Una semana después, con la pierna todavía enyesada pero con el alta médica, regresé a lo que quedaba de mi casa.
Estaba inhabitable. Me fui a casa de mis padres.
Allí recibí dos documentos importantes. El primero, el certificado oficial de divorcio. El segundo, la confirmación final de mi beca, con fecha de inicio en Bogotá para el mes siguiente.
Le pedí a mi padre que me llevara al pueblo. Necesitaba cerrar un último capítulo.
Carlos estaba en la oficina de la cooperativa, rodeado de papeles y mapas. Se veía cansado, pero con un aire de importancia.
Cuando me vio entrar, apoyada en muletas, se sorprendió.
"Isa, ¿qué haces aquí? Deberías estar descansando."
"Vine a despedirme, Carlos," dije, mi voz firme. "Me voy a Bogotá. Tengo la beca."
Él parpadeó. "¿La beca? Pero... ¿y nosotros?"
"No hay 'nosotros', Carlos. Aquí está mi copia del divorcio." Se la puse sobre el escritorio. "Y aquí la tuya." Le entregué el sobre que me había llegado.
Lo abrió lentamente. Sus ojos recorrieron el documento. Su rostro palideció.
"Pero... yo rechacé un traslado a la oficina central en Bogotá," balbuceó. "Le dije a mi jefe que no podía irme porque tú estabas aquí, porque teníamos que arreglar nuestra casa, nuestra vida."
"Pues parece que tomaste una mala decisión," respondí, encogiéndome de hombros. "Que te vaya bien con tus prioridades, Carlos."
Me di la vuelta y salí de la oficina, sin mirar atrás.
El viaje a Bogotá fue largo, pero cada kilómetro me alejaba de un pasado que ya no me pertenecía.
Encontré una pequeña habitación en arriendo en casa de una señora amable, cerca de la universidad y del colegio donde empezaría a trabajar como maestra mientras estudiaba mi maestría.
La ciudad era enorme, ruidosa, anónima. Perfecta para un nuevo comienzo.
Los primeros meses fueron intensos. Estudio, trabajo, adaptarme a un nuevo ritmo de vida.
En el colegio conocí a Andrés Jiménez, otro profesor. Al principio fue amable, colaborador. Luego, su amabilidad se volvió insistente.
Comenzó con invitaciones a tomar café que yo rechazaba cortésmente. Luego, aparecía "casualmente" en los lugares que yo frecuentaba.
Empecé a recibir regalos anónimos en mi casillero del colegio: flores que se marchitaban demasiado rápido, notas con frases extrañas, poemas que me inquietaban.
Sospechaba de Andrés, pero no tenía pruebas.
Un día, en una librería del centro, buscando textos para mi maestría, resbalé con el piso recién encerado.
Unas manos firmes me sujetaron antes de que cayera.
Levanté la vista, agradecida. Y me encontré con los ojos de Carlos.
Estaba más delgado, con ojeras, pero era él.
"¿Estás bien?" preguntó, su voz ronca.
"Sí, gracias," respondí fríamente, soltándome de su agarre. Me di la vuelta y me alejé rápidamente.
Habían pasado casi seis meses desde que me fui del pueblo. ¿Qué hacía él aquí?
Unos días después, saliendo del colegio, Andrés me abordó en la calle. Estaba agitado, casi agresivo.
"Isabela, tenemos que hablar. Sé que sientes algo por mí."
"Andrés, por favor, déjame en paz," dije, intentando esquivarlo.
En ese momento, Carlos apareció de la nada. Se interpuso entre Andrés y yo.
"¿Algún problema?" le preguntó Carlos a Andrés, su tono amenazante.
"Solo somos colegas conversando," dije rápidamente, antes de que la situación escalara.
Miguel Torres, un joven estudiante universitario, hijo de mi casera, que a veces me acompañaba por seguridad, llegó en ese instante.
"Isa, ¿todo bien?" preguntó, mirando con desconfianza a Andrés y a Carlos.
"Sí, Miguel, todo perfecto. Vámonos."
Me alejé con Miguel, dejando a Carlos y Andrés mirándose con hostilidad.
Mi padre vino a visitarme unas semanas después. Estaba preocupado por las noticias del acoso que le había contado por teléfono.
Un domingo, mientras paseábamos por el parque, vio a Carlos observándome desde lejos.
"Isa, ¿quién es ese hombre?" preguntó mi padre, con el ceño fruncido. "Me parece conocido."
"Nadie importante, papá," mentí. "Un antiguo conocido del pueblo. No te preocupes."
No quería alarmarlo más. Pero la presencia de Carlos en Bogotá, sumada al acoso de Andrés, me llenaba de una creciente inquietud.