Los días siguientes fueron una tortura silenciosa. Ahora veía todo con una claridad dolorosa: las miradas entre Alejandro e Isabella, las reuniones que se alargaban hasta tarde en la bodega, su mano rozando la de ella "por accidente".
Yo seguía cumpliendo mi papel. Le preparaba el desayuno, organizaba sus cenas, sonreía a su familia que me despreciaba en silencio. Pero por dentro, algo se había roto para siempre.
Una noche no pude dormir. Bajé a la cocina por un vaso de agua y oí voces en la bodega. Me acerqué sin hacer ruido. La gran puerta de roble estaba abierta.
Isabella lloraba en los brazos de Alejandro.
"No soporto cómo me mira su familia, cómo me mira ella", sollozaba Isabella.
Alejandro le acariciaba el pelo. Su voz era un susurro lleno de ternura.
"Tranquila. Por ti, haría cualquier cosa."
Isabella levantó la cara. "¿Incluso dejarla?"
Él la miró fijamente. "Si no eres feliz, puedo terminar este matrimonio."
Salí de allí antes de que me descubrieran. Caminé sin rumbo por los viñedos, la escarcha de la madrugada mojaba mis zapatos. Mi corazón era un desierto.
Dos días después, tuve un accidente de coche. Un camión se saltó un stop y me golpeó el lateral. No fue grave, pero el coche quedó destrozado y yo estaba atrapada, temblando. Lo primero que hice fue llamar a Alejandro.
"Alejandro, he tenido un accidente", dije con voz temblorosa.
"¿Estás bien?", preguntó, su voz sonaba distante, distraída.
"Sí, pero el coche... no puedo salir. ¿Puedes venir?"
Hubo un silencio. Al fondo, oí la voz de Isabella.
"Ahora no puedo, Sofía. Isabella ha tenido una crisis en el laboratorio, algo con la nueva cosecha. Me necesita."
"Pero, Alejandro..."
"Llama a una grúa. O a Mateo. Estoy ocupado."
Colgó.
Me quedé mirando el teléfono, incrédula. Su enóloga era más importante que su esposa atrapada en un coche. Las lágrimas que no había llorado en días empezaron a caer.
Fue Mateo quien llegó. Vio mi coche, corrió hacia mí y forzó la puerta. Me sacó en brazos, me cubrió con su chaqueta y me llevó al hospital. No hizo preguntas. Solo se quedó a mi lado.
Esa noche, en la fría habitación del hospital, tomé una decisión.
"Mateo", dije, mi voz era firme. "Necesito que me ayudes. Quiero los papeles del divorcio."