Contra el Poder: El Grito de una Hermana
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Capítulo 2

El hospital olía a antiséptico y a miedo. Llevaba horas en la sala de espera, el informe del médico resonando en mi cabeza: "Traumatismo craneoencefálico severo. Lesión en la médula espinal. El pronóstico es reservado. Hay riesgo de parálisis permanente."

Parálisis. La palabra era un abismo.

Entonces la vi. Camila, la prometida de Mateo, caminaba por el pasillo. Pero no venía hacia mí. Iba del brazo de Ricardo.

Se reían de algo que él le susurraba al oído.

Mi cerebro no podía procesarlo. Me levanté, temblando.

"¿Camila?", mi voz fue un susurro roto.

Ella se giró. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una fría indiferencia. Ricardo, en cambio, sonrió aún más.

"Sofía, querida," dijo Ricardo. "Veo que ya te enteraste de las malas noticias."

"¿Qué haces con él?", le pregunté a Camila, ignorando al monstruo a su lado. "¿Mateo está aquí, muriendo, y tú vienes con él?"

Camila se soltó del brazo de Ricardo y se acercó.

"Tienes que ser práctica, Sofía," dijo, su voz sin una pizca de emoción. "Mateo no va a volver a caminar. ¿Qué futuro me espera con un lisiado?"

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.

"Lo amabas," dije, incrédula.

"Amaba al estudiante de arquitectura prometedor, no a esto," respondió, señalando con la cabeza hacia la unidad de cuidados intensivos. "Ricardo me ofrece una vida mejor. Una vida real."

Ricardo se acercó, pasando un brazo por los hombros de Camila.

"Además, hemos llegado a un acuerdo muy generoso," dijo él. "Camila, como su prometida y con un poder notarial que convenientemente Mateo firmó hace unas semanas, ha aceptado una compensación por el... lamentable accidente laboral de tu hermano."

Sacó un documento doblado del bolsillo de su chaqueta.

"Él estaba en su propiedad, técnicamente estaba trabajando en sus planos. Un tropiezo, una caída. Muy trágico. Pero la constructora se hará cargo de los gastos iniciales. Firmado y sellado. No hay caso, no hay culpa."

La miré. A ella. A la mujer que mi hermano planeaba desposar. Ella le había dado a Ricardo el arma para legalizar su crimen.

"Tú...", empecé, pero la rabia me ahogaba.

"Es lo mejor para todos," repitió Camila, como si fuera un guion. "Así podemos seguir adelante."

Se dieron la vuelta y se alejaron, sus risas resonando en el pasillo silencioso del hospital, dejando atrás el eco de una traición tan brutal como los golpes que habían dejado a mi hermano roto.

            
            

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