Amor Ciego: El Bombero Traicionado
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Capítulo 3

Apenas había conducido un par de cuadras cuando su teléfono de trabajo empezó a sonar. Era el jefe de la estación. La voz del capitán sonaba grave, urgente.

"Gustavo, te necesito. Hubo un deslizamiento de tierra masivo en las colinas de Santa Mónica. Una comunidad entera quedó sepultada. La situación es catastrófica" .

El corazón de Gustavo dio un vuelco. Dejó de lado su propio drama personal y su mente de bombero se activó al instante. "Voy para allá. ¿Cuál es el punto de encuentro?"

"Te mandaré la ubicación. Pero escucha, Gustavo... esto es serio. Muy peligroso. El terreno es inestable, sigue lloviendo y se esperan más derrumbes. Antes de venir, despídete de tu familia. No es una orden, es un consejo" .

La última frase del capitán resonó en su cabeza. "Despídete de tu familia" . ¿Qué familia? La que creía tener acababa de implosionar. Aun así, una estúpida punzada de deber lo invadió. ¿Y si no volvía? ¿Y si esta era la última vez? A pesar de todo el dolor y la traición, sintió la necesidad de ver a Ana una última vez. Quizás, frente a la posibilidad de la muerte, ella mostraría un ápice de humanidad.

Dio la vuelta y condujo de regreso a casa. Aparcó en la calle, con el motor en marcha. La luz de la sala estaba encendida. Se bajó del coche y caminó hacia la puerta, pero se detuvo antes de llamar. Por la ventana, vio una escena que lo congeló en el sitio. Ana no estaba llorando ni desesperada. Estaba radiante. Llevaba un elegante vestido de noche negro, se estaba maquillando frente a un espejo y sonreía. Ricardo, a su lado, ya estaba vestido con un traje impecable. Luisito no estaba a la vista.

Gustavo abrió la puerta sin hacer ruido. El sonido de la risa de Ana llenó el silencio.

"¿A dónde van?" , preguntó Gustavo, su voz apenas un susurro.

Ana se giró, su sonrisa se desvaneció al verlo. La molestia volvió a su rostro. "¿Qué haces aquí? Creí que te habías ido" .

"Voy a una misión. Un deslave en Santa Mónica. Es peligroso" . Esperaba una reacción, una pizca de preocupación. No obtuvo nada.

Ricardo se acercó, interponiéndose entre ellos. "Ana tiene un evento muy importante esta noche. Una gala benéfica para su fundación. No puede faltar. Yo la voy a acompañar, para que no vaya sola" .

La excusa era tan perfecta, tan bien construida dentro de su farsa de caridad y piedad, que Gustavo solo pudo sentir náuseas. Su vida podría estar en peligro en unas pocas horas, y a ella solo le importaba una fiesta.

"Entiendo" , dijo Gustavo, mirándola fijamente. "Diviértete en tu gala, Ana" .

Ella ni siquiera le respondió. Se dio la vuelta, tomó su bolso de diseñador y caminó hacia la puerta, pasando a su lado como si fuera un mueble. Ricardo la siguió, no sin antes lanzarle a Gustavo una mirada de triunfo. Los vio subir al coche de lujo de Ana y marcharse, dejándolo solo en medio de la sala, con el eco de sus risas y el olor de su perfume caro flotando en el aire. El dolor que sintió en ese momento fue peor que cualquier herida física. Era la indiferencia absoluta. Era la confirmación de que para ella, él ya no existía.

Decidió que ya no podía seguir así. Tenía que ponerle fin. Sacó su teléfono y le envió un mensaje: "Necesitamos hablar del divorcio. Te veo en el café 'El Mirador' en una hora. Es importante" . Eligió ese lugar porque estaba en la ruta hacia Santa Mónica. Era su última oportunidad para cerrar este capítulo antes de enfrentarse a la muerte.

Sorprendentemente, ella respondió casi de inmediato: "Está bien. Pero que sea rápido" .

Gustavo condujo hasta el café, un lugar con vistas a la ciudad. Se sentó en una mesa junto a la ventana y esperó. Pasó una hora. Luego otra. El café que había pedido se enfrió. La noche cayó sobre la ciudad, y las luces empezaron a brillar. Ana no llegaba. Cada minuto que pasaba era una nueva humillación, una nueva muestra de su desprecio.

Justo cuando estaba a punto de levantarse e irse, la vio llegar. Pero no venía sola. Ricardo caminaba a su lado, y llevaba a Luisito en brazos. Se sentaron en su mesa sin ser invitados.

"No tengo mucho tiempo" , dijo Ana, sin mirarlo. "¿Qué querías?"

"El divorcio, Ana. Quiero los papeles firmados esta noche" , dijo Gustavo, tratando de mantener la calma.

Ana soltó una risita. "¿Todavía con eso? Ya te dije que no. Además, ¿qué prisa tienes? ¿Acaso no tienes que ir a jugar al héroe?"

Ricardo intervino, con un tono condescendiente. "Ana está muy estresada, hombre. Deberías ser más comprensivo. Ella tiene responsabilidades, una imagen que mantener. Tu trabajo es peligroso, lo entendemos, pero no puedes usarlo para manipularla emocionalmente" .

La ira que Gustavo había estado conteniendo finalmente explotó. "¿Manipularla? ¿Yo? ¡Ustedes dos han convertido mi vida en un infierno! ¡Y tú!" , dijo, señalando a Ana. "Me voy a enfrentar a un desastre natural, podría no volver, y a ti no te importa en lo más mínimo. ¡Ni siquiera puedes mirarme a los ojos!"

"¡No me levantes la voz!" , gritó ella. "¡Estás asustando a Luisito!" El niño, efectivamente, había empezado a llorar. Ana lo tomó en brazos y lo acunó, lanzándole a Gustavo una mirada de puro odio, como si él fuera el culpable de todo. "Eres un egoísta. Siempre pensando en ti, en tu drama. Hay cosas más importantes que tus sentimientos, Gustavo" .

Él se quedó mirándola, dándose cuenta de la verdad final y absoluta. No había nada que salvar. No quedaba nada. Se levantó de la mesa, dispuesto a marcharse para siempre. "Tienes razón. Hay cosas más importantes" .

Mientras se daba la vuelta, su pie tropezó con una de las patas de la mesa que estaba mal colocada. Perdió el equilibrio y cayó torpemente. Su cabeza golpeó con fuerza el borde de una jardinera de concreto. El mundo se volvió borroso y sintió un dolor agudo y punzante en la parte posterior del cráneo. Oyó a Ana gritar su nombre, con un tono que sonaba a pánico genuino. Por un instante, una estúpida esperanza se encendió en su interior.

Pero entonces, escuchó a Luisito llorar más fuerte y la voz de Ricardo diciendo: "¡Vámonos, Ana! ¡El niño está asustado! ¡Alguien más lo ayudará!"

Gustavo, tirado en el suelo, con la cabeza sangrando y el mundo dando vueltas, vio cómo Ana dudaba solo un segundo. Miró su cuerpo inerte en el suelo, y luego miró a Ricardo y al niño. Y eligió. Se dio la vuelta y se fue con ellos, sin mirar atrás, abandonándolo a su suerte. La última pizca de esperanza en el corazón de Gustavo se extinguió, dejando solo un vacío frío y oscuro.

            
            

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