El aire se congeló. El silencio fue total, roto solo por un jadeo ahogado que salió de la garganta de Mateo.
Leo estaba pálido, sus labios azules. Tenía los ojos cerrados, pero no había paz en su rostro. Solo el rastro de un dolor silencioso.
Mateo se quedó mirando, paralizado por el horror. Luego, lentamente, giró la cabeza hacia mí. Su cara era una máscara de incredulidad y furia creciente.
"Tú," susurró. La palabra era veneno. "Tú lo mataste."
Se abalanzó sobre mí, agarrándome por los hombros y sacudiéndome como a una muñeca de trapo.
"¡Asesinaste a tu propio hermano! ¡Monstruo! ¡Estás loca!"
Sofía y los demás habían llegado, atraídos por los gritos. Vieron el cuerpo. Sofía ahogó un grito, pero era falso, teatral.
"Dios mío," dijo, corriendo al lado de Mateo. "Te lo dije, Mateo. Te dije que estaba loca. Su locura la ha llevado a esto. Pobre Leo."
Apoyó la acusación, alimentando la furia de Mateo. Él me empujó y caí al suelo. Mi cabeza golpeó contra la piedra, pero apenas sentí el dolor. Nada podía doler más que ver a Leo así.
En medio del caos, la rabia de Mateo se centró en un objeto. El broche de plata en forma de abanico que yo llevaba prendido en el vestido.
"¡Y todavía llevas mis regalos!" gritó.
Con un tirón violento, me lo arrancó. El broche cayó al suelo. Al golpearse, un pequeño led parpadeó.
Mateo se detuvo. Miró el broche, luego a mí. La confusión luchaba con la ira en su rostro. Lo recogió. Recordó. Recordó el dispositivo que él mismo había instalado.
Sacó su teléfono, sus manos temblaban. Conectó el broche. Una aplicación se abrió. Y en la pantalla, una lista de archivos de audio, subidos automáticamente a una nube privada.
Pulsó el primer archivo.
Mi voz, susurrando en la oscuridad de la celda. "Leo, ¿estás bien? No te rindas, por favor. Saldremos de aquí."
Luego, la voz de Leo, débil, desde algún lugar lejano. "Tengo hambre, Isa. Me duelen las manos."
Mateo siguió reproduciendo los archivos. La grabación de mis sesiones de "terapia" con la Madre Superiora.
"Si vuelves a mostrar esa insolencia, tu hermano no comerá durante tres días."
"Si no complaces al benefactor, las manos de tu hermano pagarán el precio."
Se escuchaban los sonidos de los golpes, los sollozos ahogados de Leo, mis súplicas desesperadas. La cara de Mateo se fue transformando. La furia se convirtió en horror, el horror en una culpa que lo devoraba.
Llegó a la última grabación. La de esa misma noche.
Se oía a Leo, sin aliento. "Tengo que salir... tengo que buscar ayuda para Isa..."
Luego, pasos. La voz de Sofía.
"Vaya, vaya. Miren a quién tenemos aquí. El pajarillo intentando volar del nido."
Se oía la risa cruel de su sobrino.
"¿Crees que Mateo te quiere?" se burlaba Sofía. "Él solo quiere el tablao, el negocio familiar. Y tú y tu hermana sois un obstáculo."
La voz de Leo, suplicando. "Déjenme en paz... ella no ha hecho nada..."
"Oh, lo sabemos," dijo Sofía. "Pero es más fácil si todo el mundo cree que está loca. Y una loca que mata a su hermano... es perfecta. Mateo heredará todo sin problemas. Ahora, tómate esto. Te ayudará a dormir."
Se escuchó un forcejeo. El sonido de Leo ahogándose.
"Llévalo a su celda," ordenó Sofía a su sobrino. "Escóndelo bien en el armario. Nadie sospechará de la pobre loca."
El audio terminó.
El silencio que siguió fue más aterrador que cualquier grito.
Mateo levantó la vista del teléfono. Sus ojos estaban inyectados en sangre. No me miró a mí. Miró a Sofía.
Y entonces, se desató el infierno.