Libre del Monstruo que Amé
img img Libre del Monstruo que Amé img Capítulo 4
5
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

Esa misma noche, el colapso de Mateo fue inevitable.

Estaba empacando mis pocas pertenencias cuando escuché gritos desesperados provenientes de la casa vecina. Eran los padres de Mateo.

Poco después, golpearon mi puerta con una urgencia frenética.

"¡Isabela, por favor! ¡Es Mateo!", gritó su madre a través de la puerta. "¡Se ha desplomado! ¡Está convulsionando y tosiendo sangre!"

Abrí la puerta. Los dos ancianos estaban destrozados, sus rostros bañados en lágrimas.

"Por favor, sálvalo", suplicó el padre, cayendo de rodillas. "Te daremos la bodega, toda nuestra fortuna, ¡cualquier cosa!"

Mi corazón, que creía de piedra, sintió una punzada de compasión. No por Mateo, sino por estos padres que sufrían por la ceguera de su hijo.

Suspiré. "Esta será la única y última vez. Después de esto, cualquier deuda entre nosotros quedará saldada. Su destino ya no será mi preocupación".

Asintieron frenéticamente, agradecidos.

Los seguí hasta su lujosa casa. El interior era un caos. Mateo yacía en el suelo del salón, su cuerpo temblaba violentamente y una espuma sanguinolenta manchaba sus labios.

Catalina estaba de pie en un rincón, mirando con una mezcla de miedo y asco.

Al verme, inmediatamente gritó: "¡Es ella! ¡Ella lo envenenó! ¡Lo vi en su jardín, debe haberle echado una maldición!"

Antes de que pudiera responder, el padre de Mateo se levantó y la abofeteó con fuerza.

"¡Cállate, mujer malvada!", rugió. "¡Tú eres la maldición en esta casa! ¡Fuera de aquí!"

Catalina se llevó una mano a la mejilla, sorprendida. La madre de Mateo la agarró del brazo y la arrastró hacia la puerta.

"¡Lárgate y no vuelvas nunca!", gritó, empujándola hacia la noche.

Con Catalina fuera, el aire de la habitación pareció limpiarse. Me arrodillé junto a Mateo. Saqué una pequeña navaja de mi bolsillo, la misma que usaba para recolectar hierbas.

Sin dudarlo, me hice un pequeño corte en la palma de la mano.

Dejé que unas gotas de mi sangre cayeran en un cuenco de agua que la madre de Mateo me había traído. Mi sangre, cargada con la energía pura de la Pachamama, era un potente catalizador.

Mientras susurraba antiguas oraciones, le di de beber el agua a Mateo. El ritual me dejó agotada, sentí cómo mi propia fuerza vital se drenaba.

Lentamente, las convulsiones de Mateo cesaron. Su respiración se volvió más regular. Se había estabilizado.

Me levanté, sintiéndome débil.

"Vivirá", dije a sus padres. "Pero esto es solo temporal. He saldado mi deuda".

Me di la vuelta para irme, pero la voz del padre de Mateo me detuvo.

"Gracias, Isabela. Eres una santa".

"No soy una santa", respondí sin mirar atrás. "Solo soy una mujer que ha pagado un precio demasiado alto".

Volví a mi casa, cerré la puerta y me derrumbé en el suelo, completamente exhausta. El vínculo, finalmente, se había roto.

                         

COPYRIGHT(©) 2022