Scarlett estaba convencida de mi culpabilidad.
No me dio tiempo a explicar, no escuchó mis negaciones.
A la mañana siguiente, sus guardaespaldas me sacaron de mi apartamento y me metieron en una camioneta. Condujimos durante horas, dejando atrás la ciudad y adentrándonos en la inmensidad de la Pampa.
Llegamos a un rancho aislado, una estancia que pertenecía a su familia.
El sol pegaba fuerte. El aire olía a polvo y a ganado.
Me llevaron a un corral de doma. Dentro, un caballo salvaje, un potro sin amansar, pateaba la tierra con nerviosismo.
Yo odiaba los caballos.
Cuando era niño, sufrí una caída terrible. Me rompí un brazo y me quedó un miedo paralizante. Scarlett lo sabía. Lo recordaba perfectamente de nuestra vida pasada.
"Como castigo por lo que le hiciste a Marcel, vas a domar a ese caballo."
Su voz era plana, sin emoción. Estaba de pie, apoyada en la valla del corral, observándome con frialdad. Marcel estaba a su lado, con una sonrisa de suficiencia en el rostro.
"Pero... yo no sé cómo. Me dan pánico."
"Exacto."
Los gauchos que trabajaban en el rancho me empujaron dentro del corral y cerraron la tranquera.
El caballo relinchó, encabritándose. Era una bestia enorme y poderosa.
Intenté acercarme, hablarle con calma, pero el miedo me paralizaba.
"¡Sube!", ordenó Scarlett.
Uno de los gauchos me ayudó a montar. Apenas me senté en su lomo, el caballo explotó en una furia de coces y saltos.
Salí despedido por el aire y caí con fuerza sobre la tierra dura. El golpe me dejó sin aliento.
"Otra vez", dijo Scarlett.
Me levanté, magullado, y volví a montar.
Y volví a caer.
Una y otra vez.
Cada caída era más violenta. Mi cuerpo era un mapa de contusiones. El terror era puro, absoluto. Sentía que mis huesos iban a romperse en cualquier momento.
Scarlett y Marcel observaban en silencio.
Después de lo que pareció una eternidad, cuando apenas podía ponerme en pie, la voz de Scarlett cortó el aire.
"Pídele perdón a Marcel."
Estaba temblando, cubierto de polvo y sudor. El dolor era agudo en cada parte de mi cuerpo.
"O no te detendrás hasta que te rompas un hueso."
La miré. No había piedad en sus ojos. Solo una frialdad cruel.
Cedí.
"Lo siento, Marcel. Perdóname."
Mi voz era un graznido ronco.
Me sacaron del corral y me llevaron directamente al hospital donde Marcel se estaba "recuperando" de su crisis nerviosa.
Scarlett me obligó a entrar en su habitación.
Y allí, frente a él, me obligó a arrodillarme.
"Pide perdón de nuevo. Como debe ser."
Con la poca dignidad que me quedaba, me arrodillé sobre el suelo frío del hospital y repetí las palabras.
"Perdóname, Marcel."
Él sonrió, una sonrisa victoriosa y cruel. Scarlett observaba, satisfecha.