Sofía se acerca a mí, con Mateo a su lado. Sujeta una copa de jerez.
"Mateo, querido, ¿por qué la basura lleva un vestido tan bonito? El rojo no le sienta bien. La hace parecer aún más... sucia."
Me encojo. Quiero desaparecer.
Mateo ni siquiera me mira. Solo sonríe a Sofía.
"Era solo para que no desentonara demasiado. No te preocupes, mi amor."
Sofía me mira fijamente, luego "tropieza" y vierte toda su copa sobre mi vestido. El vino frío empapa la tela, pegándose a mi piel.
"¡Oh, qué torpe soy!" exclama, pero su voz está llena de triunfo.
Algunos invitados se ríen.
Bajo la cabeza. "No es nada, señorita Sofía. Lo limpiaré."
Me doy la vuelta para irme, pero la mano de Mateo me agarra el brazo. Sujeta con fuerza.
"No te muevas. Quédate aquí."
Me obliga a quedarme allí, humillada, con el vino goteando por el suelo. El olor dulce y pegajoso me revuelve el estómago.
Recuerdo otra vez. El hambre.
Tenía catorce años. Mis tíos me habían echado a la calle. Llevaba días sin comer. Estaba sentada en el polvo, fuera de los muros de esta misma hacienda, a punto de desmayarme.
Un coche se detuvo. Un joven Mateo, de unos veinte años, bajó. Me miró con asco.
"¿Qué quieres?"
"Pan," susurré. "Solo un trozo de pan."
Él se rio, pero se dio la vuelta, entró y volvió con un trozo de pan duro. Me lo tiró a los pies, como a un perro.
"Toma. Ahora lárgate."
Lo recogí del suelo y lo devoré. Ese pan me salvó la vida. Por ese pan, firmé el contrato de servidumbre de diez años. Por ese pan, he soportado todo.
Creía que le debía la vida.
Ahora, de pie en medio de su fiesta, empapada en su vino, me doy cuenta de mi error.
No me salvó. Me compró.
Pero ya casi se cumplen los diez años. Solo un poco más. Decido aguantar. He aguantado una década, puedo aguantar una noche más.
Veo a un hombre al otro lado del patio. Está solo, apoyado en una columna, observando. Su cara me resulta familiar. Es más mayor, lleva un traje impecable, pero sus ojos... sus ojos son los mismos.
Javier.
El chico de la hacienda de al lado. El que huía de su familia rica en Madrid. Trabajamos juntos un verano. Unos matones intentaron pegarle. Yo cogí un palo y los ahuyenté.
Él me mira. No hay desprecio en su mirada. Hay algo más. Reconocimiento.
Aparto la vista. Él no pertenece a este recuerdo. No pertenece a esta humillación.