El olor a tierra mojada y agave cocido era el último recuerdo de mi vida pasada. Luego, el frío del acero y la sonrisa de mi hermana Isabela mientras me desangraba en nuestro propio campo.
Ahora, ese mismo olor llenaba mis pulmones.
Desperté en el suelo de la bodega, con el eco de disparos afuera. No era un sueño. Había reencarnado. Justo en el día en que todo se fue al infierno.
Me levanté de un salto, el pánico me recorrió el cuerpo. Mi madre, Elena, estaba en la sala principal.
Corrí hacia ella, el sonido de los cristales rotos me ensordecía.
"¡Mamá!"
Ella estaba agachada detrás de un pesado sofá de roble, pálida como el papel.
"Santiago, ¿qué está pasando? ¿Dónde están los guardias?"
"Isabela se los llevó," dije, mi voz ronca por la urgencia. "Se los llevó todos al rancho de los vecinos para un estúpido espectáculo de fuegos artificiales para Javi."
Mi madre sacó su teléfono con manos temblorosas. Marcó el número de Isabela.
"¡Isabela! ¡Hay hombres armados en la hacienda! ¡Necesitamos ayuda, por favor!"
Pude escuchar la música y las risas del otro lado de la línea. Luego la voz fría y molesta de mi hermana.
"Mamá, por favor. Dile a Santiago que deje de montar sus escenas de celos. Sé que está molesto porque no lo invité, pero esto es demasiado. Arruinar mi noche para quedar bien tú, ¿en serio?"
"No es una broma, Isabela, nos están disparando..."
"Basta. No tengo tiempo para esto."
La llamada se cortó.
Mi madre me miró, con los ojos llenos de incredulidad y dolor. En ese momento, una bala atravesó la ventana y se incrustó en la pared justo encima de su cabeza.
El infierno había comenzado de nuevo. Y esta vez, mi hermana nos había condenado a sabiendas.