El Heredero Robado
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Capítulo 2

El caos se apoderó de la fiesta. Los invitados cuchicheaban, los músicos guardaban sus instrumentos y la familia Vargas me miraba como si fuera un animal salvaje.

Doña Elena Vargas, la matriarca, abuela de Sofía, se abrió paso entre la multitud. Era una mujer de ochenta años con una columna vertebral de hierro y una mirada que podía congelar el tequila.

"¡Basta!" Su voz, aunque temblorosa por la edad, resonó con una autoridad inquebrantable. "¿Sofía, qué significa este escándalo? Convocaste a toda la familia para la quinceañera de tu sobrina, no para este espectáculo bochornoso."

Sofía, viendo su oportunidad, se secó unas lágrimas falsas y se acercó a su abuela.

"Abuela, tuve que hacerlo. Hay una verdad que todos deben saber. Una mentira en la que hemos vivido por veinticinco años."

Se giró para encarar a todos, con la cara de una mártir.

"Mateo... Mateo no es hijo de Ricardo."

El murmullo se convirtió en un clamor. Vi a mis cuñados y a sus esposas intercambiar miradas codiciosas. El imperio de mariachis, que bajo mi dirección había crecido a niveles inimaginables, de repente parecía estar en juego. Si Mateo no era mi hijo, no era un Vargas de sangre directa a través de mí, y ellos veían su oportunidad.

Mateo me miró, con los ojos llenos de confusión y dolor. Le puse una mano en el hombro y apreté con fuerza, una señal silenciosa que solo nosotros entendíamos: "Confía en mí. Yo tengo el control." Él asintió levemente, su postura se enderezó.

"¿Qué estás diciendo, Sofía?" preguntó uno de mis cuñados, fingiendo sorpresa. "¿Estás segura?"

"¡Claro que estoy segura!" gritó ella, señalándome. "Este hombre es estéril. ¡Siempre lo ha sido! Los médicos nos lo dijeron. Me engañó, me hizo creer que el hijo era suyo, pero la verdad es que Mateo es hijo de un hombre de verdad, de mi verdadero amor, 'El Toro' Sánchez."

La acusación era tan ridícula, tan llena de agujeros, pero la familia Vargas, que siempre me había despreciado por mi origen humilde, estaba dispuesta a creer cualquier cosa que me dejara en mal lugar.

"Ese vividor siempre fue un fraude", susurró una tía. "Solo se casó con Sofía por el dinero de papá."

"Y ahora todo tendrá sentido", añadió otro. "Hay que quitarle la dirección del mariachi. No es un Vargas."

Escuchaba sus palabras venenosas y sentía una calma gélida. Me limité a observar a Sofía mientras tejía su red de mentiras.

"Tuvo que aceptar la donación de esperma", continuó ella, su voz temblando de falsa indignación, "pero nunca me dijo que el donante era su peor enemigo. Lo hizo para humillarme, para atarme a él con el hijo de otro."

Era una obra maestra de la manipulación. Me pintaba a mí como el villano, a ella como la víctima.

Y mientras ella hablaba, yo recordaba esa tarde en el laboratorio.

Recordaba el olor a antiséptico y la luz fluorescente. Recordaba ver el nombre "Sánchez" en la etiqueta de la muestra que el asistente había dejado descuidadamente sobre la mesa. Recordaba la sensación del plástico frío en mis manos al hacer el cambio, devolviendo mi propia muestra a la bandeja destinada para Sofía.

Y luego, el segundo acto de mi venganza silenciosa. El contenedor de nitrógeno líquido con las iniciales C.F. Caminé hacia él como si estuviera buscando algo más. Abrí la tapa, un vaho gélido se elevó. Allí estaban, diminutos, suspendidos en el tiempo, los óvulos de Carmen. Tomé uno. Dejé el de Sofía en su lugar.

Nadie me vio. Nadie sospechó.

Sofía creía que estaba a punto de dar el golpe de gracia, pero solo estaba caminando directamente hacia la trampa que yo le había tendido hacía un cuarto de siglo.

Pobre tonta. El halcón siempre ve a su presa desde arriba, mucho antes de que la presa sepa que está siendo cazada.

            
            

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