El coche se adentró por caminos de tierra, dejando atrás las luces de Sevilla. El aire se volvió más denso, cargado con el olor a tierra húmeda y a olvido. Nos detuvimos frente a un cortijo abandonado, cuyas paredes desconchadas parecían los huesos de un animal muerto.
"Baja", ordenó Máximo.
Obedecí en silencio. El miedo me había paralizado la garganta. Me arrastró hacia el centro del patio, donde un viejo olivo retorcía sus ramas hacia el cielo como los brazos de un fantasma.
"Los viejos gitanos dicen que el duende está en la sangre", dijo Máximo, su voz resonando en el silencio de la noche. "Y que se puede transferir. Un sacrificio en tierra sagrada para devolver el talento a su dueña legítima".
Sacó una pequeña navaja del bolsillo. Era la misma navaja que nuestro abuelo le había regalado, la que usaba para tallar pequeñas figuras de madera para mí cuando éramos niños.
"Máximo, por favor, no hagas esto", supliqué, las lágrimas corriendo por mis mejillas. "Hablemos. Esto es una locura".
"La única locura aquí es que tú, una ladrona, te salgas con la tuya", replicó, acercándose.
"¡Tengo hemofilia! ¡Máximo, lo sabes! Una herida... podría morir".
Su risa fue cruel, un sonido que me rompió el corazón en mil pedazos.
"¿Ahora también quieres robarle su enfermedad? Eres increíble, Elena. Sofía es la que sufre, la que es frágil. Tú solo mientes para conseguir lo que quieres".
No me dio tiempo a reaccionar. Me agarró con fuerza, ignorando mis gritos. Sentí un dolor agudo y ardiente en mi tobillo derecho. Un corte limpio y profundo. La sangre comenzó a brotar de inmediato, oscura y espesa bajo la luz de la luna.
El dolor era insoportable, pero el dolor de su traición era aún peor.
Me ató al tronco del olivo con una cuerda áspera que me rozaba la piel.
"La audición de Sofía es en tres días", dijo, mirándome desde arriba. "Para entonces, tu duende ya estará en su cuerpo. La tierra absorberá tu talento y se lo entregará a ella".
Se alejó unos pasos y soltó un silbido agudo. De la oscuridad surgieron dos sombras enormes: los perros de caza del cortijo, delgados y hambrientos. Sus ojos brillaban en la oscuridad.
"Ellos se asegurarán de que no te vayas a ninguna parte", dijo Máximo, como si nada. "Mañana me voy de viaje con Sofía para celebrar su futuro éxito. No te preocupes, cuando vuelva, todo habrá terminado".
Se dio la vuelta y se marchó, sin mirar atrás. El sonido del motor de su coche se fue alejando, dejándome sola en la oscuridad, atada, sangrando y rodeada de bestias.