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La marcha hacia el Anillo Bajo comenzó con el amanecer filtrándose entre las columnas de piedra partidas. El sendero descendía por gargantas abiertas en la roca, donde antiguos glifos -medio borrados por la erosión y el tiempo- aún brillaban débilmente bajo la luz cenicienta. Asha, Kael y Lirien avanzaban en silencio, acompañados por dos guías exiliados: Yuren, un hombre de piel curtida por el sol de las cavernas, y Maeka, una mujer que portaba cicatrices rituales en la cara, como grietas en una máscara que alguna vez fue completa.
-Ellos no viven en un lugar fijo -dijo Yuren mientras descendían por un paso estrecho-. Se mueven como el fuego bajo la tierra. Nunca repiten asentamiento. Nunca dejan raíces. Son como lo que veneran: lo que arde y se deshace, pero deja memoria.
-¿Y por qué ahora accedieron a recibirnos? -preguntó Asha, con la vista fija en los riscos.
-Porque tú llevas el fragmento -respondió Maeka sin volverse-. Porque tú despertaste uno de los Corazones.
Nadie volvió a hablar.
El trayecto duró horas, y a medida que descendían, el aire se volvía más denso, cargado de minerales y humedad caliente. El suelo vibraba ligeramente, como si bajo sus pies el mundo aún respirara. Kael caminaba más despacio, su brazo derecho ya casi completamente cubierto de obsidiana. Asha le ofreció el suyo en apoyo, pero él negó con una leve sacudida de cabeza. ¿Orgullo, o miedo de volverse una carga? Quizás ambas cosas.
Finalmente, el paso se abrió hacia una caverna que no parecía natural. La piedra estaba moldeada en curvas que recordaban llamas detenidas en pleno danzar. En el centro, una estructura de roca fundida servía de altar: una espiral negra, bruñida, con fragmentos rojos incrustados como carbones todavía vivos. A su alrededor, figuras encapuchadas observaban en completo silencio.
-Bienvenidos al núcleo de los Hijos del Fuego Roto -anunció Maeka-. No se acerquen al altar sin permiso. Aquí, la memoria arde viva.
Una de las figuras avanzó. Era un anciano de piel cenicienta, ojos hundidos y cejas tan blancas como la cal del techo. Su túnica estaba bordada con hilos de cobre oxidado que formaban un símbolo en espiral: el mismo que Asha había visto grabado en los márgenes de su brazalete de Aeolina.
-¿Eres la que recuerda? -preguntó, sin adornos.
-Soy Asha -respondió ella-. Portadora de un fragmento del Corazón. Y busco respuestas.
El anciano la contempló por un largo momento, como si quisiera leerla más allá de las palabras. Luego asintió.
-Yo soy Ezkhar, último Custodio roto. Aquí no pedimos permiso a los recuerdos. Los enfrentamos.
Asha sintió una punzada en el pecho. El término "Custodio" había dejado de sonar sagrado hacía tiempo. Y sin embargo, ese anciano no se parecía a los opresores del templo, ni a los jueces de ceniza que sentenciaban con fuego. Había algo desgastado en él. Algo que parecía haber sobrevivido a demasiadas verdades.
-Kael -dijo ella, señalando al guerrero que apenas lograba mantenerse erguido-. Está... cambiando. La obsidiana lo consume. Creemos que está vinculado al fragmento que llevo.
Ezkhar se acercó lentamente a Kael. Lo observó sin tocarlo. Luego colocó una mano sobre su propio pecho y dijo:
-No es una maldición. Es una inversión.
-¿Qué significa eso? -preguntó Asha, tensa.
-La obsidiana es memoria solidificada. Antiguamente, los Custodios más poderosos sellaban partes de sí mismos en ella. Saberes, emociones, incluso recuerdos. Lo que llevas en tu pecho -dijo, señalando el fragmento de ceniza que Asha protegía con una venda de cuero- no es solo un corazón. Es una llave. Y él, al sostenerte, al protegerte, se está volviendo contenedor. No es que pierda su humanidad. Es que está asumiendo otra forma.
-¿Y puede detenerse? -preguntó Kael, con voz seca.
-No sin consecuencias -respondió Ezkhar-. Pero sí puede canalizarse.
Los Hijos del Fuego Roto comenzaron a reunirse en círculo alrededor del altar. Uno de ellos, una mujer joven con tatuajes de ceniza desde el cuello hasta los nudillos, se adelantó.
-El ritual de contención puede ayudarte -dijo ella-. Pero si lo interrumpimos mal, lo que llevas podría romperse. Y tú también.
Kael miró a Asha. Sus ojos aún eran suyos. Asha asintió.
-Entonces lo haremos -dijo él.
Ezkhar extendió un cuenco hecho de piedra y ceniza, y con un cuchillo ritual se cortó la palma. La sangre negra que cayó al cuenco chispeó al contacto.
-Aquí, la sangre arde -dijo-. Porque no olvidamos lo que somos.
Los Hijos comenzaron a entonar un cántico bajo, gutural. Kael fue conducido al centro del círculo, donde la espiral del altar parecía latir, como si respondiera a su presencia. Asha permaneció fuera del círculo, las manos tensas, los nudillos blancos.
Lirien, a su lado, murmuró:
-Si sale mal, podría solidificarse por completo.
-No va a salir mal -dijo Asha, más para sí misma que para la otra.
El cántico se intensificó. Los Hijos del Fuego Roto comenzaron a trazar símbolos con fuego líquido alrededor del altar. El aire se llenó de un aroma metálico, como si el tiempo mismo estuviera oxidándose. Kael respiraba con dificultad. Su brazo petrificado comenzó a emitir un leve resplandor rojizo. Vetas de obsidiana se encendían, como si el interior ardiera.
Asha sintió su fragmento latir en respuesta.
-Él y el corazón se están sincronizando -dijo Ezkhar-. Está funcionando.
Pero en ese instante, un chasquido seco se escuchó. Una grieta se formó en la piedra bajo los pies de Kael. No una grieta en la tierra. En él. En su carne. En su alma.
Asha corrió hacia el altar, pero Lirien la sujetó.
-¡Si lo interrumpes ahora, se quiebra del todo!
-¡No me importa! -gritó Asha- ¡Él no es una reliquia, es un ser humano!
Kael alzó la mirada. Sus labios apenas se movieron, pero Asha lo entendió igual:
"No."
El resplandor aumentó. Las vetas rojas se entrelazaron, fusionándose, como raíces vivas. Entonces, de pronto, se apagaron.
El silencio cayó.
Kael cayó de rodillas.
Asha corrió hacia él. Lirien no la detuvo esta vez. Al llegar a su lado, lo sostuvo con ambos brazos. El cuerpo de Kael temblaba, pero sus ojos estaban abiertos. No había más obsidiana avanzando. Se había detenido justo en la base del cuello.
-¿Kael? -susurró ella.
Él asintió débilmente.
-Sigo aquí.
Asha sintió un nudo en la garganta.
Ezkhar se acercó, más lento, como si cada paso contuviera siglos.
-Has detenido el avance. Por ahora. Pero hay un precio.
-¿Cuál? -preguntó Kael.
-Tu vínculo con ella es ahora más profundo. Ya no solo proteges el fragmento. Lo sostienes. Si ella cae... tú también.
Kael asintió. Ni una sombra de duda en su rostro.
Asha no supo si sentirse aliviada o aterrada.
-¿Y yo? -preguntó- ¿Qué debo hacer para evitar que esto lo mate?
Ezkhar la miró, y por primera vez, sonrió levemente.
-Recordar. Y despertar los otros fragmentos. Solo cuando todos los Corazones estén reunidos, el equilibrio podrá restaurarse. No habrá curación sin verdad.
Asha bajó la vista al fragmento oculto en su pecho.
Sabía que esto era apenas el principio.