Recetas Robadas, Amor Traicionado
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Capítulo 1

El aire del hospital olía a desinfectante y a muerte, una mezcla que se me había metido en los huesos. Llevaba tanto tiempo postrada en esta cama que ya no distinguía los días de las noches. La televisión en la esquina, siempre encendida, hablaba de un chef llamado Ricardo Vargas, el nuevo genio culinario de México, el hombre que estaba a punto de ganar el concurso "Sabor de México".

Mi restaurante, "Alma", el sueño de mi vida, estaba en ruinas, a medio construir y con deudas que me aplastaban. Y todo por él. Por Marco.

La puerta se abrió y entró él, mi prometido. No venía solo. A su lado, con una sonrisa de suficiencia, caminaba Ricardo Vargas. Verlos juntos fue como si me echaran sal en una herida abierta.

"Sofía, ¿cómo sigues?", preguntó Marco, pero su voz no tenía ni una pizca de preocupación, era solo una formalidad vacía.

Ricardo ni siquiera se molestó en fingir, su mirada era de puro desprecio. "Marco, no sé para qué venimos a verla, solo es una pérdida de tiempo. Tenemos que celebrar nuestro éxito".

Mi éxito. El que me robaron.

"Marco", susurré, la voz apenas un hilo, "las recetas... mi libro de recetas... ¿dónde está?".

Marco desvió la mirada, incómodo. "Sofía, de qué hablas. Estás delirando por la fiebre".

"No estoy delirando", insistí, tratando de incorporarme, pero el dolor me lo impidió. "El libro de mi abuela, el que tenía las recetas de mi bisabuelo... tú lo tomaste".

Ricardo soltó una carcajada. "Ah, ¿hablas de ese viejo cuaderno lleno de garabatos? Fue la inspiración perfecta para mis nuevos platillos. Deberías agradecerme, Sofía, le di un buen uso a esas antigüedades".

Sentí que el mundo se me venía encima. La traición era tan clara, tan descarada. Marco, el hombre que amaba, se había aliado con mi mayor rival para destruirme. Me robó no solo mi dinero y mi futuro, sino el legado de mi familia.

"¿Por qué?", logré preguntar, las lágrimas mezclándose con el sudor frío en mi frente. "¿Por qué, Marco?".

Él se encogió de hombros, con una frialdad que me heló el alma. "Ricardo me ofreció más de lo que tú jamás podrías darme, Sofía. Fama, dinero... yo no nací para estar atado a una cocinera con delirios de grandeza".

Esas palabras fueron el golpe final. Mi familia me había dado la espalda, decían que mi ambición era una vergüenza. Me endeudé hasta el cuello por nuestro restaurante, un sueño que creía compartido. Y ahora, el hombre por el que lo sacrifiqué todo me confesaba su traición sin el menor remordimiento.

El monitor a mi lado empezó a pitar de forma errática. Mi cuerpo, ya debilitado por la desnutrición y el estrés, estaba llegando a su límite.

"Bueno, nosotros nos vamos", dijo Ricardo, tirando del brazo de Marco. "Tenemos una victoria que celebrar. Que te recuperes... o no".

Se fueron, dejándome sola con el eco de sus risas y el sonido agudo de la máquina. Miré el tubo de oxígeno que me mantenía con vida, un hilo frágil que me unía a este mundo de dolor y traición. Ya no tenía nada. Ni restaurante, ni amor, ni familia, ni siquiera el legado de mi bisabuelo.

Con la poca fuerza que me quedaba, estiré la mano y me arranqué la mascarilla de oxígeno. El pitido del monitor se volvió un chillido constante y ensordecedor. Cerré los ojos, deseando solo una cosa antes de que todo se volviera negro.

Si tuviera otra oportunidad...

De repente, una luz brillante me cegó. Sentí como si me estuvieran jalando a través de un túnel a una velocidad increíble. El aire volvió a mis pulmones con una bocanada brusca y dolorosa.

Abrí los ojos de golpe. No estaba en el hospital. Estaba en mi apartamento, el sol de la mañana entraba por la ventana. Miré mis manos, no estaban pálidas y huesudas, sino llenas de vida. Me toqué la cara, el cuerpo... estaba sana.

Un calendario en la pared llamó mi atención. La fecha marcada en un círculo rojo era de un año atrás. Era el día en que Marco y yo íbamos a firmar el préstamo final para el restaurante. El día en que mi infierno comenzó.

Había vuelto.

Una risa amarga escapó de mis labios. No era un sueño, no era una alucinación. Me habían dado una segunda oportunidad. Y esta vez, no la iba a desperdiciar.

Me levanté de la cama, llena de una determinación que no sentía desde hacía mucho tiempo. Me vestí con rapidez. No iba a ir al banco. Iba a ir a otro lugar.

"¿Sofía? ¿Ya estás lista? Se nos hace tarde para ir al banco", la voz de Marco sonó desde la sala.

Salí del cuarto y lo vi, sentado en el sofá, sonriendo como si nada. La misma sonrisa que me había engañado, la misma que escondía al traidor. Por un segundo, el odio me cegó, pero lo reprimí. La venganza es un plato que se sirve frío.

"No vamos a ir al banco, Marco", dije con una calma que lo sorprendió.

"¿Qué? ¿De qué hablas? Hoy es el gran día, mi amor. El día que empezamos a construir nuestro sueño".

"Nuestro sueño se acabó", respondí, caminando hacia la puerta. "Voy a la oficina del registro civil. Voy a pedir el divorcio".

Marco se quedó boquiabierto, su cara era un poema. "¿Divorcio? ¡Pero si ni siquiera nos hemos casado! Sofía, ¿te sientes bien? ¿Es por los nervios?".

Sus palabras me recordaron la imagen que todos tenían de mí: la Sofía ingenua, la prometida perfecta y devota que lo seguía a todas partes. La mujer que había dejado su prometedora carrera en un restaurante de lujo para seguir el "sueño" de Marco.

"Me siento perfectamente bien", afirmé, mirándolo directamente a los ojos. "¿Recuerdas el acuerdo prenupcial que firmamos? El que decía que si la relación terminaba antes del matrimonio, todos los bienes se dividirían y las deudas conjuntas se anularían? Pienso hacerlo válido. Hoy".

En mi vida pasada, él me había convencido de romper ese acuerdo para poder pedir un préstamo más grande, poniéndolo todo a mi nombre. Me dijo que era una prueba de amor y confianza. Fui una tonta.

Recordé cada sacrificio: vender el coche que me regaló mi abuela, usar todos mis ahorros, pedir préstamos a amigos que ahora no me dirigían la palabra. Todo para un restaurante que él ya planeaba entregarle a Ricardo.

"Sofía, esto es una locura", dijo, levantándose y tratando de acercarse. "Hablemos, por favor. No puedes tomar una decisión así de la nada".

"No es de la nada, Marco. Es una decisión que debí tomar hace mucho tiempo". Abrí la puerta. "Tengo prisa. La oficina cierra en dos horas".

Lo dejé ahí, paralizado en medio de la sala. Caminé por la calle sintiendo el sol en mi cara. Estaba viva y tenía una segunda oportunidad. Esta vez, "El Jaguar Dorado" no sería olvidado. Y Sofía Reyes no sería la víctima. Sería la luchadora que estaba destinada a ser.

            
            

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