Máximo no tardó en llegar.
Entró en mi apartamento sin llamar, como si fuera de su propiedad. Sabrina venía detrás de él, con una sonrisa triunfante.
"¿Dónde está?" preguntó él, sin rodeos.
No respondí. Me quedé mirándolo, desafiante.
"Te lo advertí, Lina."
Se abalanzó sobre mí. Luché, pero era inútil. Era mucho más fuerte. Agarró mi brazo con una fuerza brutal y me arrancó el brazalete de la muñeca.
Un dolor agudo recorrió mi brazo. La piel estaba roja y arañada, sangrando ligeramente.
Le entregó el brazalete a Sabrina como un trofeo.
"Aquí tienes, mi amor."
Sabrina lo tomó, lo examinó con desdén y luego, mirándome directamente a los ojos, lo tiró al suelo.
"Es feo. No lo quiero."
El sonido del oro golpeando el mármol resonó en el silencio.
Mi corazón se rompió en mil pedazos. No por el objeto, sino por el desprecio, por los nueve años de humillaciones concentrados en ese gesto.
"Ahora, recoge tus cosas y lárgate al apartamento de servicio," ordenó Máximo, como si nada hubiera pasado. "Y no te olvides de pasar por el supermercado. Quiero lentejas para cenar."
Se dieron la vuelta para irse, dejándome sola con mi dolor y el brazalete abollado en el suelo.
Me arrodillé para recogerlo, las lágrimas nublando mi vista.
Mientras lo hacía, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Roy.
"Estoy en el aeropuerto. ¿Estás bien?"
Leí el mensaje y sentí una oleada de fuerza.
"Estaré mejor cuando te vea," respondí.
Me levanté, guardé el brazalete en mi bolso y salí del apartamento sin mirar atrás. No iba a ir a ningún apartamento de servicio. No iba a cocinarle lentejas a nadie.
Iba a empezar mi nueva vida.
Caminaba por la calle, sin rumbo fijo, tratando de procesar todo lo que había sucedido. La adrenalina me mantenía en pie.
De repente, un coche deportivo rojo frenó bruscamente a mi lado.
Era Sabrina.
Me sonrió con malicia desde el asiento del conductor.
"¿A dónde vas, niñera?"
Aceleró de golpe. No tuve tiempo de reaccionar.
El coche me golpeó. Sentí un impacto terrible y luego todo se volvió negro.