El Despertar de la Esposa Perfecta
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Capítulo 4

La Nochebuena en la mansión Vargas siempre era un teatro. Una exhibición de riqueza y falsas sonrisas. Este año, la tensión era tan densa que se podía cortar con un cuchillo.

La familia entera me ignoraba o me lanzaba miradas de desprecio. Yo era la traidora que había osado desafiar al heredero.

Isabella, por supuesto, estaba allí. Con un vestido blanco, parecía un ángel. Un ángel con ojos de serpiente.

El momento culminante de la noche era siempre el brindis. El patriarca, el abuelo de Alejandro, sacaba una licorera de cristal de Baccarat, una reliquia familiar que había pertenecido a la abuela de Alejandro.

Yo estaba sirviendo el postre. Isabella se acercó a mí, supuestamente para ayudar.

"Déjame, Sofía, pareces cansada", dijo con una sonrisa dulce.

En ese momento, tropezó "accidentalmente" conmigo. El plato que llevaba en la mano golpeó mi brazo. Perdí el equilibrio y mi codo chocó contra la mesita donde reposaba la licorera.

El sonido del cristal haciéndose añicos silenció la habitación.

Todos se quedaron sin aliento. El abuelo se puso pálido.

Alejandro se giró. Su rostro era una máscara de furia. Vio la licorera rota a mis pies, luego me miró a mí.

"¿Qué has hecho?", siseó.

"Ha sido un accidente, Alejandro. Isabella...", empecé a decir.

"¡No metas a Isabella en esto!", gritó. "¡Siempre arruinándolo todo! ¡Esa licorera era de mi madre!"

Dio un paso hacia mí. Delante de toda su familia, de los sirvientes, de Isabella que me miraba con falso horror, levantó la mano y me golpeó en la cara.

La bofetada resonó en el silencio.

El dolor fue agudo, pero la humillación fue peor. Nadie dijo nada. Nadie me defendió.

Toqué mi mejilla, que ardía. Lo miré a los ojos. No había arrepentimiento, solo ira fría.

En ese instante, todo el amor que alguna vez sentí por él murió. Se convirtió en cenizas, como los papeles del divorcio en la chimenea.

"Tienes razón", dije con una calma que me sorprendió a mí misma. "Lo he arruinado todo."

Me di la vuelta y salí del comedor, dejando atrás los pedazos rotos de la licorera y de mi vida.

                         

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