Amor Verdadero Tardío
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Capítulo 2

El corazón de Sofía latía con fuerza. Dolor. Humillación.

Pero se obligó a salir de la ducha, a vestirse con manos temblorosas.

Cumpliría sus órdenes. Siempre lo hacía, a pesar de su rebeldía interna.

Alejandro la esperaba fuera, en el pasillo. Su rostro, una máscara de impasibilidad.

"Como castigo por tu descaro," dijo él, su voz sin inflexiones, "limpiarás todos los establos hoy. Y luego repararás la cerca del potrero norte. Sola."

Ella asintió, sin mirarlo.

Los establos estaban llenos de estiércol. El sol de Jalisco caía a plomo.

Trabajó durante horas, el sudor mezclándose con lágrimas silenciosas.

Los vaqueros pasaban, la miraban con una mezcla de lástima y curiosidad.

"Esa niña rica no aguanta," escuchó decir a uno.

"Pero el Capitán es duro con ella," respondió otro. "Más que con Lucía. A Lucía la trata como una reina."

El nombre de Lucía. Siempre Lucía.

El sufrimiento era intenso. Sus manos ardían. Su espalda dolía.

Pero seguía. Cada palada de estiércol, cada golpe de martillo en la cerca, era un acto de desafío.

Al mediodía, el calor era insoportable.

Se sintió mareada. La cabeza le daba vueltas.

Colapsó. Cayó de rodillas, la pala resbalando de sus manos.

Alejandro apareció, como salido de la nada. La miró desde arriba, impasible.

"Levántate," ordenó. "No finjas debilidad."

Con un esfuerzo sobrehumano, Sofía se puso de pie. Lo miró a los ojos, desafiante.

"No finjo nada," dijo, su voz ronca. "Pero terminaré mi castigo."

Agarró la pala y siguió trabajando. El orgullo era lo único que le quedaba.

Duró diez minutos más.

Luego, todo se volvió negro.

Se derrumbó por completo.

Cuando despertó, estaba en los brazos de Alejandro. Él la llevaba hacia la casa principal.

"¿Por qué?" susurró ella, confundida.

"Es mi responsabilidad cuidarte," dijo él, su voz extrañamente tensa. "Te lo dije."

Responsabilidad. No afecto. No preocupación genuina.

Deber. Siempre el deber.

Comprendió entonces. Todas esas pequeñas bondades del pasado: la pomada, las lecciones, la vigilancia discreta. Todo era responsabilidad.

Un peso muerto que él cargaba por su padre.

"Pronto dejaré de ser tu responsabilidad, Capitán," murmuró ella, al borde de la inconsciencia.

Él no respondió. Solo apretó la mandíbula.

La dejó en la enfermería de la hacienda. Una enfermera local le limpió un pequeño corte en la frente, producto de la caída.

Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba sola en la pequeña habitación. Sus heridas vendadas.

La puerta se abrió.

Lucía entró, una sonrisa de falsa preocupación en su rostro.

"Sofía, hermanita," dijo con dulzura. "¿Cómo te sientes?"

            
            

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