Renacida para Triunfar: El Precio de su Error
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Capítulo 2

La fiesta de graduación se celebró en un salón de eventos cargado de música alta y risas forzadas. Para mí, era una tortura. Los murmullos me seguían a cada paso.

"¿Has visto a Sofía? Pobre chica".

"Mateo y Hugo la han dejado de lado por Carla. Qué fuerte".

"Dicen que están todo el día con ella, ayudándola a estudiar. Como si fuera su responsabilidad".

Fingí no oír nada. Me serví un vaso de refresco, el hielo chocando contra el cristal con demasiada fuerza. A través de la multitud, los vi. Mateo y Hugo estaban a cada lado de Carla, como dos guardaespaldas. Ella sonreía, disfrutando de la atención, moviendo sus pestañas y tocándoles el brazo de forma casual.

Era una escena dolorosamente familiar. Así es como me trataban a mí en nuestra vida pasada. Su devoción, su atención total... ahora todo era para ella. Comprendí con una amargura helada que yo no había sido especial. Simplemente fui la primera en recibir esa intensa lealtad que ahora dirigían hacia otra persona, impulsados por una culpa fantasma.

Una parte estúpida de mí, un último vestigio de la Sofía de la vida anterior, decidió hacer un último intento. Me acerqué a ellos con mi anuario en la mano. Mi sonrisa se sentía como una máscara de yeso.

"Hola, chicos", dije, intentando que mi voz sonara normal.

Carla me miró de arriba abajo con una sonrisa de suficiencia. Mateo y Hugo me miraron con fastidio, como si interrumpiera algo importante.

"¿Podríais firmarme el anuario?", pedí, ofreciéndoles el libro abierto. "Como recuerdo".

Hugo suspiró, cogió el bolígrafo y garabateó algo rápidamente. Mateo hizo lo mismo, sin siquiera mirarme a los ojos. Me devolvieron el libro y se giraron de nuevo hacia Carla, excluyéndome por completo.

Me alejé, sintiendo las miradas de todos clavadas en mi espalda. Caminé hasta un rincón tranquilo y abrí el anuario.

Debajo de la firma de Hugo, ponía: "Espero que algún día entiendas lo que significa la verdadera responsabilidad. Carla nos ha enseñado mucho".

El mensaje de Mateo era aún peor: "Para Sofía. A veces, hay que dejar atrás a la gente que no puede ver más allá de sí misma. Nuestra prioridad es ayudar a quien de verdad lo necesita, como Carla".

Las palabras eran crueles, deliberadamente hirientes. No era una simple firma, era una declaración. Una sentencia.

Sentí una oleada de rabia fría. Cerré el anuario de golpe. Caminé con la cabeza alta, pasando entre mis compañeros, hasta la papelera que había junto a la salida.

Sin dudarlo un segundo, lo tiré dentro. El sonido del libro al chocar con el fondo de plástico fue el punto y final de nuestra historia.

Ya no había nada que recordar. Ni nada que salvar.

            
            

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