Justo cuando se daba la vuelta para irse, la puerta se abrió y entraron Valeria y su séquito de amigas. Sofía se congeló. ¿Qué hacían ellas aquí?
Valeria la vio y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro. Se acercó a ella, contoneándose como una reina.
"Vaya, vaya, miren a quién tenemos aquí. La pequeña mártir en su hábitat natural: sirviendo café."
Sus amigas se rieron. Sofía la ignoró y trató de pasar de largo.
"¿Qué pasa, Sofía? ¿El gato te comió la lengua?" la provocó Valeria, bloqueándole el paso. "Oí que estás haciendo de todo para conseguir dinero para mi pobre Alejandrito. Qué conmovedor. Aunque, entre nosotras, no vales tanto."
La sangre le hirvió en las venas a Sofía. Respiró hondo, recordándose a sí misma que la confrontación no servía de nada. Su venganza sería mucho más dulce y silenciosa.
De repente, una voz detrás de Valeria la hizo estremecerse.
"Valeria, déjala en paz. No es el momento."
Era Alejandro. Estaba sentado en una mesa en la esquina, tratando de esconderse detrás de un periódico. Claramente, no esperaba que Sofía estuviera allí.
Valeria se giró hacia él, molesta.
"¿Qué? Solo me estoy divirtiendo un poco. Ella se lo merece."
Sofía aprovechó la distracción para intentar escabullirse, pero una de las amigas de Valeria le metió el pie a propósito. Sofía tropezó, y la caja con sus pertenencias de la cafetería –un par de tazas, un delantal y algunos libros– se le cayó de las manos. Una de las tazas, llena del café que se había preparado para el camino, voló por los aires y aterrizó de lleno en el costoso vestido blanco de Valeria.
El silencio se apoderó de la cafetería.
Valeria se miró el vestido, ahora manchado de un marrón horrible. Su rostro se contorsionó en una máscara de furia pura.
"¡Mira lo que hiciste, estúpida!" gritó. "¡Este vestido es de diseñador! ¡Cuesta más de lo que ganarás en toda tu miserable vida!"
"Fue un accidente," dijo Sofía, mientras recogía sus cosas del suelo, con las manos temblando de ira.
"¡Un accidente no es suficiente!" siseó Valeria. Se inclinó sobre ella, su rostro a centímetros del de Sofía. "Vas a limpiarlo. Ahora mismo. Con la lengua."
La humillación era tan grande, tan pública, que Sofía se quedó sin aliento. La gente de la cafetería los miraba, algunos con curiosidad, otros con lástima.
Alejandro se acercó, poniendo una mano en el hombro de Sofía.
"Sofía, por favor. Solo hazlo y ya. Evitemos un problema más grande," dijo en voz baja, con un tono de falsa conciliación. Era parte del show, la estaba empujando hacia la humillación.
Miró a Alejandro, al hombre por el que había estado dispuesta a sacrificarlo todo. Vio la frialdad en sus ojos, el disfrute disimulado ante su sufrimiento. Y algo dentro de ella se rompió. La paciencia, la contención, todo se desvaneció.
Se puso de pie lentamente, mirando a Valeria directamente a los ojos.
"No," dijo, con una voz tranquila pero llena de una fuerza que ni ella misma sabía que poseía.
Valeria parpadeó, sorprendida por su negativa.
"¿Qué dijiste?"
"Dije que no," repitió Sofía, más alto esta vez. "No voy a lamer tu vestido. No voy a hacer nada de lo que me pidas. Nunca más."
Tomó el resto del café de otra taza que había en el mostrador y, con un movimiento rápido y decidido, se lo arrojó a la cara a Valeria.
Valeria gritó, mitad por la sorpresa, mitad por el calor del líquido. El café le chorreaba por el pelo y el maquillaje.
Por un segundo, nadie se movió. Luego, Valeria, cegada por la rabia, se abalanzó sobre Sofía. La agarró del pelo y la tiró al suelo. Sofía sintió un dolor agudo en la cabeza cuando su nuca golpeó el suelo de baldosas.
Valeria empezó a golpearla, a arañarla, gritando insultos. Sus amigas se unieron, pateando a Sofía mientras estaba en el suelo. El dolor era intenso. Sofía intentó protegerse la cara con los brazos, pero los golpes venían de todas partes.
Buscó con la mirada a Alejandro, esperando, implorando una pizca de ayuda, de humanidad. Él estaba allí, de pie, mirando la escena con los brazos cruzados. No hizo nada. Absolutamente nada. Solo observaba cómo la mujer que supuestamente amaba era brutalmente golpeada en el suelo de una cafetería.
Esa imagen se le grabó en la mente con fuego: la indiferencia de Alejandro. Esa fue la herida más profunda, más dolorosa que cualquier golpe físico.
Las risas y las burlas de Valeria y sus amigas resonaban en sus oídos.
"¿Todavía te sientes tan valiente, perra?"
"Esto es por la beca."
"Aprende tu lugar."
Sintió un golpe seco en el costado y luego otro en la cabeza. El mundo empezó a dar vueltas. Los sonidos se volvieron distantes, como si vinieran de debajo del agua. Lo último que vio antes de que todo se volviera negro fue el rostro impasible de Alejandro, mirándola desde arriba, sin una pizca de compasión. Y luego, la oscuridad la envolvió.