El Sueño Previsto que Nadie Cree
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Capítulo 1

La pesadilla me arrancó del sueño con un sudor helado.

Sangre. Gritos. El olor a pólvora y a carne quemada. Hombres con rostros cubiertos por sombras, sus ojos brillando como los de los depredadores en la noche. Los Sombras.

Irrumpían en nuestro pueblo, disparando a todo lo que se movía. Vi a la señora Elena, la que siempre me regalaba mangos, caer junto a su puesto de frutas. Vi a los niños, sus juegos interrumpidos por el terror.

Y me vi a mí, en el suelo de la plaza, con el vientre desgarrado.

Desperté jadeando, con la mano sobre mi propio vientre, donde mi bebé de siete meses se movía suavemente, ajeno a mi terror. El aire de la madrugada en la finca de café era fresco, pero yo sentía un frío que me calaba los huesos.

Esto no era un sueño. Era un aviso.

Me levanté y corrí a buscar a Mateo. Lo encontré junto al único camión del pueblo, puliendo el parachoques con un orgullo infantil. A su lado, Camila le ofrecía un vaso de agua, sonriéndole con esa boca roja y brillante que parecía fuera de lugar en nuestra aldea.

"Mateo", dije, con la voz temblorosa. "No podemos ir al festival del pueblo vecino."

Él frunció el ceño, su vanidad herida.

"¿De qué hablas, Isabela? Todo está listo. Es nuestra oportunidad de mostrarles a esos fanfarrones quién manda en estas montañas."

"Tuve una visión. Una premonición. Los Sombras van a atacar. Atacarán cuando el pueblo esté vacío, cuando solo estemos las mujeres y los niños."

Mateo soltó una carcajada, una risa amarga que no le había oído nunca.

"¿Una visión? ¿Ahora eres una bruja?"

Camila se acercó, pasando un brazo por el hombro de Mateo. Su perfume dulce y caro me revolvió el estómago.

"Cariño, no le hagas caso", susurró ella, pero lo suficientemente alto para que yo la oyera. "Solo está celosa. No soporta que vayamos a divertirnos, a tener un poco de vida social. Quiere que te quedes aquí, encerrado con ella."

La palabra "celosa" fue como un veneno. La mirada de Mateo se endureció. Su inseguridad, siempre latente, se convirtió en rabia.

"Ya oíste, Isabela. Estás siendo histérica. No vas a arruinar esto. Es importante para la reputación de nuestra guardia."

"¿Qué reputación? ¿La que construyó mi padre?", repliqué, el dolor afilando mi voz. "Él nunca habría dejado el pueblo indefenso por un desfile estúpido."

"¡No te atrevas a mencionarlo!", gritó. "¡Yo soy el capitán ahora!"

Se dio la vuelta y subió al camión. Los otros hombres de la guardia, jóvenes y ansiosos por impresionar a su nuevo líder, lo siguieron, riendo y bromeando.

"¡Mateo, por favor!", supliqué, agarrando la puerta del camión. "¡Piensa en nuestro hijo!"

Él me apartó la mano con brusquedad. Su rostro era una máscara de desprecio.

"Tú y tu hijo estarán bien. Deja de ser tan dramática."

Camila me lanzó una última mirada triunfante desde el asiento del copiloto.

Y se fueron. El motor del camión rugió, llevándose a todos los hombres armados, todas las armas, y toda nuestra protección.

Dejándonos solas para enfrentar a las sombras.

            
            

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