Manual para domar a un jefe arrogante
img img Manual para domar a un jefe arrogante img Capítulo 1 La entrevista imposible
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Capítulo 6 Café con doble sentido img
Capítulo 7 Los aliados de la oficina img
Capítulo 8 El contrato de silencio img
Capítulo 9 La primera amenaza img
Capítulo 10 La advertencia del directorio img
Capítulo 11 El plan de Mateo img
Capítulo 12 Lecciones para domar img
Capítulo 13 Guerra fría en el ascensor img
Capítulo 14 La fiesta corporativa img
Capítulo 15 Un baile, un reto img
Capítulo 16 La evaluación mensual img
Capítulo 17 Viaje con turbulencias img
Capítulo 18 No es tan perfecto img
Capítulo 19 Un trato informal img
Capítulo 20 Sabotaje interno img
Capítulo 21 Aliados inesperados img
Capítulo 22 La noche del desliz img
Capítulo 23 Silencio incómodo img
Capítulo 24 Celos mal disimulados img
Capítulo 25 Marina impone límites img
Capítulo 26 El regreso de la ex img
Capítulo 27 El escudo emocional img
Capítulo 28 Marina lo enfrenta – Le exige coherencia: o cercanía, o distancia real img
Capítulo 29 Una noche complicada img
Capítulo 30 Fotos comprometedoras img
Capítulo 31 El rumor se hace oficial img
Capítulo 32 Mentiras protectoras img
Capítulo 33 La furia de Marina img
Capítulo 34 Carta sin remitente img
Capítulo 35 El saboteador actúa img
Capítulo 36 Mateo busca a Marina img
Capítulo 37 El consejo exige cambios img
Capítulo 38 Una oferta inesperada img
Capítulo 39 Marina entre dos fuegos img
Capítulo 40 El padre de Mateo img
Capítulo 41 Un abrazo que sana img
Capítulo 42 Propuesta arriesgada img
Capítulo 43 Victoria parcial img
Capítulo 44 Una noche en su departamento img
Capítulo 45 Una nueva dinámica img
Capítulo 46 El chantaje emocional img
Capítulo 47 Una alianza incómoda img
Capítulo 48 Jornada de entrenamiento img
Capítulo 49 Mensajes a medianoche img
Capítulo 50 Mateo viaja sin aviso img
Capítulo 51 Reconciliación discreta img
Capítulo 52 El amigo traidor img
Capítulo 53 Marina toma el control img
Capítulo 54 Propuesta bajo presión img
Capítulo 55 La renuncia emocional img
Capítulo 56 La confesión que dolía img
Capítulo 57 Lectura que transforma img
Capítulo 58 Nuevo inicio img
Capítulo 59 Proyecto conjunto img
Capítulo 60 Reconocimiento inesperado img
Capítulo 61 Mateo como apoyo img
Capítulo 62 Propuesta formal img
Capítulo 63 Dudas familiares img
Capítulo 64 Una charla necesaria img
Capítulo 65 Preparativos caóticos img
Capítulo 66 Fuga antes del altar img
Capítulo 67 Un mensaje en la libreta img
Capítulo 68 Luna de miel inesperada img
Capítulo 69 Desconectados y sinceros img
Capítulo 70 Crisis de control img
Capítulo 71 Terapia de pareja img
Capítulo 72 Nuevo proyecto: igualdad img
Capítulo 73 Mateo cede espacio img
Capítulo 74 Celos nuevos img
Capítulo 75 Marina lo nota img
Capítulo 76 Un embarazo no planeado img
Capítulo 77 Cambio de enfoque img
Capítulo 78 Amenaza legal img
Capítulo 79 Juicio público img
Capítulo 80 Declaración viral img
Capítulo 81 Victoria judicial img
Capítulo 82 Complicaciones médicas img
Capítulo 83 Nace su hija img
Capítulo 84 Reestructuración laboral img
Capítulo 85 Proyectos paralelos img
Capítulo 86 Dudas sobre el segundo bebé img
Capítulo 87 Crisis de identidad de Mateo img
Capítulo 88 Viaje con propósito img
Capítulo 89 Encuentro con el pasado img
Capítulo 90 Marina escribe un libro img
Capítulo 91 El libro se vuelve bestseller img
Capítulo 92 Nueva propuesta img
Capítulo 93 Rodaje caótico img
Capítulo 94 Mateo celoso del actor img
Capítulo 95 Viaje en familia img
Capítulo 96 La pequeña Marina img
Capítulo 97 Problemas con la escuela img
Capítulo 98 Una reunión inesperada img
Capítulo 99 Una conversación adulta img
Capítulo 100 Propuesta educativa img
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Manual para domar a un jefe arrogante

Mundo Creativo
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Capítulo 1 La entrevista imposible

Marina ajustó la correa de su bolso y respiró hondo frente a las puertas de vidrio del edificio Ruiz & Partners. No era la primera entrevista de su vida, pero sí la más intimidante. Frente a ella se alzaban treinta pisos de acero, concreto y vidrio ahumado, como una declaración de poder. El hall de entrada parecía una galería de arte minimalista: mármol blanco, recepcionistas impecables, y el silencio elegante de quienes no necesitaban demostrar nada.

-Buenos días. Tengo una entrevista programada a las diez -dijo, con voz firme, a la mujer tras el mostrador.

-Nombre completo, por favor.

-Marina Ortega.

La recepcionista tecleó con rapidez y luego asintió.

-Sala de juntas, piso 28. Le están esperando.

Marina agradeció con una leve inclinación y se dirigió hacia los ascensores. En el reflejo de las puertas metálicas comprobó su aspecto por última vez: blusa celeste, falda lápiz, cabello recogido, maquillaje sobrio. Suficientemente formal, pero no servil. Exactamente como ella.

La sala de juntas era un rectángulo de paredes grises, ventanas amplias y una mesa de cristal tan larga como un campo de batalla. Del otro lado, sentados como jueces, tres entrevistadores esperaban en fila. Dos hombres de traje oscuro, con tabletas frente a ellos, y una mujer rubia con gafas que miró a Marina como si estuviera evaluando una amenaza latente.

Pero fue el cuarto hombre, al fondo, quien realmente llamó su atención. No estaba sentado, sino de pie junto a la ventana, de espaldas, observando la ciudad como si él mismo la hubiera diseñado. Alto, postura rígida, manos en los bolsillos. Su traje gris oscuro era impecable, igual que su corte de cabello, pero había una frialdad en su silueta que se sentía incluso desde el otro lado de la sala.

Cuando se giró, Marina lo reconoció de inmediato: Mateo Ruiz. El CEO. El hombre de las portadas. El que había llevado a la empresa a ser una de las consultoras más agresivas y exitosas del país. También el que, según rumores, había despedido a un empleado por estornudar durante una junta.

-Señorita Ortega -dijo uno de los entrevistadores, sin presentarse-. ¿Por qué cree usted que es apta para este puesto?

Marina sonrió con cortesía y se sentó sin esperar permiso.

-Supongo que porque soy lo contrario de lo que esperan.

El comentario levantó algunas cejas. La mujer rubia cruzó los brazos. Mateo Ruiz, en cambio, no mostró ninguna reacción. Se sentó en la cabecera de la mesa, sin apartar la vista de ella.

-Explíquese -ordenó, con voz baja pero firme.

-Me he tomado la molestia de investigar el perfil de sus asistentes anteriores. Todas con currículums perfectos, experiencia en protocolo, cero incidentes. Todas duraron menos de seis meses.

El segundo entrevistador intentó interrumpirla, pero ella levantó una ceja y continuó:

-Yo no vengo a sonreír por obligación ni a fingir que usted es un dios intocable, señor Ruiz. Vengo a hacer mi trabajo, y hacerlo bien. Soy eficiente, organizada, y no tengo miedo de decir lo que pienso. Tal vez eso sea lo que necesita, o tal vez lo que teme. En cualquier caso, no vine aquí a mendigar una oportunidad.

Silencio. Denso. Cortante.

Mateo entrelazó las manos frente a sí y la miró durante largos segundos. Tenía ojos grises, fríos, como metal.

-¿Y si le digo que no tolero insolencias? -preguntó, sin elevar la voz.

-Entonces ya puedo irme -respondió Marina, sin moverse-. Pero si busca a alguien que le rinda pleitesía, ¿para qué hizo publicar la vacante? Habría bastado con contratar una estatua.

Una pequeña tos escapó de uno de los entrevistadores. ¿Una risa contenida? Imposible saberlo. La rubia apretó los labios.

Mateo no se inmutó. Solo volvió a mirar su hoja de vida, la hojeó sin interés y finalmente dijo:

-Todos fuera.

-¿Perdón? -preguntó la mujer rubia.

-He dicho que todos salgan -repitió Mateo, sin levantar la vista.

Uno a uno, los tres miembros del panel se levantaron con expresión confundida y salieron de la sala. Marina permaneció en su sitio, cruzando una pierna sobre la otra.

Cuando la puerta se cerró, Mateo dejó caer el currículum sobre la mesa.

-¿Siempre es así de directa o solo cuando quiere perder el trabajo antes de tenerlo?

-Solo cuando sé que estoy frente a alguien que necesita ser sacudido -contestó Marina.

Mateo se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.

-Usted no me conoce.

-Y usted no me intimida.

Una pausa. Larga. Cargada. Como si ambos midieran no solo las palabras, sino el terreno que pisaban.

Finalmente, Mateo se puso de pie.

-Empieza el lunes.

-¿Perdón?

-No repito las decisiones. No me hace perder el tiempo con agradecimientos. Solo preséntese a las ocho. Puntual.

-¿Y si no quiero aceptar?

-Entonces tendrá que vivir con la duda de qué habría pasado si se atrevía.

Mateo salió de la sala sin más. Marina se quedó sentada, con una sonrisa leve en los labios.

-Vaya... entrevista de mierda -murmuró. Pero en su interior, algo se encendía. No era emoción. Ni expectativa. Era algo más... como una chispa que sabía que iba a arder.

Y así comenzó la guerra.

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