La Santísima Virgen
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Capítulo 1

El aire de la finca Castillo olía a olivos y a muerte.

Sostenía el pequeño cuerpo de mi hijo, Mateo, entre mis brazos. Estaba frío, rígido. Un charco de sangre se extendía bajo nosotros sobre las baldosas de terracota del patio, una mancha oscura que nunca se borraría de mi memoria.

Levanté la vista hacia el balcón. Allí estaba ella, Scarlett, mi hijastra, mirándome con una sonrisa torcida. Sus ojos azules, tan celebrados por su belleza, estaban llenos de un veneno helado.

"Era débil," dijo, su voz resonando con una crueldad que no correspondía a sus dieciséis años. "Un Castillo no puede ser débil. Solo te estaba haciendo un favor, bailarina."

El apodo "bailarina" era su forma de recordarme mi origen humilde, mi pasado en los tablaos de Triana, tan lejos del lujo de este cortijo.

"Tú lo mataste," susurré, el dolor ahogando mi voz.

"¿Y quién te va a creer?" se burló ella. "Eres solo la gitana que mi padre recogió. Yo soy su sangre."

En ese momento, la puerta del patio se abrió de golpe. Mi esposo, Máximo Castillo, entró corriendo, seguido de cerca por su madre, La Matriarca.

Sus ojos no se posaron en el cuerpo sin vida de nuestro hijo, sino en mí, en la furia que deformaba mi rostro.

"¡Lina! ¿Qué le has hecho a Scarlett?" gritó Máximo, corriendo hacia su hija, revisándola en busca de heridas inexistentes.

La Matriarca me lanzó una mirada de puro desprecio. "Siempre supe que no eras más que una salvaje. ¡Mira lo que has provocado! ¡Pobre niña!"

Me quedé allí, arrodillada en la sangre de mi hijo, acusada de un crimen que no cometí, mientras el asesino era consolado. El mundo se desvaneció en un túnel de desesperación.

Fue entonces cuando sentí un calor extraño en mi vientre, y una voz resonó en mi cabeza, clara y poderosa, como el canto de un coro celestial:

Divina Gestación activada. Reza a la Santísima Virgen, y tus hijos nacerán como tú los desees. Fuertes. Perfectos. Tuyos.

Una extraña calma me invadió. Miré a Scarlett, a Máximo, a su madre. Ya no eran mi familia. Eran mis enemigos.

Y yo, Lina Salazar, les daría herederos. Herederos que los destruirían a todos.

            
            

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