Luciana lo miró con desprecio al ver su sonrisa codiciosa.
"Entonces ve. No me hagas esperar".
Roy asintió, se dio la vuelta y salió de la habitación.
Cerró la puerta de su propio cuarto, una pequeña habitación de servicio al fondo de la mansión. Se apoyó en la madera y las lágrimas que había contenido finalmente cayeron.
Esa noche, Kieran no se fue.
Roy escuchó los sonidos desde el pasillo. La risa de Luciana, las palabras de amor que Kieran le susurraba.
"Te amo, Luciana. Siempre te he amado".
Eran las mismas palabras que él le había dicho a ella, en esa misma cama, años atrás.
Recordó sus sueños. Una pequeña casa en La Rioja, rodeados de viñedos. Hijos corriendo por el jardín. Una vida simple, llena de amor.
Todo era un espejismo ahora. Un recuerdo roto.
Se secó las lágrimas con rabia.
"No más", se susurró a sí mismo. "Esta es la última vez que lloro por ella".
Unos días después, Luciana organizó la fiesta de la vendimia en las Bodegas Salazar. Era el evento social del año en La Rioja.
Kieran estaba a su lado, actuando como el anfitrión. Recibía a los invitados, sonreía, era el perfecto compañero de "La Dama de Hierro".
Roy fue relegado a servir copas, un sirviente más. Los invitados lo miraban con una mezcla de lástima y desdén.
Más tarde, en la bodega, Kieran lo acorraló entre las barricas de roble.
"Sé la verdad, Roy", dijo Kieran, su voz era un susurro tenso. "Sé lo de tu familia. Sé por qué la dejaste".
Roy se quedó helado.
"La amo. La he amado desde que éramos niños. Y tú la hiciste sufrir. La abandonaste".
"No entiendes...", empezó Roy.
"¡Claro que entiendo!", lo interrumpió Kieran. "Entiendo que le he dicho que yo fui quien le donó el riñón. Ella me cree. Me ama a mí ahora".
La confesión lo golpeó. La traición de su mejor amigo era total.
"Hoy es mi cumpleaños", continuó Kieran. "Quiero un regalo. Cédemela. Desaparece de su vida para siempre. Déjame tenerla".
Roy lo miró, resignado. Su misión estaba por comenzar. Su "muerte" era inminente. Quizás era lo mejor para ella.
"Bien", dijo Roy con la voz rota.
Los ojos de Kieran se llenaron de lágrimas de triunfo. En ese momento, se giró y se arrojó por las escaleras de la bodega, gritando de dolor.