Mi Marido, Mi Tormento, Mi Redención
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Capítulo 2

A la mañana siguiente, un sobre llegó a la oficina de Luciana Salazar.

Era de León.

Ella frunció el ceño. ¿Qué podría querer él?

Dentro encontró unos papeles. Papeles de divorcio. Ya firmados por él. En la sección de reparto de bienes, él había renunciado a todo. Solo pedía quedarse con la vieja bodega de su familia.

Una sonrisa burlona se dibujó en los labios de Luciana.

"Finalmente te rindes", murmuró para sí misma.

Sintió un inmenso alivio. Un peso que no sabía que llevaba se levantó de sus hombros. Cogió su pluma y firmó los papeles con un trazo rápido y decidido.

Libre. Por fin era libre.

Mientras tanto, en el aeropuerto de Madrid-Barajas, Kieran Hewitt bajaba de un avión procedente de Londres. Tenía una sonrisa radiante en el rostro.

Había funcionado. Su plan había funcionado.

La carta anónima había sido la jugada maestra. Sabía que revelarle a León la verdadera identidad del receptor de la médula lo destrozaría. Y un hombre destrozado se marcharía.

Ahora el camino estaba libre. Luciana sería suya.

Sacó su teléfono y la llamó.

"Luciana, he vuelto", dijo con una voz llena de alegría.

"¿Kieran? ¿Dónde estás?", la voz de ella sonaba preocupada. "¿Estás bien?".

"Estoy perfectamente. Quería darte una sorpresa. ¿Nos vemos para comer?".

Se encontraron en un restaurante de lujo. Luciana parecía más relajada de lo que Kieran la había visto en años.

"Parece que mi carta tuvo el efecto deseado", dijo él, con una sonrisa cómplice.

Luciana levantó una ceja.

"¿Tu carta?".

"La que le envié a León", admitió él sin reparos. "Alguien tenía que decirle la verdad".

Luciana sonrió, una sonrisa genuina y feliz. "Pues gracias. Me ha pedido el divorcio. He firmado los papeles esta mañana".

Kieran sintió una oleada de triunfo.

Justo en ese momento, una voz furiosa los interrumpió.

"¡Así que era verdad!".

Sylvia Trebor, la mejor amiga de León, estaba de pie junto a su mesa, con los ojos encendidos de ira.

"¡Estás celebrando tu divorcio con este tipo mientras León está desaparecido! ¡Qué descaro!".

Luciana la miró con frialdad. "No es asunto tuyo".

Kieran intervino, fingiendo inocencia. "¿De qué estás hablando? Luciana y yo solo somos amigos. Además, ya están divorciados. ¿Qué tiene de malo que comamos juntos?".

La mandíbula de Sylvia cayó. "¿Divorciados? ¿Cuándo?".

"Esta mañana", dijo Luciana con aire de suficiencia.

Sylvia sacó su teléfono, con el pánico reflejado en su rostro. "Tengo que llamar a León".

Marcó su número. Una y otra vez. Solo saltaba el contestador.

"No contesta...", murmuró, con el corazón apretado por un mal presentimiento. Se volvió hacia Luciana. "Tú eres la última persona que lo vio. ¿Adónde fue?".

Las palabras de Sylvia parecieron romper el hechizo de alegría de Luciana. Su sonrisa se desvaneció y una sombra cruzó su rostro.

Kieran, notando su cambio de humor, le puso una mano en el brazo. "No le hagas caso, Luciana. Es solo una amiga celosa".

Instintivamente, Luciana se apartó de su contacto.

Sintió una extraña repulsión. Kieran se parecía mucho a su hermano Máximo, pero había algo en él que la incomodaba, algo que su subconsciente rechazaba.

Se levantó abruptamente.

"Tengo que irme", dijo, sin dar más explicaciones.

Salió del restaurante, dejando a un Kieran herido y confundido.

Mientras caminaba por la calle, una idea extraña y perturbadora cruzó su mente. En los últimos cuatro años, se había acostumbrado a rechazar a todos los hombres. A todos, excepto a uno.

A León.

El único hombre al que había permitido acercarse, aunque solo fuera para despreciarlo.

            
            

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