Libre del Monstruo que Amé
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Capítulo 3

La salud de Mateo comenzó a deteriorarse rápidamente.

Podía sentirlo. Su energía vital, ya debilitada por su enfermedad congénita, estaba siendo devorada por la presencia tóxica de Catalina. En las creencias de mi pueblo, ella era lo que llamamos una "devoradora de almas", una persona cuya propia esencia es tan negativa que consume la fuerza de quienes la rodean.

Él se veía más pálido cada día, sus movimientos más lentos, su arrogancia teñida de una desesperación creciente.

Pero seguía ciego. Culpaba de su debilidad a mi "magia negra", convencido de que yo lo estaba maldiciendo desde la distancia.

Una tarde, mientras yo regaba mi jardín, Mateo se acercó a la cerca que separaba nuestras propiedades.

"¿Disfrutas viéndome así?", preguntó, su voz ronca.

Levanté la vista. "No siento nada por ti, Mateo. Tu destino es tuyo y de nadie más".

"¡Mientes!", gritó. "Estás haciendo esto para que vuelva a rogarte. ¡Pero no funcionará! ¡Me casaré con Catalina la próxima semana, y su amor me hará más fuerte que cualquier hechizo tuyo!"

Me encogí de hombros. "Buena suerte con eso. Unirse a ella solo acelerará tu final".

Intenté advertirle, una última pizca de la vieja Isabela que se apiadaba de la estupidez humana.

"La energía de Catalina es destructiva. Te está matando".

Su respuesta fue la violencia.

En un instante, saltó la cerca, me agarró por los hombros y me sacudió con fuerza.

"¡Estás celosa! ¡No soportas ver que amo a otra mujer! ¡Una mujer real, no una bruja de montaña!"

El dolor recorrió mis hombros, pero mi rostro permaneció impasible.

"Si así lo crees", dije con voz monótona. "Entonces cásate con ella. Mueran juntos".

Lo empujé y me soltó, sorprendido por mi falta de reacción. Me di la vuelta y volví a mi casa, dejándolo allí, temblando de rabia e impotencia.

Al día siguiente, ocurrió la profanación.

Estaba dentro de mi casa cuando escuché el rugido de un motor. Me asomé por la ventana y vi a Mateo al volante de su enorme camioneta 4x4. A su lado, Catalina reía, animándolo.

Con una sonrisa cruel en el rostro, aceleró y condujo directamente sobre mi jardín sagrado.

Las ruedas aplastaron las hierbas medicinales que había cultivado durante años. Hierbas que no solo curaban a mi gente, sino que también eran la única cura natural que podría haber estabilizado su energía, la única cosa que podría haberle dado más tiempo.

Destruyó su última esperanza solo para humillarme.

Observé en silencio cómo convertía mi jardín en un lodazal. Cuando terminaron, Catalina aplaudió como si fuera un gran espectáculo.

Mateo salió de la camioneta y me miró, desafiante.

"A ver cómo curas a la gente ahora, bruja".

Cerré las cortinas. Había tomado mi decisión. Me iría de allí, a un lugar más alto en las montañas, donde su veneno no pudiera alcanzarme.

            
            

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