Mi corazón dio un vuelco. El dolor en sus ojos. Mi peor pesadilla.
"Voy para allá," dije, sin pensarlo.
Me vestí a toda prisa, a pesar del mareo y la fiebre.
Fuera, una tormenta azotaba Madrid. La lluvia caía a cántaros.
Conduje a través de la ciudad, con el corazón en un puño.
La dirección que me dio Valentina no era un apartamento. Era un club privado, uno de los más lujosos de la ciudad.
Entré, empapada y temblando.
La música estaba alta. La gente reía y bebía.
Y en el centro de todo, estaba Javier.
Perfectamente bien.
Riendo con sus amigos. Con Valentina a su lado.
Me vio y su sonrisa se desvaneció.
Todos se giraron para mirarme.
Sentí sus ojos clavados en mí, juzgándome.
Me sentí como una idiota, como una payasa en su circo privado.
Era una trampa. Una humillación pública.
Valentina se acercó a mí, con una sonrisa triunfante.
"Vaya, has venido corriendo como una perrita faldera," susurró.
Luego, en voz alta, dijo: "Oh, querida, estás empapada. Javier, dale un pañuelo a tu esposa."
Javier me miró con una mezcla de irritación y vergüenza.
No se movió.
Valentina sacó un pañuelo de su bolso y me lo ofreció.
"Toma. A Javier no le gusta que descuides tu aspecto."
No lo cogí.
Miré a Javier.
"¿Dónde está tu amante?" pregunté, mi voz sonando más fuerte y clara de lo que esperaba.
La música pareció detenerse.
Javier palideció. "¿Qué dices?"
"He preguntado dónde está tu amante. Oh, espera, está justo aquí."
Valentina se hizo la ofendida.
"Sofía, no sé de qué hablas. Javier y yo solo somos amigos."
Se acercó más y me susurró al oído, para que solo yo pudiera escucharla.
"¿Sabes? Anoche me contó que hace meses que no te toca. Dijo que le das asco. La que no es amada, Sofía, esa es la otra."
Una rabia ciega se apoderó de mí.
La empujé.
Con todas mis fuerzas.
Valentina no esperaba el golpe. Cayó al suelo de forma dramática, soltando un gritito de dolor.
"¡Mi tobillo!"
Javier corrió hacia ella, apartándome de un empujón.
"¡Valentina! ¿Estás bien?"
La levantó en brazos con una delicadeza que jamás había usado conmigo.
"No te preocupes, Javier," dijo Valentina, con lágrimas de cocodrilo en los ojos. "No ha sido culpa de Sofía. Estaba alterada."
Su actuación fue perfecta.
Ahora yo era la mala. La esposa celosa y violenta.
Javier se volvió hacia mí, con furia en la mirada.
"Mira lo que has hecho. Deberías aprender un poco de Valentina. Ella sí que es una dama."
Sentí un dolor agudo en la mano. Al empujarla, me había cortado con una de sus pulseras.
La sangre goteaba sobre la alfombra.
Lo oculté, cerrando el puño.
Él no se dio cuenta. O no quiso darse cuenta.
Solo tenía ojos para Valentina.
La misma mujer que lo había abandonado cuando estaba ciego y sin un céntimo.
Ahora que era rico y famoso, volvía a ser su "dama".
Qué hipócrita.
"Tu sangre está manchando el suelo," dijo Javier con asco. "Límpialo y lárgate."
Se dio la vuelta y se llevó a Valentina, dejándome allí sola.
Escuché las risas y los susurros a mi alrededor.
"Pobre tonta."
"Siempre supe que era una esposa sumisa."
"Javier se merece algo mejor."
Apreté los dientes.
Quería irme, pero no podía.
No todavía.
Había una razón por la que aguantaba todo esto.
Una razón que solo yo conocía.
Esos ojos. Sus ojos.
Eran los ojos de Mateo.