"El plan se ejecutará el día de su boda", dijo El Sastre, guardando los papeles en un maletín. "Será un secuestro violento. Creíble. Dejará a Mateo Vargas con una culpa que lo consumirá por el resto de su vida".
Asentí, con la garganta seca. Eso era exactamente lo que quería.
Salí de la oficina y me sumergí en el bullicio de la ciudad. A unas calles, en la plaza principal, una pantalla gigante proyectaba un documental sobre las "parejas de poder" de México.
Y allí estábamos. Mateo y yo.
Las imágenes mostraban a Mateo mirándome con una devoción que parecía sagrada. Abrazos en eventos de caridad, besos en portadas de revistas, su mano siempre protectora en mi espalda. La voz del narrador describía nuestro compromiso como "la unión perfecta de la tradición jalisciense y el poder de la capital".
Sentí una oleada de náuseas.
"Son tan perfectos", suspiró una mujer a mi lado, hablando con su amiga. "¿Viste cómo la mira? Dicen que la rescató de una depresión terrible cuando su hermano murió. Es un verdadero príncipe".
Su amiga asintió. "Un hombre así no existe. La adora".
Apreté los puños. Ellas no sabían nada.
No sabían que durante los últimos tres años, mientras me "adoraba" públicamente, Mateo tenía una vida secreta. Una vida que compartía con Valeria Ríos, una cantante de banda conocida como "La Loba". Una mujer vulgar y ambiciosa, todo lo contrario a mí.
El recuerdo me golpeó como un puñetazo. Recordé cómo Mateo me cuidó después del accidente de mi hermano. Se sentó junto a mi cama durante semanas, leyéndome, alimentándome, literalmente devolviéndome a la vida.
"Tú eres mi todo, Sofía", me susurraba. "Nunca te dejaré".
La ironía me quemaba por dentro.
"¿Sofía? ¿Cariño, qué haces aquí sola?".
La voz de Mateo, cálida y preocupada, me sobresaltó. Se paró a mi lado, su costoso traje perfectamente cortado, su sonrisa deslumbrante. Me rodeó con su brazo.
"Te estaba buscando. ¿Estás bien? Pareces pálida".
Antes de que pudiera responder, las dos mujeres que hablaban antes se acercaron, con los ojos brillantes.
"¡Señor Vargas, señorita Herrera! Somos grandes admiradores. Hacen una pareja hermosa".
Mateo sonrió, su actuación era impecable. "Muchas gracias. Soy un hombre afortunado". Apretó mi hombro suavemente, forzándome a sonreír. Me sentí como una muñeca.
"Tengo que irme, mi amor", me susurró al oído después de que las mujeres se fueran. "Un asunto urgente de la constructora. Ya sabes cómo es".
Asentí, sin mirarlo. "Asuntos de trabajo". Sabía perfectamente que su "trabajo" tenía nombre y apellido: Valeria.
Se inclinó para besarme, pero giré la cabeza. Sus labios rozaron mi mejilla. Se fue, dejándome sola con el eco de sus mentiras.
Mi teléfono vibró. Era un mensaje de mi organizadora de bodas.
"Señorita Herrera, ¿confirmamos la prueba de los vestidos de novia para mañana a las 10 a.m.?".
Miré la pantalla gigante, donde la imagen de Mateo y yo seguía sonriendo.
Tecleé mi respuesta. "Cancela todo. Ya no habrá boda".