Pero yo ya sabía lo que venía.
Podía sentirlo en la ausencia que gritaba desde mi vientre.
"Debido al estrés traumático del accidente y la inhalación de humo, su cuerpo sufrió un shock severo," continuó el doctor. "Lamento informarle que... no pudimos salvar al bebé."
Las palabras flotaron en el aire, frías y definitivas.
"No," susurré. "No, por favor, revisen de nuevo. Tiene que haber un error."
Las lágrimas comenzaron a brotar, calientes y amargas.
"Hicimos todo lo posible, de verdad lo siento."
Me aferré a las sábanas del hospital, mi cuerpo sacudido por sollozos que venían de lo más profundo de mi ser.
Era un dolor que no se parecía a nada que hubiera sentido antes.
Era la pérdida de un futuro, de una promesa, de una pequeña vida que ni siquiera sabía que existía hasta que la perdí.
"Quiero a Ricardo," supliqué, mi voz rota. "Necesito a Ricardo."
A mi lado, una mano grande y cálida se posó en mi hombro.
Era Alejandro.
Su rostro usualmente severo estaba lleno de una compasión que me conmovió.
"Sofía, tranquila. Estoy aquí," dijo.
Su presencia era un consuelo, pero no era a él a quien necesitaba en ese momento.
"¿Dónde está?", pregunté, mi voz apenas un hilo. "¿Dónde está Ricardo? ¿Por qué no está aquí?"
Alejandro apretó los labios, una sombra de ira cruzó su mirada.
"Intenté llamarlo. No contesta."
La respuesta fue como una bofetada.
No contesta.
Mientras yo perdía a nuestro hijo, él no contestaba el teléfono.
La imagen de él, preocupado por el hijo de Camila, volvió a mi mente con una claridad dolorosa.
Tenía que hablar con él.
Tenía que escuchar de su boca por qué.
Con un esfuerzo que me costó todo, le pedí mi teléfono a Alejandro.
Mis dedos temblorosos marcaron su número una vez más.
El tono de llamada sonó una, dos, tres veces.
Cuando estaba a punto de darme por vencida, contestó.
Su voz sonaba cansada e irritada.
"¿Qué quieres ahora, Sofía? ¿No te dije que estaba ocupado?"
La frialdad de sus palabras me heló la sangre.
"Ricardo...", comencé a decir, pero las palabras se atoraron en mi garganta. ¿Cómo se le dice al hombre que amas que su hijo ha muerto por su culpa?
"Mira, sé que el accidente fue aparatoso, pero Alejandro me dijo que estás estable," continuó, su tono lleno de una impaciencia que me partió el corazón. "Camila de verdad me necesita ahora. Leo por fin se durmió, y no quiero dejarla sola."
Mi mente no podía procesarlo.
Estaba en un hospital, habiendo perdido a nuestro bebé, y él me hablaba de no dejar sola a su exnovia.
"Ricardo... el bebé...", logré articular.
Antes de que pudiera terminar la frase, una voz femenina y melosa se escuchó al otro lado de la línea.
"Ricky, mi amor, ¿con quién hablas? Ven a la cama, te necesito."
Era Camila.
Un silencio pesado cayó sobre la llamada.
Podía imaginar la escena: Ricardo en la casa de ella, quizás en su cama, mientras ella lo llamaba "mi amor".
"Sofía, tengo que irme," dijo Ricardo finalmente, su voz ahora un susurro culpable.
"Ricardo, ¡no te atrevas a colgarme!", grité, la desesperación convirtiéndose en furia.
Pero fue inútil.
Escuché el tono de la llamada finalizada.
El teléfono se me resbaló de la mano y cayó al suelo con un ruido sordo.
El último hilo de esperanza se rompió.
La traición era total, absoluta.
No solo me había abandonado en mi peor momento.
No solo había provocado la muerte de nuestro hijo.
Estaba con ella.
Con Camila.
Un grito de pura agonía brotó de mi pecho, un sonido animal y desgarrador.
El monitor cardíaco a mi lado comenzó a pitar frenéticamente.
Las paredes de la habitación parecieron encogerse, el aire se volvió denso, irrespirable.
Sentí que mi corazón se rompía en un millón de pedazos.
Y entonces, todo se volvió negro de nuevo.
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