De Chica Pobre a Magnate
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Capítulo 4

El primer sonido que escuchó Sofía fue el pitido rítmico y monótono de una máquina. Luego, sintió el olor a alcohol y desinfectante. Abrió los ojos lentamente. Estaba en una cama de hospital. Las paredes blancas y estériles la rodearon. Le dolía todo el cuerpo, un dolor sordo y constante. Tenía un brazo vendado y sentía un dolor punzante en la cabeza.

Estaba sola. Intentó moverse, pero un gemido de dolor se le escapó de los labios. Cerró los ojos de nuevo, deseando que todo fuera una pesadilla.

Entonces oyó voces fuera de su habitación, voces susurradas pero audibles en el silencio del hospital.

"¿Crees que nos pasamos?" Era la voz de una de las amigas de Valeria.

"Se lo merecía," respondió Valeria, sin una pizca de remordimiento. "Además, fue perfecto. Ahora Alejandro puede jugar al novio preocupado. Le da más credibilidad a su historia."

"Sí, fue una buena jugada," dijo Alejandro. Su voz era calmada, calculadora. "Con esto, sentirá aún más gratitud hacia mí. Cuando llegue a la fiesta esta noche, estará tan desesperada por mi aprobación que no sospechará nada. La humillación será total."

Sofía sintió un frío glacial recorrerla. Así que incluso el ataque había sido planeado. O, al menos, habían aprovechado la situación para sus retorcidos fines. La habían golpeado, la habían mandado al hospital, y todo era parte de su juego.

Su mente voló hacia el pasado, hacia todos los sacrificios que había hecho por él. Recordó las noches que pasó estudiando para ayudarlo con sus exámenes mientras él salía de fiesta. Recordó haber vendido el único collar de oro que le había dejado su madre para pagar una de sus "deudas de juego". Recordó haber trabajado en dos empleos para que él pudiera concentrarse en sus "proyectos", que ahora sabía que eran solo excusas para no hacer nada. Y el sacrificio final, el más humillante de todos, el que había hecho apenas ayer.

Y todo para qué. Para que él se riera de ella, la traicionara y planeara su destrucción total. El dolor en su cuerpo no era nada comparado con el dolor de su alma rota.

La puerta de la habitación se abrió y Alejandro entró, su rostro compuesto en una máscara de profunda preocupación.

"Sofía, mi amor, por fin despiertas," dijo, acercándose a la cama y tomando su mano. "Estaba tan preocupado. Cuando me enteré de lo que pasó... vine corriendo."

Sofía lo miró. Miró su rostro, sus ojos, su boca que pronunciaba mentiras tan fácilmente. Y no sintió nada. Ni amor, ni odio, ni siquiera tristeza. Solo un vacío absoluto. El hombre que tenía delante era un extraño.

"¿Estás bien? ¿Te duele mucho?" continuó él, acariciando su frente.

Ella no respondió. Simplemente lo miró con los ojos muertos.

Su falta de reacción pareció desconcertarlo por un momento, pero se recuperó rápidamente.

"El médico dice que tienes una conmoción cerebral leve y algunas contusiones. Tienes que descansar. Yo me encargaré de todo. Pagaré la cuenta del hospital, no te preocupes por nada." Usó el dinero de ella para pagar por las heridas que él mismo había permitido que le infligieran. La ironía era grotesca.

"Y sobre la fiesta de esta noche..." comenzó él, con cuidado. "Entiendo si no quieres ir. Después de esto..."

Sofía lo interrumpió. Su voz era un susurro ronco.

"Iré."

Alejandro pareció sorprendido, pero una chispa de triunfo brilló en sus ojos.

"¿De verdad? Sofía, no tienes que..."

"Quiero ir," repitió ella, con una calma que lo desarmó. "No dejaré que Valeria gane."

Él sonrió, ahora completamente convencido de que la tenía justo donde quería.

"Esa es mi chica valiente," dijo, dándole un beso en la frente. "Descansa ahora. Pasaré por ti más tarde. Te llevaré ropa para que te cambies."

Salió de la habitación, satisfecho.

En cuanto se fue, Sofía se movió. El dolor era agudo, pero la determinación era más fuerte. Se quitó la vía intravenosa del brazo. Se levantó de la cama, tambaleándose. En la silla junto a la cama estaba su ropa, la que llevaba en la cafetería, sucia y rota. Y su bolso.

Buscó dentro. Su pasaporte. Su boleto de avión. Todavía estaban allí.

Se vistió con dificultad, cada movimiento era una agonía. Miró su reflejo en la ventana oscura. Tenía un ojo morado, el labio partido y arañazos en la cara. Parecía una extraña. Quizás lo era.

Salió de la habitación y caminó por el pasillo en la dirección opuesta a la recepción. Encontró una salida de emergencia y bajó las escaleras, aferrándose a la barandilla.

Una vez fuera, en el aire frío de la noche, pidió un taxi.

"Al aeropuerto internacional," dijo, con la voz firme.

Mientras el taxi se alejaba del hospital, su teléfono, que había sobrevivido a la pelea, vibró. Era una notificación de una red social. Un amigo en común había publicado un video.

Con el corazón en un puño, lo abrió.

Era el video. El video íntimo. Pero no era el que ella esperaba.

No era el que Alejandro y Valeria planeaban mostrar en la fiesta. Era el que ella había creado. Una pantalla negra y la voz de Alejandro, clara y nítida, resonando desde los altavoces del teléfono.

"...Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito... Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida..."

Valeria, impaciente y estúpida, lo había filtrado antes de tiempo, pensando que era el video original. Quería empezar la humillación antes de la fiesta. Y acababa de exponer su propio plan a todo el mundo.

Una risa seca y amarga brotó de los labios de Sofía. Estaban acabados. Y se lo habían hecho ellos mismos.

Llegó al aeropuerto. Mientras caminaba hacia la puerta de embarque, pasó junto a un bote de basura. Sin dudarlo, sacó la tarjeta SIM de su teléfono y la partió en dos. Luego, arrojó el teléfono al bote.

Era el último lazo que la ataba a su antigua vida. Ahora era libre.

Con la cabeza en alto, a pesar del dolor y los moretones, caminó hacia su futuro. Dejaba atrás un país, una vida y un amor falso. Iba hacia lo desconocido, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía el control.

                         

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