Me encerraron en mi ala de la hacienda, una prisionera en mi propia casa.
El médico del pueblo venía a cambiar mis vendajes, un hombre mayor con ojos tristes que seguía las órdenes de Javier al pie de la letra.
"Paciencia, señorita Isabela. Estas cosas llevan tiempo."
Sabía que era una mentira. Sentía cómo mis huesos sanaban mal, cómo la rigidez se apoderaba de mis articulaciones. Estaban destruyendo mis manos a propósito, lentamente.
Mi única ventana al mundo era una pequeña televisión que Elena me dejaba a veces.
Las noticias económicas celebraban la astucia de Javier, el "salvador" de Valbuena. Los programas del corazón susurraban sobre mi caída en desgracia.
Una tarde, Lucía entró sin llamar. Llevaba uno de mis vestidos, uno que me había puesto para una cata en París.
"Te queda grande," le dije, mi voz un susurro ronco.
Ella se rio, una risa cristalina y cruel.
"Pronto todo lo tuyo me quedará perfecto. Javier está haciendo un trabajo maravilloso. Deberías ver cómo obedece tu padre. Y los viñedos... pronto serán míos también."
Se acercó a mi cama, su perfume caro llenando el aire.
"¿Sabes qué es lo más divertido? Que sigues viva. Javier quería que murieras en el accidente, pero yo le dije que no. Es mucho más satisfactorio verte así, rota e inútil. Un recordatorio viviente de su triunfo."
Se inclinó hasta que su rostro estuvo a centímetros del mío.
"Tu paladar excepcional, tu don... ¿de qué te sirve ahora? Ni siquiera puedes abrir una botella."
Cuando se fue, el silencio de la habitación era sofocante. Sus palabras no me hirieron. Me dieron claridad.
Ya no sentía desesperación. Sentía un frío propósito.
Esa noche, cuando Elena vino a traerme la cena, la miré fijamente.
"Elena, ¿por qué?"
Ella dejó la bandeja sobre la mesita, sus manos temblaban violentamente. No pudo mirarme a los ojos.
"Él me lo prometió," susurró. "Dijo que estaríamos juntos. Que yo sería la señora de la casa."
"¿Y le creíste?"
Las lágrimas corrían por sus mejillas. "Te envidiaba, Isa. Siempre lo tuviste todo. El talento, el nombre, la atención de todos... incluso la de él."
Pobre y estúpida Elena. Cegada por un amor que nunca fue real.
Pero su debilidad era mi oportunidad.
"Javier nunca te querrá, Elena. Te usó, igual que me usó a mí. Cuando Lucía sea la dueña de todo esto, serás la primera en salir por la puerta."
Vi el terror en sus ojos. La semilla de la duda estaba plantada.
"Hay una forma de salvarte," le dije, mi voz ahora firme. "Pero tienes que hacer exactamente lo que yo te diga."