Esposa Egoísta No Someterá
img img Esposa Egoísta No Someterá img Capítulo 4
5
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

"¡No te atrevas a darme la espalda, Sofía!"

Su grito me siguió por la calle, pero yo no me detuve. Cada paso que daba lejos de él se sentía como un ancla que se soltaba de mi alma.

"¡Tú eres la que arruinó todo! ¡Con tus celos y tu inseguridad! ¡Eva nunca te hizo nada!"

Me detuve en seco. Me giré lentamente para enfrentarlo. La calma que sentía se estaba convirtiendo en algo más duro, más afilado.

"¿Que ella no me hizo nada? Se acostó con mi esposo. Se mudó a la casa de al lado. Se probó mi ropa en mi propia habitación. Y tú tienes el descaro de defenderla."

"¡Yo no la defendí! ¡Solo digo que tú provocaste esta situación! Si hubieras sido una buena esposa, comprensiva, si no me hubieras presionado, yo no habría tenido que buscar consuelo en otra parte."

La lógica retorcida de sus palabras era asombrosa. En su mundo, él nunca tenía la culpa de nada. Siempre era la víctima.

"¿Una buena esposa?", repetí, y una risa amarga escapó de mis labios. "Te refieres a la que deja su carrera para que tú brilles. La que usa sus ahorros para comprar una casa que pones a tu nombre. La que te prepara la cena todas las noches mientras tú te acuestas con otra. La que debe aceptar a tu madre en su casa sin ser consultada. ¿Esa es tu definición de 'buena esposa'?"

Enumeré cada sacrificio, cada humillación. Las palabras salían de mí como un torrente, liberando años de resentimiento acumulado.

"Yo te di todo, Mateo. Todo lo que era. Y tú lo tomaste y lo pisoteaste. Y ahora quieres que yo me sienta culpable. No."

Su rostro se contrajo de rabia. Se quedó sin argumentos. Cuando un narcisista se ve expuesto, solo le queda la ira.

"¡Cállate!", gritó.

Agarró un vaso de vidrio que había dejado en el techo de su coche y lo estrelló contra el suelo, a pocos centímetros de mis pies. Los fragmentos de cristal saltaron en todas direcciones.

"¡Te vas a arrepentir de cada una de esas palabras!", me amenazó, apuntándome con el dedo.

No me inmuté. El ruido del cristal rompiéndose no fue nada comparado con el sonido de mi corazón haciéndose pedazos en los últimos días.

Con total tranquilidad, saqué de mi bolso otra copia del convenio de divorcio. Se la extendí.

"Ya firmaste una vez. Fírmala de nuevo. Quiero una copia para mi abogado. Y quiero que sepas que cada amenaza que haces la estoy grabando."

Mentí. No estaba grabando nada. Pero la sola idea lo hizo dudar.

Me miró con un odio profundo. Un odio que nunca había visto en él. Era la mirada de alguien que ha perdido el control y no lo soporta.

Con un gruñido, me arrebató el papel y la pluma. Firmó de nuevo, esta vez con tanta fuerza que casi perforó la hoja.

"Lárgate", escupió, arrojándome el convenio a la cara. "Lárgate de mi vida. Pero que te quede claro, esto no ha terminado."

Recogí el papel del suelo. Lo doblé con cuidado y lo guardé en mi bolso.

"Para mí, sí ha terminado", dije.

Me di la vuelta y esta vez no me detuve. Caminé hasta la esquina y pedí otro taxi.

De regreso en el hotel, lo primero que hice fue sacar la foto de nuestra boda del fondo de mi maleta. La había guardado por inercia. La miré por un instante: dos personas sonrientes, llenas de promesas y mentiras.

Sin pensarlo dos veces, la rompí por la mitad y la tiré a la basura. Luego tomé mi teléfono y empecé a borrar. Borré su número. Borré sus fotos. Borré los mensajes antiguos que alguna vez me parecieron románticos.

Justo cuando estaba a punto de bloquear el número de su madre, entró una llamada.

No era Mateo. Era su madre.

Dudé un segundo, pero contesté. Quería que la humillación terminara por completo.

"Sofía, ¿dónde estás? Mateo está hecho un desastre. Dice que lo dejaste."

Su voz sonaba preocupada, pero no por mí. Por su hijo.

"Señora, su hijo y yo nos vamos a divorciar. Le agradecería que no me volviera a llamar."

"¿Divorcio? ¿Estás loca? ¿Después de todo lo que mi hijo ha hecho por ti? Eres una malagradecida. Lo único que tenías que hacer era ser una buena esposa y cuidar de tu familia. ¡Y ahora lo abandonas!"

Su tono se volvió agrio y acusador.

"Señora, su hijo tiene una amante. Le regaló nuestra casa. Me ha estado engañando por meses. Si alguien abandonó a la familia, fue él."

Se hizo un silencio al otro lado de la línea. Luego, una risa nerviosa.

"Puras mentiras. Seguramente es un malentendido. Los hombres son así, a veces cometen errores. Pero una buena mujer sabe perdonar. Tu deber es estar a su lado."

La complicidad, la normalización de la infidelidad, me revolvió el estómago. Era una mentalidad de otra época, una que yo no estaba dispuesta a aceptar.

"Mi único deber es conmigo misma. Adiós, señora."

Estaba a punto de colgar cuando escuché la voz de Mateo de fondo, arrebatándole el teléfono.

"¡Sofía! ¡No te atrevas a colgarle a mi madre!"

Y luego, escuché otra voz. La de Eva. Suave, casi un susurro.

"Mi amor, déjala. No vale la pena. Ven, vamos a cenar. Hice tu pasta favorita."

El contraste fue brutal. A mí, gritos y amenazas. A ella, susurros y pasta.

Mateo cambió de tono al instante.

"Sí, mi vida, ya voy", le dijo a ella. Y luego, a mí, con la voz llena de desprecio: "¿Oíste? Así es como se trata a un hombre. Aprende algo. No me vuelvas a buscar. Ya tengo a alguien que sí sabe valorarme."

Y colgó.

Me quedé mirando el teléfono, en silencio. La última pizca de duda, de sentimentalismo, se evaporó.

No había nada que salvar. No había nada que lamentar.

Solo quedaba yo.

Y por primera vez, eso se sentía como más que suficiente.

                         

COPYRIGHT(©) 2022