Se presentaba como la víctima, una pobre chica inocente traicionada por un estafador y luego atacada por una prima cruel y celosa.
En mi vida pasada, mis padres se lo habrían creído.
La habrían consolado y luego me habrían regañado a mí por ser "insensible".
Pero yo no era la misma niña ingenua.
Entré en la sala con una calma que la desarmó.
"Buenos días," dije, ignorando por completo su teatro.
Me acerqué a mi madre y le di un beso en la mejilla.
"¿Dormiste bien, mamá?"
Luego me volví hacia mi padre.
"Papá, ¿listo para tu partido de golf?"
La reacción de mis padres fue inmediata.
Toda su atención se desvió de la llorosa Valeria hacia mí.
"Sofía, mi vida, ¿cómo estás tú?" preguntó mi madre, su voz llena de una preocupación genuina que contrastaba con la lástima forzada que le mostraba a Valeria. "Lo de anoche fue muy incómodo para ti."
"Estoy bien, mamá. No te preocupes," le aseguré.
Mi padre asintió, su mirada fija en mí.
"Tu madre tiene razón. Manejaste la situación con mucha clase, hija. Estoy orgulloso de ti."
Valeria dejó de sollozar.
Su plan no estaba funcionando.
La indiferencia de mi familia hacia su drama era un golpe más duro que cualquier grito. Estaba siendo ignorada, y eso la enfurecía.
Decidí que era el momento de dar el siguiente golpe.
Me senté en el sofá frente a ella, con una expresión pensativa.
"Hablando de ser engañados," comencé, con un tono casual. "Papá, ¿recuerdas el dinero que le diste a Valeria el año pasado para ese curso de diseño de modas en París?"
Mi padre frunció el ceño.
"Sí, claro que lo recuerdo. Era una gran oportunidad para ella."
Valeria se puso rígida. Sabía a dónde iba con esto.
"Qué curioso," continué, sin mirarla. "El otro día estaba hablando con una amiga que vive en París y le pregunté por esa escuela, la 'École de a la Mode Supérieure'. Me dijo que esa escuela no existe. Que nunca ha existido."
El silencio en la habitación fue absoluto.
Mi madre miró a Valeria, luego a mi padre.
La comprensión comenzó a dibujarse en sus rostros.
"Valeria," dijo mi padre, con una voz peligrosamente baja. "¿Es eso cierto?"
Valeria palideció.
"Yo... eh... es un error de traducción," tartamudeó. "El nombre era... era diferente. Tu amiga debe haberse confundido."
"No lo creo," intervine suavemente. "Le di la dirección que tú nos diste. En esa dirección hay una panadería."
El rostro de mi padre se endureció.
La decepción en sus ojos era evidente. Había sido engañado, y odiaba sentirse como un tonto.
Mi madre se levantó. Su rostro, normalmente tan cálido, era una máscara de fría decepción.
"Valeria," dijo, con una voz que no admitía discusión. "Creo que es mejor que empaques tus cosas. Esta situación se ha vuelto insostenible. Necesitas encontrar tu propio camino."
Era el principio del fin para ella en esta casa.
En mi vida pasada, tardamos años en darnos cuenta de su verdadera naturaleza, y para entonces ya era demasiado tarde.
Esta vez, había tardado menos de veinticuatro horas.
Valeria me lanzó una mirada llena de odio puro.
Si las miradas mataran, yo estaría muerta en el suelo.
Pero por fuera, se recompuso y volvió a su papel de víctima.
"Tía... tío... ¿me están echando? ¿Después de todo lo que han hecho por mí? ¿Solo por un malentendido? Sofía los está poniendo en mi contra."
Pero sus palabras ya no tenían poder.
La confianza se había roto.
Mientras ella subía las escaleras, derrotada, yo me quedé pensando.
Había una vieja fábula sobre un granjero que encuentra una serpiente congelada en la nieve. La lleva a su casa y la calienta junto al fuego. Cuando la serpiente revive, lo primero que hace es morder al granjero, matándolo.
Valeria era esa serpiente.
Y mi familia, en su bondad, había sido el granjero.
Esta vez, yo no iba a dejar que la serpiente mordiera a nadie.
La iba a sacar de mi casa antes de que pudiera inyectar su veneno.