Regresé a mi departamento. El pequeño espacio que había decorado con tanto amor, ahora se sentía como una jaula.
Siete años. Siete años creyendo en un futuro juntos, soportando su tacañería, sus humillaciones, su control. Pensaba que era porque él "luchaba por salir adelante". Qué ilusa.
Empecé a empacar mis cosas en cajas de cartón. Mi ropa, mis libros, mis bocetos. Cada objeto era un recuerdo de una vida construida sobre una mentira.
No volvería a Oaxaca para el funeral. No podía. No tenía dinero ni para el boleto de autobús. Y no podía soportar la idea de ver a mi madre en un ataúd, sabiendo que pude haberla salvado.
Mientras vaciaba el clóset que compartíamos, una carpeta de piel cayó al suelo. No era mía.
La abrí.
Dentro había facturas. Un viaje a Los Cabos para dos personas en un hotel de ultra lujo. Cien mil pesos. Pagado con la tarjeta de crédito de Mateo.
Debajo, la factura de un reloj Rolex de mujer. Doscientos cincuenta mil pesos. El destinatario del envío: Sofía. Su "mejor amiga".
Mi estómago se revolvió.
Seguí buscando y encontré su vieja tablet, la que ya no usaba. La encendí. Estaba abierta en un chat grupal con sus amigos "mirreyes".
El último chat era de esa misma tarde, justo después de que yo me fuera de su oficina.
"No van a creer la que me armó la oaxaqueña hoy. Vino a la oficina a arrodillárseme por 20 mil pesos. ¡Qué oso! Dijo que su mamá se estaba muriendo. Jajaja, qué buen chiste."
Otro amigo respondió: "Esa ya te agarró de su cajero personal, mi rey."
Y Mateo contestó: "Cree que soy un pobre diablo. Sigue en la prueba. Siete años y todavía no sé si me quiere a mí o a mi dinero. Pero hoy se pasó de la raya. Qué asco me dan las interesadas."
Leí los mensajes una y otra vez. "La oaxaqueña interesada". Así me llamaba. Así se burlaba de mí. El dolor por la muerte de mi madre se mezcló con una rabia fría y cortante.
En ese momento, la puerta se abrió. Era Mateo.
Me vio con las cajas y la tablet en la mano y sonrió con arrogancia.
"¿Ya se te pasó el berrinche? Anda, guarda tus cosas. Sabes que no puedes vivir sin mí."
Creía que me iría a casa de una amiga por una noche, para luego volver rogando.
No dije nada. Solo le mostré la pantalla de la tablet.
Su sonrisa se borró.
"¿Estuviste husmeando en mis cosas?"
"Se te cayó", dije con una calma que no sabía que tenía. "Ya lo sé todo, Mateo. El Rolex para Sofía, el viaje, las burlas. Se acabó."
Él se rio. Una risa nerviosa.
"Era una broma, mi amor. Y lo de Sofía, solo somos amigos. Estás exagerando."
"Mi madre murió, Mateo."
Mi voz sonó hueca.
"Murió esta tarde. Porque no tenía 20 mil pesos para su tratamiento."
Él se quedó pálido. Pero su arrogancia volvió enseguida.
"Bueno, qué lástima. Pero eso no es mi culpa. Yo no tengo por qué pagar por tus responsabilidades."
Recogí mi bolso.
"Tienes razón. No es tu culpa. Es mía. Por haber perdido siete años de mi vida contigo."
Salí del departamento sin mirar atrás. Él gritaba mi nombre, pero yo ya no lo escuchaba.