La fiesta patronal del pueblo era un torbellino de música, gente y olores a comida.
Sofía se dio cuenta rápidamente del plan de Lucía.
La había traído para torturarla. Para que fuera testigo de la "intimidad" entre ella y Alejandro.
Alejandro, normalmente tan reservado, permitía que Lucía se colgara de su brazo.
Sofía recordó la vez que, accidentalmente, rozó su mano con la de él mientras le pasaba unas riendas. Él la había retirado como si se hubiera quemado.
Ahora, Lucía apoyaba la cabeza en su hombro, y él no se movía.
Si un vendedor ambulante tropezaba y casi derramaba su bebida sobre Lucía, Alejandro la apartaba con suavidad y le decía al vendedor con calma: "Más cuidado, amigo."
Si Sofía hubiera estado en el lugar de Lucía, Alejandro la habría reprendido por estar en medio.
Lucía bebía directamente de la botella de agua de Alejandro.
Sofía recordó la vez que, muerta de sed después de trabajar en el campo, le pidió un poco de agua. Él le había señalado la bomba comunal.
Se convirtió en una observadora silenciosa. Alejandro y Lucía reían, compartían secretos al oído.
Él, que odiaba las fotografías, accedió cuando Lucía le pidió una selfie.
"Sofía, ¿puedes tomarnos la foto?" pidió Lucía, tendiéndole su teléfono.
Sofía tomó el teléfono, encuadró y disparó. Les devolvió el aparato sin decir palabra.
Alejandro la miró, extrañado. Esperaba una escena, un comentario sarcástico.
Pero Sofía estaba tranquila. Demasiado tranquila.
"Deberían tomarse una foto ustedes dos," sugirió Lucía con malicia. "Sofía siempre te ha admirado, Alejandro."
Él la miró fríamente. "No es necesario. No me interesa de esa manera."
Pero esta vez, Sofía sintió algo diferente. Una especie de... alivio.
Ya no le importaba. De verdad.
Una tormenta repentina se desató. La lluvia caía a cántaros. La gente corría a refugiarse.
"Esperen aquí," dijo Alejandro. "Voy por la camioneta."
Le dio su chaqueta de charro a Lucía para que se cubriera.
A Sofía, nada.
Apenas Alejandro se alejó, Lucía se volvió hacia Sofía, una sonrisa triunfante en su rostro.
"¿Ves? Él me prefiere. Siempre lo ha hecho. Ríndete, Sofía."
Estaban cerca de un pequeño río que ahora crecía rápidamente con la lluvia.
De repente, Lucía gritó.
Una serpiente de cascabel la había mordido en el tobillo.
En su pánico, Lucía sacudió la pierna violentamente, arrojando la serpiente directamente hacia Sofía.
Antes de que Sofía pudiera reaccionar, sintió un dolor agudo en la pantorrilla.
La serpiente la había mordido también.
El mundo empezó a dar vueltas. Se desmayó.
Recuperó la conciencia brevemente. Estaba en una camilla improvisada en el puesto de primeros auxilios del pueblo.
Escuchó voces urgentes.
"Dos mordeduras. Cascabel."
"Solo tenemos una dosis de suero antiofídico."
"La de la señorita Mendoza no parece tan grave, pero la otra... la señorita Herrera está muy mal. Necesita el suero urgentemente."
Entonces escuchó la voz de Alejandro, tensa.
"Yo tengo el suero. Lo traje de la hacienda por si acaso."
Un momento de silencio.
Luego, la voz de Alejandro, firme, clara, resonando en la pequeña carpa.
"Dénselo a Lucía primero."