Venganza Por Mi Honor
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Capítulo 4

Los días que siguieron a mi secuestro fueron un borrón de miedo y vergüenza. No salía de mi cuarto. Cada sombra me hacía saltar, cada ruido me recordaba a los hombres de la bodega. Me sentía sucia, rota.

Rodrigo venía a verme todos los días.

No hablaba mucho. A veces simplemente se sentaba en una silla junto a mi cama mientras yo fingía dormir. Otras veces me traía libros o sopa que su cocinera había preparado. Nunca me presionó para que hablara de lo que pasó. Su presencia era silenciosa, constante, un ancla en mi mar de caos.

Una tarde, me encontró mirando fijamente la pared.

"Tienes que comer, Ximena," dijo suavemente, dejando una bandeja en mi mesita de noche.

"No tengo hambre."

"Lo sé." Se sentó en el borde de mi cama. El colchón se hundió bajo su peso. "Pero tienes que hacerlo."

Lo miré por primera vez en días. Su rostro, normalmente una máscara de indiferencia, mostraba genuina preocupación. Había ojeras bajo sus ojos.

"¿Por qué haces esto, Rodrigo?" pregunté, mi voz era un susurro. "¿Por qué me salvaste? ¿Por qué vienes todos los días?"

Él desvió la mirada por un segundo, como si estuviera incómodo con la emoción.

"Porque alguien tenía que hacerlo," respondió finalmente.

"Diego o Santiago no lo hicieron."

"Ellos no son yo," dijo, y en esa simple frase había un mundo de significado.

Poco a poco, empecé a depender de su presencia. Era el único que no me miraba con lástima. Era el único que parecía entenderme sin necesidad de palabras. Comencé a esperarlo, a sentir un vacío cuando se iba.

Una noche, después de casi dos semanas de su vigilia constante, me tomó de la mano. Su piel era cálida contra la mía.

"Ximena," dijo, su voz seria. "Sé que este es el peor momento posible. Y sé que no soy la persona más expresiva del mundo. Pero lo que pasó en esa bodega... me hizo darme cuenta de muchas cosas."

Mi corazón empezó a latir más rápido.

"No puedo soportar la idea de que algo te pase. Quiero protegerte. Quiero cuidarte." Hizo una pausa, tomando aire. "Quiero que seas mi novia. Oficialmente."

Lo miré, sorprendida. ¿Rodrigo, el hombre que me había despreciado en la fiesta, que me había llamado un ancla, ahora me pedía ser su novia? El recuerdo de su humillación seguía ahí, pero estaba cubierto por la gratitud y la vulnerabilidad del momento.

Y yo, que me sentía tan perdida y sola, vi en su oferta un refugio. Un puerto seguro.

"Sí," susurré. "Sí, quiero."

Una sonrisa genuina, la primera que le había visto en años, iluminó su rostro. Se inclinó y me besó suavemente en los labios. No fue como el primer beso torpe de nuestra adolescencia. Este fue tierno, lleno de una emoción contenida que me estremeció.

Los siguientes meses fueron un sueño. Rodrigo era el novio perfecto. Me sacó de mi caparazón. Me llevaba a cenar a lugares discretos, a paseos por el parque. Me ayudó a preparar mis exámenes para volver a la universidad. Pagó discretamente algunas de las deudas más urgentes de mi padre, sin decir una palabra, salvando a mi familia de la humillación total.

Me sentí feliz. Por primera vez en mi vida, me sentí amada por quien era. Creí que había encontrado a mi príncipe azul en el más improbable de los caballeros. Empecé a imaginar un futuro con él: una vida tranquila, estable, lejos del drama y la falsedad de nuestro mundo. Me enamoré de la seguridad que me ofrecía, de la imagen del hombre que había venido a rescatarme.

Una noche, estábamos en su lujoso apartamento, uno que tenía una vista panorámica de toda la ciudad. Habíamos cenado, y yo estaba acurrucada a su lado en el sofá, sintiéndome completamente en paz. Él se levantó para contestar una llamada en su estudio.

La puerta quedó entreabierta. Normalmente, yo respetaba su privacidad, pero algo en su tono me hizo prestar atención.

"Sí, ya sé que me tardé," decía Rodrigo, su voz sonaba divertida, diferente a como hablaba conmigo. "Pero había que hacerlo bien. La chica estaba traumatizada."

Hubo una pausa.

"¿Qué? ¿Diego está furioso? Que se aguante. Él tuvo su oportunidad y la trató como basura."

Otra pausa. La risa de Rodrigo flotó hasta mí, una risa fría que no reconocí.

"Santiago, no seas impaciente. El trato era el trato. Cien mil pesos a que la hacía mi novia en menos de un mes después del secuestro. Y gané. Ahora páguenme. Los dos."

El mundo se detuvo.

Las palabras resonaron en mi cabeza, rebotando en las paredes de mi cráneo. Cien mil pesos. Una apuesta.

Todo. Cada visita. Cada palabra amable. Cada gesto de preocupación. El rescate. El beso. La relación. Todo había sido parte de un juego. Una apuesta cruel entre los tres.

No era un rescate. Era una estrategia.

No era amor. Era un trofeo.

Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. El aire se volvió espeso, imposible de respirar. Miré a mi alrededor, al lujoso apartamento que había considerado un refugio, y de repente me sentí como si estuviera de vuelta en esa bodega sucia, atada y expuesta.

La humillación fue mil veces peor que la de la fiesta, mil veces peor que la de los secuestradores. Porque esta vez, yo les había abierto mi corazón. Les había dado mi confianza. Y ellos la habían pisoteado por dinero y por ego.

Rodrigo volvió a entrar en la sala, con una sonrisa en el rostro.

"Era Santiago," dijo, sentándose a mi lado. "Preguntando tonterías, como siempre."

Se inclinó para besarme, pero yo me aparté.

Él frunció el ceño. "¿Qué pasa?"

Lo miré. Mis ojos estaban secos. Mi corazón, un pedazo de hielo en mi pecho. Y en ese momento, la Ximena ingenua y enamorada murió para siempre. En su lugar, nació algo mucho más frío y afilado que el propio Rodrigo.

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