Ella se quedó helada, con la sonrisa pegada en la cara.
La voz de una mujer, con un acento francés impecable, respondió desde el altavoz.
"Monsieur, lamento informarle que Vancour no ha lanzado ningún collar con esa descripción en nuestra última colección, ni en ninguna anterior. De hecho, ese diseño no pertenece a nuestra marca."
La humillación cayó sobre Valeria como un balde de agua fría.
El color desapareció de su rostro.
Los murmullos empezaron, primero suaves, luego más audibles.
"Pero... ¿cómo es posible?" tartamudeó Valeria, mirando a su alrededor con pánico. "Yo... yo lo compré a través de un comprador personal muy exclusivo. Me aseguró que era auténtico. ¡Deben haberme estafado!"
Su intento de salvar la cara fue patético.
La excusa era tan débil que solo la hacía parecer más culpable.
Su desesperación era palpable, y la vergüenza la hacía temblar.
Fue entonces cuando decidí intervenir.
Me acerqué a ella, con una expresión de pura preocupación en mi rostro.
"Valeria, no te preocupes," dije, tomando su mano. Su piel estaba helada. "Estas cosas pasan. Lo importante es la intención, y sé que la tuya era buena."
Mi tono era suave y comprensivo.
Para los demás, parecía que la estaba defendiendo, que era una anfitriona amable y perdonadora.
Pero para Valeria, mis palabras eran una tortura.
Estaba reforzando su mentira, haciéndola aún más grande, mientras yo quedaba como la víctima magnánima.
"Sofía tiene razón," dijo mi madre, acercándose y poniendo un brazo sobre mis hombros. "Qué niña tan noble eres, hija. No te preocupes, Valeria, lo resolveremos."
El contraste fue brutal.
El apoyo de mi madre se centró en mí, no en ella.
Los invitados cambiaron su foco de atención.
Las miradas de admiración que antes eran para Valeria, ahora se dirigían a mí.
"Qué madura es Sofía."
"Pobre, su prima intenta engañarla en su propio cumpleaños."
"Esa chica, Valeria, siempre me pareció un poco falsa."
Escuché los susurros y supe que mi primer movimiento había sido un éxito.
Valeria estaba destrozada, su imagen pública hecha añicos en cuestión de minutos.
Intentó forzar una sonrisa, pero solo logró una mueca de dolor.
"Gracias, tía. Gracias, Sofía. Son tan... comprensivos," murmuró, antes de excusarse y correr hacia el baño, probablemente para llorar de rabia.
La fiesta continuó, pero el ambiente había cambiado.
Yo era el centro de atención, la heroína discreta de la noche.
Pero no tenía tiempo para disfrutarlo.
Mientras los invitados comían pastel y bailaban, yo me deslicé hacia mi estudio.
Cerré la puerta y marqué un número que había memorizado de mi vida pasada.
El número de un investigador privado.
"Buenas noches," dije, con la voz firme. "Mi nombre es Sofía Reyes. Necesito que investigue a fondo a una persona. Su nombre es Valeria Torres. Quiero saber todo sobre ella. Su pasado, sus conexiones, sus finanzas. Todo."
La humillación pública era solo el comienzo.
Iba a desenterrar cada uno de sus secretos y a asegurarme de que nunca más pudiera hacerle daño a mi familia.
La guerra acababa de empezar.