Capítulo 5 La advertencia del asistente anterior

El jueves amaneció con lluvia.

Clara llegó al edificio de Del Valle Corporation empapada desde las rodillas hacia abajo. Su paraguas había decidido romperse justo frente al paso peatonal y, por supuesto, ningún taxi quiso detenerse. Aun así, entró al vestíbulo con la frente en alto, secándose las gotas de su carpeta con una servilleta de cafetería.

Cuando llegó al piso 32, encontró un silencio aún más espeso de lo normal. La mayoría de las oficinas estaban a oscuras, salvo la de Alexander. Por el reflejo del cristal, supo que él ya estaba ahí.

Dejó su bolso en el escritorio, se quitó los tacones empapados y se puso unas sandalias de repuesto que llevaba en la mochila. Iba a preparar el café cuando Julián se le acercó con una expresión tensa.

-Clara... ten cuidado hoy.

-¿Qué pasó?

-Alexander está de un humor particularmente ácido. La reunión con Corea fue cancelada y perdió una inversión importante. El ambiente no es... digamos, óptimo.

Clara asintió. Ya había aprendido que el estado de ánimo del CEO influía en todo el piso. Ese día, haría todo lo posible por pasar desapercibida.

Pero la idea le duró poco.

-Morales, en mi oficina. Ahora -la voz de Alexander retumbó desde la puerta abierta.

Ella entró con paso firme. Él no levantó la vista.

-Mi agenda de la tarde. ¿Ya confirmaste con el equipo de logística?

-Sí, a las 4:00 p.m. en la sala 2. También me aseguré de que el informe legal esté impreso y...

-Bien. Solo no te adelantes a responder antes de que termine de hablar. No estamos en un salón de clase.

Clara apretó los labios y asintió. No era la primera vez que Alexander le hacía una corrección seca, pero algo en su tono hoy era diferente. Más cortante. Más... impersonal.

Salió de la oficina con las mejillas encendidas. Mientras se dirigía a la impresora del pasillo, un hombre mayor, de cabello canoso y mirada melancólica, se le cruzó. Llevaba una credencial de visitante y una carpeta bajo el brazo.

-¿Asistente del señor Del Valle? -preguntó, con un dejo de sorpresa en su voz.

-Sí, ¿puedo ayudarle?

-No... no esperaba que hubieran contratado a alguien nuevo tan rápido. Yo fui... el anterior.

Clara parpadeó.

-¿El anterior?

-Asistente. Trabajé con él seis días. Hasta el martes pasado.

El hombre, que debía rondar los cincuenta, extendió la mano.

-Marcos Esteban. Ex asistente personal, y sobreviviente... parcial.

Clara le estrechó la mano con una mezcla de nervios y curiosidad.

-¿Y... por qué se fue?

Marcos bajó la voz.

-¿Podemos hablar cinco minutos? No es una advertencia formal. Solo... una historia.

Ella dudó, pero asintió. Se dirigieron a la sala de descanso, vacía a esa hora. Marcos se sentó como si llevara una carga muy pesada.

-Alexander Del Valle no es un hombre común -empezó-. Es brillante, sí. Y exigente. Pero más que eso... es desconfiado. No permite errores porque no permite vínculos. Cree que si alguien se acerca demasiado, lo traicionará. Así que vive esperando el momento en que lo defraudes.

Clara escuchaba en silencio.

-Todo debe estar perfecto. Milimétrico. Incluso las cosas que no dependen de ti. Un retraso del elevador, una mala conexión telefónica, un correo sin el título exacto... y ya estás en la lista negra.

-¿Tan grave es?

-Lo es -afirmó Marcos-. Pero lo peor no es su frialdad. Es su capacidad de ignorarte por completo si considera que ya no le eres útil. No grita. No insulta. Simplemente... te borra. Como si nunca hubieras estado ahí.

Clara tragó saliva. Parte de ella ya lo sabía. Lo había sentido en las miradas fugaces, en el silencio incómodo, en la forma en que él podía cambiar de expresión con la velocidad de un latido.

-¿Y qué hiciste tú?

Marcos sonrió con tristeza.

-Cometí el error de confiarme. Le organicé una reunión con un socio nuevo, creyendo que era una buena oportunidad. Me adelanté. Fue un error. Él lo consideró una invasión. Me pidió que me retirara sin levantar la voz. Al día siguiente, ya tenía a alguien buscando mi reemplazo.

Clara se inclinó hacia adelante.

-¿Crees que vale la pena seguir?

-Depende. Si solo quieres un empleo, no. Hay jefes más humanos, más agradecidos, más... predecibles. Pero si estás aquí por algo más que dinero, si lo que quieres es dejar una huella... puede que esta experiencia te cambie la vida.

-¿Y él?

-Alexander Del Valle no se deja cambiar fácilmente. Pero a veces -dijo mientras se levantaba-, un pequeño error puede ser la grieta por donde entra la luz.

Marcos le estrechó la mano de nuevo.

-Suerte, Clara. Vas a necesitarla.

Clara regresó a su escritorio con una maraña de pensamientos. Había visto indicios de lo que Marcos le decía. La forma en que Alexander cortaba las frases, la mirada fría, las reglas, el control casi obsesivo... Pero también había visto fugaces momentos de algo distinto: una sonrisa apenas, una mirada que parecía preguntar más de lo que decía.

¿Estaba condenada a ser solo otra asistente que saldría por la puerta en menos de una semana?

¿O podía ella ser la excepción?

A las 5:30 p.m., justo cuando creía que el día terminaría sin más incidentes, Alexander salió de su oficina y se acercó a su escritorio.

-Mañana necesito que prepares los informes del área financiera. Y organiza las carpetas por color de proyecto, no por departamento.

-Entendido.

Él se quedó mirándola un segundo más de lo necesario.

-Hoy... mejoraste el café.

-¿Eso fue un halago?

-Fue una observación.

Ella sonrió.

-Bueno. Gracias por observarme.

Alexander giró, pero justo antes de entrar de nuevo a su oficina, se detuvo.

-Marcos estuvo aquí, ¿verdad?

-Sí -dijo Clara con sinceridad.

-¿Te habló mal de mí?

-Me habló de usted. Sin adjetivos.

Alexander asintió lentamente.

-Y aun así te quedas.

-Todavía no he roto todas las reglas.

Él la observó un segundo, casi con curiosidad.

-Ten cuidado, Morales. Algunas reglas no se rompen sin consecuencias.

-Lo sé. Pero las que se rompen a veces... hacen historia.

Alexander no respondió. Solo entró en su oficina y cerró la puerta.

Clara suspiró, se acomodó en la silla y abrió su libreta.

Día 2.

Advertencia del pasado: recibida.

Humor del jefe: 40% hielo, 10% fuego, 50% incógnita.

Ganas de rendirme: 0.

Nota mental: incluso los muros más fríos... también proyectan sombras.

                         

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