La Venganza De Alma
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Capítulo 2

Llegamos a la que había sido mi casa. Ahora se sentía como el hogar de extraños.

Isabel, la que fue mi aprendiz, la chica a la que mi padre había patrocinado, nos recibió en la puerta. Su sonrisa era dulce y tímida, como siempre.

Llevaba un delantal que yo reconocí. Era mío.

"Sofía, bienvenida", dijo, y me abrazó.

Su abrazo se sintió como el de una serpiente.

Mateo le pasó un brazo por los hombros. "Isabel ha cuidado muy bien de la casa. Y de Leo."

Leo sonrió a Isabel. Una sonrisa genuina, llena de afecto. Una sonrisa que no me había dado a mí.

Durante la cena, hablaron de los últimos cinco años. De los éxitos de Mateo en televisión. De lo bien que le iba a Leo en la escuela. De cómo Isabel había sido un pilar para ellos.

Yo era una espectadora. Una extraña en mi propia vida.

Cada palabra amable de Mateo, cada gesto de apoyo, era ahora una mentira venenosa.

Recordé sus visitas a la cárcel. Sus cartas llenas de promesas. "Aguanta, mi amor. Cuando salgas, todo será como antes. Te amo."

Él había sido mi única luz en esa oscuridad. La única razón por la que no me volví loca.

Y todo había sido una farsa.

Una farsa para mantenerme dócil, para asegurarse de que no sospechara nada.

Después de la cena, Mateo anunció que al día siguiente celebrarían el cumpleaños de Isabel.

"Será una gran fiesta", dijo, mirando a Isabel con adoración. "Aquí, en el restaurante. Se lo merece."

El restaurante. Mi restaurante.

"Tienes que venir, Sofía", dijo Mateo. "Será una forma de que vuelvas a ver a todo el mundo."

No quería ir. Quería gritar, romper cosas, enfrentarlos.

Pero una parte de mí, una parte masoquista y desesperada, necesitaba ver hasta dónde llegaba su crueldad.

Al día siguiente, mientras me preparaba, entré en la antigua biblioteca de mi abuela. Buscaba algo, cualquier cosa que me anclara a mi pasado real.

Y entonces lo vi.

El estante donde siempre había guardado el tesoro de nuestra familia estaba vacío.

El manuscrito de recetas de mi abuela. Un libro encuadernado en cuero, lleno de generaciones de secretos culinarios. El alma de nuestro restaurante. Mi herencia.

No estaba.

Un terror frío me recorrió. Sabía dónde estaba. Sabía lo que iban a hacer.

                         

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