Esa noche, no pude dormir. Daba vueltas en la cama, la imagen de Mateo y Valeria juntos torturándome.
Mi teléfono vibró en la mesita de noche. Era un número desconocido.
Abrí el mensaje.
Era una foto. Valeria, con su cabello rubio platinado y sus labios inyectados, estaba sentada en el regazo de Mateo. Llevaba puesta una de sus camisas, y nada más. Estaban en el apartamento que él mantenía en la Ciudad de México, el que yo nunca había visitado. La sonrisa de Valeria era triunfante, provocadora.
Debajo de la foto, un texto: "Él dice que tú eres su deber, pero yo soy su vicio. ¿Adivina cuál prefiere esta noche?".
Mi estómago se revolvió. Sentí que el aire me faltaba. Era una tortura deliberada, diseñada para humillarme.
La puerta de la habitación se abrió suavemente. Era Mateo. Se movía con sigilo, probablemente pensando que yo estaba dormida.
Se sentó en el borde de la cama y me acarició el cabello. Su toque, que antes me reconfortaba, ahora me quemaba la piel.
"Mi amor, perdóname por llegar tan tarde", susurró. "El trabajo fue una pesadilla. Te extrañé mucho".
Su voz era un murmullo tierno, lleno de una falsa sinceridad que me enfermaba. Me quedé quieta, fingiendo dormir, mientras la rabia y el dolor luchaban dentro de mí.
"Para compensarte", dijo al día siguiente, "te llevaré a la gala benéfica de los De la Torre esta noche. Y tengo una sorpresa para ti".
La gala era el evento social del año. Opulencia y poder en exhibición. Mateo me compró un vestido de diseñador y un collar de diamantes que debió costar una fortuna. Intentaba comprar mi silencio, mi perdón.
En la fiesta, todos nos rodeaban. Los amigos de Mateo, políticos y empresarios, le daban palmadas en la espalda.
"¡Qué devoción, Mateo!", dijo uno de ellos. "La forma en que cuidas a Sofía es admirable. Eres un ejemplo a seguir".
Mateo sonrió, aceptando el elogio. "Ella es mi reina. Se merece todo".
Yo permanecía a su lado, una figura silenciosa y elegante, mi sonrisa una máscara perfectamente elaborada. Me sentía atrapada en una obra de teatro grotesca.
De repente, un murmullo recorrió el salón. Las cabezas se giraron hacia la entrada.
Mi corazón se detuvo.
Valeria "La Loba" Ríos acababa de hacer su entrada. Llevaba un vestido rojo increíblemente ajustado, que desafiaba la gravedad y el buen gusto. Su maquillaje era audaz, su presencia ruidosa.
No pertenecía a este mundo, pero caminaba como si fuera la dueña.
Sus ojos buscaron en la multitud y se encontraron con los míos. Una sonrisa lenta y maliciosa se dibujó en su rostro. Luego, su mirada se desvió hacia el hombre que estaba a mi lado.
Vi a Mateo ponerse rígido. Una gota de sudor resbaló por su sien.
La Loba había venido a reclamar lo que consideraba suyo.