrocedió un paso, desconcertada.
Eli la soltó con suavidad.
"No te molestes, Sofía. No vale la pena."
Observó cómo la ira en el rostro de Sofía se transformaba en una mueca de desconcierto.
"Tú... no eres la tonta sumisa que recuerdo," dijo Sofía, reevaluando a su oponente.
Eli sacó un sobre de su bolso y lo deslizó sobre la mesa.
"Aquí está lo que necesitas."
Sofía lo abrió con curiosidad. Eran los papeles de divorcio. Ya firmados por Eli.
"Quiero el divorcio," dijo Eli, su voz firme. "Y lo quiero rápido y sin escándalos."
Sofía contuvo una sonrisa de triunfo. Esto era más fácil de lo que pensaba.
"¿Y cuáles son tus condiciones?" preguntó, tratando de parecer indiferente.
"Dos cosas," explicó Eli. "Primero, quiero todas mis pertenencias personales fuera de esa casa. Sin que falte nada. Segundo, necesito que Ricardo firme estos papeles. Pero tiene que ser discreto. Muy discreto."
Sofía frunció el ceño.
"¿Discreto? ¿Por qué? Si ambos quieren el divorcio..."
Eli suspiró.
"Ricardo tiene una regla familiar. Los Montoya no se divorcian. Sería un escándalo que afectaría la imagen de la tequilera. Intenté hablar con él sobre esto hace un año, cuando aún sentía algo por él. Se negó rotundamente. Dijo que prefería mantenerme como una esposa de adorno antes que manchar el apellido Montoya."
Su voz se tiñó de una vieja amargura.
"Pero esta vez es diferente," continuó Eli, su mirada endureciéndose. "Esta vez, no me importa su apellido ni su imagen. Si no firma, me encargaré de que el escándalo sea aún mayor. Créeme, Sofía, tengo material para hundirlo a él y a tu reputación de 'amor verdadero'."
Dejó que la amenaza flotara en el aire.
"Así que, tú te encargarás de que firme. Es tu única oportunidad de tenerlo sin que yo sea una sombra constante. ¿Entendido?"
Se levantó, dejando a Sofía con los papeles y una expresión pensativa.
En el penthouse, Ricardo probó la cena que Consuelo le había servido.
Era un platillo sofisticado, de algún restaurante de moda.
No le gustó.
"Consuelo, ¿qué es esto? Sabe... artificial."
"Es lo que pidió la señorita Sofía, joven Ricardo. Yo solo transmití la orden."
"¿Y Eli? ¿Ella no dejó nada preparado?"
Consuelo dudó un momento.
"La señorita Eli solía cocinar para usted todos los días, joven Ricardo. Conocía todos sus gustos. Incluso dejaba preparadas las infusiones que le ayudan a dormir."
Ricardo se quedó en silencio.
De repente, se dio cuenta de la magnitud de las pequeñas cosas que Eli hacía por él, cosas que él nunca había valorado.
Un vago sentimiento de inquietud comenzó a crecer en su pecho.